Andanzas en Zambezia y Mindanao

  • Experiences in Zambezia and Mindanao
  • Andanzas en Zambezia y Mindanao

Dans le cadre d'une histoire transnationale qui étudie les modalités de domination « impériale » menée par le Portugal et l'Espagne, il s'agit de déceler des connexions et d'envisager une comparaison entre des espaces éloignés que ces puissances coloniales en déclin essaient d'occuper au XIXe siècle : en Afrique – en Zambézie – et en Asie – l'île philippine de Mindanao. Il sera question ici de la circulation de missionnaires, membres de la Compagnie de Jésus, portés par le souci d'évangélisation et porteurs de missions à vocation scientifique. Observateurs de sociétés inconnues et complexes, ils contribueront à les faire connaître grâce à leurs lettres et écrits qui auront une large diffusion en Europe.

Within the framework of a transnational history that studies the modalities of "imperial" domination carried out by Portugal and Spain, it is a question of detecting connections and envisaging a comparison between distant spaces that these declining colonial powers tried to occupy in the 19th century: in Africa - Zambezia - and in Asia - the Philippine island of Mindanao. This article deals with the movement of missionaries, members of the Society of Jesus, driven by a concern for evangelisation and carrying out missions with a scientific vocation. Observers of unknown and complex societies, they contributed to making them known through their letters and writings, which were widely distributed in Europe.

No âmbito de uma história transnacional que estuda as modalidades de domínio "imperial" levadas a cabo por Portugal e Espanha, trata-se de detectar ligações e prever uma comparação entre espaços distantes que estas potências coloniais em declínio tentaram ocupar no século XIX: em África - Zambézia - e na Ásia - a ilha filipina de Mindanao. Este artigo trata do movimento dos missionários, membros da Companhia de Jesus, movidos por uma preocupação de evangelização e de realização de missões com vocação científica. Observadores de sociedades desconhecidas e complexas, contribuíram para os tornar conhecidos através das suas cartas e escritos, que foram amplamente distribuídos na Europa.

Plan

Texte

«Savoirs en circulation dans l'espace atlantique, entre le XVIe et le XIXe siècles». Tal fue el título del coloquio en el que se presentó originalmente este texto. En las perspectivas abiertas por la Atlantic History se trataba no solo de analizar la complejidad de los intercambios y de las conexiones entre Europa y el «nuevo mundo« sino también de profundizar problemáticas esenciales como es el de la trata de esclavos en la construcción de un espacio en que, como apunta Cécile Vidal, «l'océan Atlantique, de barrière, se transforme en pont, grâce à la multiplication des relations notamment transnationales et transimpériales qui rapprochent ses deux rives» 1. Los ibéricos, como es bien sabido, pioneros en esa vasta empresa que abre el mundo moderno -las circulaciones en el espacio atlántico-, no se limitaron a una dinámica «Europe, Amérique latine, Afrique» -tal y como indica el programa de nuestro coloquio. La «mundialización ibérica» asoció desde el siglo XVI las cuatro partes del globo2. Y en su ocaso, durante el XIX, ve el declive y el derrumbe del imperio español particularmente en Asia –el llamado Desastre-, mientras que en Africa el mundo lusohablante se reestructura y se plantea otros horizontes en un nuevo -aunque efímero imperio que se agota también a mediados del siglo XX. Así el estudio de las empresas de «mundialización ibérica» -que nos preocupan como hispanistas y como lusistas- deben ser planteadas en una dimensión mas amplia, que rebase el mero horizonte del espacio atlántico.

Además de ir más allá de estos límites, una historia transnacional que estudie las modalidades de la dominación «imperial» de Portugal y de España en el XIX, el gran siglo de reparto del planeta por las «grandes potencias», una historia que juegue con nuevas escalas de análisis, debe al mismo tiempo formular un hilo conductor que permita conexiones en espacios distintos y alejados entre sí 3. En el presente artículo, se trata de la circulación de misioneros de la Compañía de Jesús, esa orden religiosa fundamental para la modernidad católica -en el sentido original del término, esto es «universal». Desde el siglo XVI los jesuitas asentaron, fuera del europeo, en tres continentes; y uno de sus fundadores, Francisco Xavier, tras tocar las costas del este africano abrió las misiones en Asia. Los jesuitas circularon en diversas y remotas regiones del globo, adaptándose muchas veces a las particularidades que encontraban, intercambiando a partir de su orden conocimientos y haciendo circular métodos y estrategias misionales para hacer más efectiva su labor.

Movidos por el requerimiento de evangelización y portadores de «misiones« con vocación también científica, observadores de sociedades desconocidas y complejas, se enfrentan a las crudas realidades del comercio humano y del sojuzgamiento de poblaciones esclavizadas. En sus escritos dan cuenta de sus actividades en el centro y el este del continente africano y en el archipiélago filipino: en los que se instalan los primeros en la segunda mitad del siglo XIX como agentes intermediarios del colonialismo portugués, y los segundos en regiones remotas del océano Pacifico: Zambezia y Mindanao4

Expulsados de cada uno de los imperios ibéricos en el último tercio del siglo XVIII, suprimidos por el Papado en 1773, restaurados cuatro décadas después, en 1814, van regresando los jesuitas en la segunda mitad del XIX a las regiones que habían debido abandonar. A partir de los años 1830 van a lanzarse a nuevas empresas en diversas regiones del mundo con un papel relevante en los imperios ibéricos. En los estados liberales en que se van convirtiendo España y Portugal, se les hace cumplir en ultramar funciones que los mismos gobiernos les rehúsan en las metrópolis. Si durante el siglo XIX se refuerzan en los países ibéricos las medidas restrictivas respecto a las congregaciones religiosas, en particular contra la Compañía de Jesús 5, su papel en ultramar es reconocido por ser un útil instrumento para llevar a cabo una colonización perdurable. Como misioneros permanecen en los lejanos territorios que las autoridades les atribuyen hasta que acontecimientos en cierto modo externos a su labor —al despuntar el siglo xx— terminan con su vida de misioneros en esos territorios extremos. La guerra hispano-norteamericana del 98, que concluye con la pérdida de las ultimas colonias españolas, ve el confinamiento y la dispersión de los establecimientos de los jesuitas, si bien algunos de ellos regresaron a sus puestos en los primeros años del siglo XX pero pasando después bajo la jurisdicción de los estadunidenses. En cuanto a los misioneros en Zambezia, fueron expulsados los jesuitas de Portugal y de sus colonias tras la revolución republicana de octubre de 1910.

Tejer conexiones es sugerente para un intento de historia global. Son ciertamente insalvables las distancias entre ambos territorios y las diferencias entre los dos imperios ibéricos -uno a la defensiva, en su paulatino declive a lo largo del XIX, otro en una dinámica ofensiva para hacerse un lugar en el reparto de Africa. Pero son terrenos porosos e inciertos, en los que los misioneros, de diversos orígenes, actúan como ambiguos intermediarios enviados por «medianas» potencias coloniales para ocupar esas tierras de nadie: en las Filipinas, entre Asia y América, la prolongación más alejada del imperio hispánico en desintegración, las islas menos controlables y sujetas a todo tipo de amenazas; en Zambezia, un medio de incursionar y de controlar la circulación hacia el interior del continente, presa de las potencias europeas más agresivas que se lo repartían en función de sus requerimientos económicos. Terrenos inciertos también por ser, hasta principios del siglo XX, mares y vías fluviales en las que circulaban comerciantes de bienes tan valiosos -minerales diversos, marfiles y otras mercancías- como ilícitos -la mano de obra esclavizada.

Establecimientos en lejanos territorios

En la década de los sesenta, los jesuitas regresan a Filipinas, que conocían bien, a sus célebres establecimientos de investigación científica (el Observatorio), de enseñanza en Manila -el Ateneo-. Rápidamente se va a plantear la necesidad de ocuparse prioritariamente de las islas de Mindanao y Jolo, islas del sur de difícil control para la metrópoli, presa -hasta la fecha- de incursiones de grupos musulmanes, contra los cuales España tenía poquísimas tropas en el Pacífico. A mediados del siglo el gobierno se preocupó en dominar la gran isla, donde era muy activo el comercio ilícito, afianzando fuerzas militares y alentando agentes intermediarios que contribuyeran a su eficacia . El informe de una comisión que exploró en 1855 el papel que podría tener el rio Pulangui, el «río grande» de Mindanao esencial para el control de toda la isla-, sugería el recurso a religiosos apoyados por el gobierno para vivir entre los nativos e implementar «reducciones» entre ellos. Pero como consideraban textos oficiales en 1852 el número de misioneros de las cuatro órdenes repartidas en todo el archipiélago desde hacía siglos (agustinos, recoletos, dominicos y franciscanos) no eran suficientes. Así el gobernador militar que estableció el centro de su poder en Cotabato obtuvo la autorización de atraer un grupo de jesuitas 6.

Tras una gira en esa zona del archipiélago, llevada a cabo por el padre Cuevas y otros jesuitas en 1860, se fijaron por parte del gobierno central las condiciones de la instalación española: pagando el transporte y el equipo, así como el mantenimiento de padres y hermanos, dándoles protección contra grupos indígenas hostiles, alentándose mediante subsidios y otras ayudas la construcción de escuelas en cada pueblo. Pero también consolidando los avances militares, con los objetivos que señalaba el gobierno para poder controlar las zonas bajo influencia musulmana. Si Cotabato, capital de distrito, era más bien un puesto militar, la empresa misionera se centró en Tamontaca, la primera misión. Los jesuitas de ambos lugares «usualmente servían como capellanes en expediciones militares y actuaban como intermediarios» con las poblaciones irredentas, que califican, muy despectivamente, de «moros».

Los jesuitas se implantan en sitios estratégicos -donde a veces quedaban ruinas de capillas o de construcciones de tiempos pasados- para ir recubriendo progresivamente las sinuosidades de una inmensa isla, montañosa y de difícil acceso. En las islas Filipinas los misioneros escogían la localización de los nuevos pueblos, les ponían nombres que evocaban su tierra nativa. Sus recorridos permiten dar cuenta de una apropiación profunda y progresiva de la gran isla, a partir de las regiones costeras -las más cristianizadas. Como en otras islas de las Filipinas «era más económico y seguro controlarlas a través de los frailes españoles que a través de los soldados» 7, aunque no se consideraban, ni por ellos, ni por muchos filipinos, como parte de la «frailocracia» denostada por los independistas de fines de siglo.

También como vanguardias en regiones remotas los jesuitas son enviados por sus autoridades romanas al continente africano, donde en la carrera por el control de los imperios y en el «reparto de Africa», siguiendo los ejemplos del británico, del francés y del belga, podía ser muy fructífera la incursión de los misioneros católicos. La implantación africana de los jesuitas, que en la época de la antigua Compañía (anterior a la expulsión), había sido importante en Angola, se organiza principalmente en el siglo XIX en Argelia y en Madagascar, en cuanto al caso del imperio francés se refiere. En el Africa austral la circulación inicial de los jesuitas se hace a partir de Sudáfrica donde el obispo James David Richards les propone el establecimiento de una escuela que formaría a los descendientes de colonos blancos. El St. Aidan’s College en Grahamstown, cerca de la colonia inglesa de El Cabo, sirve al principio como plataforma, como primera etapa para los misioneros interesados en incursionar en el continente hacia el norte, en un territorio que hoy corresponde a Zimbabue, Zambia y Malawi, así como en partes de los actuales estados de Botswana, Congo y Tanzania.

Una incursión inicial fue la del padre Alfred Weld -quien dirigió la provincia de Inglaterra, editó Letters and Notices (fuente importante sobre la presencia jesuítica en diversas regiones del mundo) y en la década de los ochenta abrió el camino del control del rio Zambeze, que luego completaron líneas de telegrafía y de ferrocarriles organizando la comunicación a través de «estaciones de civilización, protección y comercio» desde Ciudad del Cabo hasta Salisbury (la actual Harare). Entre la colonia del Cabo y el actual Zimbabue se establecieron unas diez misiones, encargándose en 1900 de 670 niños más de cincuenta misioneros en diez escuelas 8. La expansión de los europeos se realiza al incorporarse sucesivamente territorios contiguos, mediante líneas de penetración y de control hacia el interior de las cuencas fluviales. Como el Nilo o el Zambeze, como los proyectos de Cecil Rhodes para unir El Cabo con El Cairo, pueden ser las de un gran río que cruza regiones diferentes para reunir comercial y geopolíticamente espacios muy alejados. En el reparto de Africa los portugueses intentan asociar, de costa a costa, en un mapa cor de rosa, sus implantaciones en Angola y en las costas de Mozambique 9.

Primordial era que contaran con misioneros tan eficaces como lo fueron los protestantes para la presencia de los británicos desde la década de los sesenta. En 1877 la Santa Sede encargó a los jesuitas lo que podría haber sido la base de un gran complejo misionero a partir del Africa austral. Así fue instituyéndose luego una «misión del Zambeze», que cubriría una amplia zona desconocida en el corazón de Africa -en el que eran muy activos exploradores de confesión protestante y de potencias rivales. La exploración y el reconocimiento del interior del continente eran una empresa arriesgada, por el desconocimiento de los ríos como vías navegables, por los obstáculos que suponían numerosos territorios controlados por grupos autóctonos hostiles, por el clima y los peligros que suponia la malaria -a pesar de que un remedio eficaz para combatirla, la quinina, habia sido introducido en la farmacopea occidental con el nombre de «polvo jesuita».

Una primera exploración fue confiada a Henri Depelchin, un belga que había pasado 18 años en las misiones inglesas en la India. Pero esta expedición de once jesuitas, franceses, ingleses y belgas, se daba al margen de aquel proyecto geopolítico ambicioso de conectar la presencia portuguesa en Angola con Mozambique, que asociaría los dos oceános. En el nuevo imperialismo portugués 10los misioneros ocupan una posición central: es la época de la Conferencia de Berlín, reunida en 1885 con la participación de Portugal (no así de España) en la que se decide el «reparto» de Africa, época en que se difunde, con el liberalismo, la libertad de conciencia y del ejercicio de cultos. En la discusión se planteaba el rechazo al cierre de los mercados comerciales y de las comunicaciones (lo que hacía indispensable el libre paso a través del Zambeze) así como, cuestionándose la perennidad de derechos históricos políticos y religiosos y temiéndose la legitimación de una especie de proteccionismo religioso, atribuido a Portugal, en los territorios que pretendía ocupar. En los mismos tiempos en que se planteaban entre la Gran Bretaña y Portugal los criterios de delimitación de ambos territorios imperiales en el este africano (el famoso ultimátum de Londres es de 1890 y el tratado consiguiente entre los dos países fue firmado el 11 de junio de 1891), se consagra la afectación de las misiones sobre el Zambeze inferior a la provincia de Portugal, disociándolas así de la Zambezia superior, misiones que se atribuyeron, por parte de las autoridades romanas de la Compañía, a la provincia inglesa.

Los jesuitas en los extremos de los imperios contribuyen pues a la delimitación territorial, a la expansión imperial, gracias a su conocimiento del terreno y la divulgación de ese saber a través de la cartografía. No es casual el interés de las sociedades geográficas en las capitales metropolitanas para que se organicen expediciones que informen sobre las posibilidades geopolíticas y económicas de los posibles territorios coloniales. En el nuevo interés por Zambezia se conjugan las gestiones de Luciano Cordeiro y de Fernando Pedroso, un miembro de la Comisión Africana de la Sociedad de Geografia de Lisboa que, más que otros intelectuales de dicha sociedad, estaba muy ligado a los jesuitas, mostrando su interés en fijar «estaciones de civilización, protección y comercio», dirigidas por oficiales del Ejército que para sus funciones -auxilio a los viajeros, apoyo a la fijación de colonos, realización y divulgación de observaciones científicas y «civilización de las costumbres bárbaras»- debía contar en primer lugar con misioneros católicos tan eficaces como lo eran los protestantes en la implantación británica. Pedroso escribe regularmente al General de la Compañía, el padre Beckx, sobre la conveniencia de su presencia como orden misionera en el reparto de Africa, insistiendo también ante la Santa Sede en crear en Zambezia un ejemplo prioritario de implantación colonial, dada la voluntad de otras potencias europeas de conquistar Africa.

Y en la década de los noventa el padre Menyhárth, húngaro, por lo demás un científico reconocido en Europa, escribe una carta desde la cuenca del Zambeze a Fernando Pedroso, que éste hace publicar en un diario de Lisboa en 1893: «Tengo ya todo el material para un trabajo geográfico de estas regiones y con él pensaba mandar a usted un mapa bastante exacto de las mismas [...] Pienso por tanto que hacemos algo honroso para el reino y útil para la ciencia» 11. En Zambezia y en Mindanao, los jesuitas, pioneros en la exploración, detectan riesgos y facilidades que pueden tener las vías de comunicación —tanto el Zambeze como el Pulangi, ambos «ríos grandes». Fundan localidades fundadas a veces con auxilio de la fuerza de las armas y gracias a sus contactos con los dirigentes locales, denominándolas en Filipinas a través de un ejercicio toponímico que las inscribe simbólicamente en una dependencia del exterior. Cada misión, además de la capilla y del alojamiento de los misioneros, constaba de una granja para la subsistencia y de escuelas para la catequesis y la enseñanza, a veces de talleres.

Las más ricas e importantes -en Zambezia Boroma, en Filipinas Tamontaca- gozaban de un hospital y de dispensarios. Una sofisticada retícula de control de las poblaciones locales se establece así a través de esas misiones fijas, las «estaciones» - con cristianos más arraigados y a veces un gobierno civil- y de «visitas» regulares a las aldeas circundantes, reducidas -reducciones a las que no accedían ni militares ni agentes de la administración civil-, que desempeñan un papel esencial en la ocupación del espacio. Fundándose sin duda en su experiencia de siglos -en particular en Sudamérica-, gracias a la circulación de los jesuitas y a la red de comunicación que instituye, va creándose una jerarquización de pueblos y de cabeceras. «El abandono del nomadismo y la concentración de los nativos era prioritario para los misioneros. La vida en comunidades sedentarias y estables significaba, para los jesuitas, el ingreso de los indígenas a la vida «racional»12. Al mismo tiempo cada misionero debía circular entre las numerosas comunidades en torno a una cabecera, con una sobrecarga de trabajo debida a las distancias y al escaso personal que representaban en extensos y abruptos territorios. Saturnino Uríos, uno de los jesuitas que en la empresa de Mindanao fue más activo, se lamenta así de la falta de espiritualidad que conllevaba la fatiga diaria, «con tantos ires y venires, tantos dimes y diretes [...] que los que mucho peregrinan raramente se santifican» 13.

A menudo se sentían confinados los misioneros en el extremo sur del archipiélago, tan lejos de Manila. Eran muy numerosos los que no regresaban a Europa, ya que eran fieles al destino que les encomendaba la Compañía: según los cálculos de María Aguilera 14de 319 jesuitas que estuvieron en Filipinas salieron por decisión propia solo 23, tras unos diez años en la orden. Y poco común era la circulación entre las diferentes provincias de la Compañía. Caso rarísimo es el del padre Pont, de carácter muy arisco y poco adaptado a la dureza de las tierras tropicales, que sin embargo resume así la difícil movilidad del individuo:

fuerzas corporales para hacer excursiones no tengo, o no tengo muchas, amén de que el mar me prueba mal y montar a caballo no sé y tengo mucho miedo, pero para [...] celebrar, bautizar, enterrar, confesar, predicar a su tiempo y visitar enfermos, o sea administrar los Santos Oficios, que a esto se reduce el trabajo del Misionero de permanencia en un punto o cabo cualquiera, creo que puedo servir y vivir, Deo juvante, hasta la edad de Matusalén 15

Vuelto a Manila y luego a España, pasa a Chile donde termina su vida en 1933. Como para Pont, el desastre del 98 supuso el regreso a la metrópoli; pero después de unos años, un gran número de jesuitas regresó a sus misiones en el archipiélago o emprendieron, como Pont, una nueva vida en Sudamérica.

«Tantos ires y venires, tantos dimes y diretes»

Si se compara el asentamiento de los jesuitas en ambos territorios extremos de los imperios, es evidente que fue más tardía, más difícil y menos importante numéricamente en la Zambezia inferior que en el archipiélago filipino. En Zambezia, desde la llegada de los primeros en 1881 hasta su expulsión en 1910 pasaron 118 jesuitas -de los cuales murieron 41. Vivían entonces en Zambezia sólo unos cuarenta jesuitas (18 padres, 18 hermanos y 4 estudiantes) de un total de 360 en la provincia portuguesa16. Las cifras en Filipinas siempre fueron muy superiores. Contaban las misiones en Mindanao, al finalizar la presencia española en 1898, con 107 elementos -los dos tercios-, sobre un total, en todo el archipiélago, de 167 religiosos 17, la cifra más alta de la época de presencia jesuita en el archipiélago. En Manila, había unos sesenta en el Ateneo, institución educativa, en la Escuela Normal y en el Observatorio -cuya intensa labor de investigación respondía a las necesidades de enfrentarse tanto a los tifones y tormentas tropicales, como a los fenómenos sísmicos.

En los dos imperios, en Filipinas y en Zambezia, los misioneros se nutren de la formación tan particular y tan codificada como lo es la de la Compañía, pero pertenecen a provincias distintas y son originarios de regiones diferentes: en Mindanao, dependientes de la denominada provincia de Aragón y por ello catalanes (un 65%), valencianos (8%), aragoneses (9%), o de las Baleares (6%), 18. En cambio, para la Zambezia inferior que les es encomendada en la década de los noventa, la provincia portuguesa va a enfrentarse a la falta de misioneros lo bastante preparados y con buena salud, así como a cierta reticencia para viajar a zonas tropicales de difícil acceso. Por ello, durante las tres décadas de presencia jesuítica en Mozambique anterior a 1910, menos de la mitad eran portugueses y los demás procedían de otros orígenes, pertenecientes a otras provincias (como la romana, la de Alemania, de Galicia, de Austria-Hungría, de Lyon o de Toulouse...): austríacos, húngaros o polacos, franceses y belgas. un flujo de diversos orígenes nacionales que aunque parezca paradójico contribuirá a construir el imperialismo portugués19.

Aun si en la metrópoli desconfiaban de los jesuitas los miembros de la élite política portuguesa, el hecho de que no hubieran nacido en Portugal era un mal menor, lo importante era que fueran agentes civilizadores y «modernos», exploradores y geógrafos. Se elogiaba la capacidad lingüística y cultural de estos misioneros que se hicieron portugueses por filiación religiosa, los mismos que hacen vibrantes declaraciones patrióticas - como Menyhárth escribe a Pedroso: «no abandonaremos estas vastas regiones, regadas con nuestra sangre [...]queremos sacrificar todo para conservar, mejorar y civilizar estas tierras de Portugal» 20. En Filipinas, un ferviente españolismo de los jesuitas se explica por su origen peninsular y por las crecientes tensiones políticas que llevan a la insurrección nacionalista de fines del siglo, aunque son menos beligerantes que otras órdenes regulares, las que los independentistas van a llamar «la frailocracia».

Tanto en Zambezia como en Mindanao los misioneros se veían sumergidos en territorios muy fragmentados por una diversidad lingüística y cultural, en la que para ser eficaces en su empresa y para limitar su propio aislamiento debían ir descubriendo los instrumentos nativos de comunicación. Para poder llegar a administrar a los naturales, mucho antes de poder transmitir la lengua imperial y con ella «la civilización», debían tener rudimentos de distintas lenguas. Los escollos en el aprendizaje, empezado a veces antes de enfrentarse a un terreno desconocido, explica la poca movilidad de cada misionero. Como sintieron los evangelizadores en América desde el XVI, frente a la multiplicidad lingüística -ya que en cada cabecera se cruzan distintos lenguas y dialectos-, convenía la codificación de variantes dialectales en un solo idioma, que aparecería más «claro» -al ser descrito por los misioneros y trasmitido entre ellos- antes de ser reconocido en otros contextos. «Los misioneros fueron los que, partiendo de cero, confeccionaron primero apuntes, después obras manuscritas y finalmente libros impresos que descubrieron al mundo las lenguas filipinas y socorrieron a los misioneros en vías de formación» 21. Y como en América, comunes fueron los trabajos sobre las lenguas autóctonas: catecismos, glosarios y gramáticas, que constituyeron instrumentos para el conocimiento de las lenguas orales, transcritas y luego a veces traducidas a diversos idiomas europeos. El políglota Victor Courtois dice disponer de varios escritos que ha elaborado en lengua «cafrial», los cuales podrían ser muy útiles si fueran impresos. «tout en facilitant aux missions du Bas-Zambèze leur tâche évangelique, cet ouvrage sera utile aux négociants, aux officiers, aux explorateurs pour séjourner dans cette région et il contribuera ainsi au développement intellectuel et moral de la province du Mozambique» 22. Courtois publica Elementos de gramatica tetense - lingua Chi-Nyai ou Chi-Nyungze- en la Imprensa Nacional de Moçambique, en 1888 (reimpreso por la Imprensa da Universidade de Coimbra, en 1899) así como fábulas en lengua chinhungue recogidas oralmente y a veces acompañadas por cantos, con una traducción de los términos del «cafreal» al portugués.

Es interesante observar que son «extranjeros» a la provincia portuguesa de la Compañía de Jesús, provenientes de regiones pluringüísticas como la Mitteleuropa o Alsacia, quienes destacan en la elaboración de trabajos diversos, por lo general editados en Europa. Estas publicaciones recogen la experiencia de los misioneros en su descubrimiento de culturas que les eran totalmente novedosas: así la monografía manuscrita del austríaco Luis Gonzaga Dialer -quien terminó sus días, tras la revolución de 1910 en el Brasil- e ilustrada con diseños musicales, que figuró en la Exposición mundial misionera vaticana de 1925 23. Si algunos conocedores de estas lenguas habladas en Zambezia lograban restituir su estructura y su léxico, encontramos a menudo la indefinición de un idioma «cafreal», que se hace extensivo a muchos pueblos del Africa austral que, desde el siglo XVIII se definían como «cafres», esos «cent autres Cafres impénétrables et distants» que en las lecturas del niño Jean-Paul Sartre «surgissaient au détour d'une page»24.

En la lista de «obras escritas por los misioneros» entre 1880 y 1910 recogidas en su tesis por el jesuita Francisco Correia 25, encontramos siete franceses, tres portugueses, dos húngaros, un austríaco, un polaco. Ejemplo de esta última nacionalidad, que no era reconocida oficialmente entonces (por la ocupación de Polonia por sus vecinos), es Alexandre Mohl, quien redacta una Praktisch Grammatik der Bantu-Sprache von Tete. Einen Dialekt des Uter-Sambesi mit varianten der Sena (editada en Cracovia en 1904). Por su parte el francés Jules Torrend, nacido en la Haute-Loire, entre muchos otros textos eruditos publica en Italia, en Studi glottologici italiani en 1907, unas Nouvelles études bantoues comprenant surtout des recherches sur les principes de la classification des substantifs dans les langues de l'Afrique australe, por no citar más que este ejemplo. Torrend había llegado primero a Grahamstown, desde 1882, estando muy ligado al principio a la colonia inglesa del Cabo; su primer trabajo, bien recibido en la Gran Bretaña, es una tentativa para encontrar una estructura común a las lenguas bantúes. Al dividirse las zonas de implantación de la Compañía entre sus provincias de Portugal y de Inglaterra. Torrend optó por la primera, trabajando en los centros importantes de la Zambezia inferior, pero terminó su larga vida en la Zambezia inglesa en 1936.

Sin embargo, era excepcional este saber misional en el que a través de investigaciones nutridas por el conocimiento del lugar y el perfeccionamiento lingüístico, brillan algunos jesuitas. En Mindanao, solo el veterano Saturnino Uríos hablaba cinco lenguas nativas además del inglés y del francés. «Se decía que el aprendizaje de las lenguas nativas era un 'penoso noviciado del cual no todos salen perfectamente aprovechados» 26. En las cartas que conocemos de los misioneros en Filipinas es evidente también en muchos de ellos la falta de sensibilidad lingüística, una mínima capacidad de reflexión sobre la lengua, una impaciencia de los misioneros frente a las dificultades de aprender ya adultos lenguas que les parecían muy lejanas o la simple desidia: tales son los obstáculos que percibe María Aguilera en su aguda lectura de los testimonios de los religiosos en Filipinas, que explican que solo tres jesuitas escriban obras nuevas en lenguas nativas: un catecismo y otros estudios sobre el tiruray, de Guillermo Bennasar, un diccionario de bagobo, elaborado por Mateo Gisbert y trabajos sobre la lengua de los maguindanao -esencial para la «pacificacion« de las islas del sur influenciadas por el islam, en particular de Mindanao 27.

En la gran misión zambeziana de Boroma, núcleo de la cristianización jesuita sobre el Zambeze, y en la de Tamontaca, que se volvió centro de la autoridad en Mindanao, son muy parecidas las prácticas con los que se empezó la «reducción», medio que los jesuitas juzgaban un medio de introducir «la civilización». El padre Juanmartí explica en 1882 que para cristianizar a los naturales en Mindanao no son suficientes las visitas e los misioneros, algunas excursiones en sus tierras y la predicación: «como la superstición y el fanatismo musulmán ciega a la gente para no ver la verdad de nuestra sagrada Religión, y á los infieles que traten con los moros se les pega algo de ello, no sirve que el misionero les predique e intente convencerles con razones, si no puede sacarlos de esta masa corrompida de vicios y errores»28. El proyecto de formar en orfanatorios chicos y chicas que al crecer podrían casarse entre sí y formar colonias agrícolas era una tradición, desde la empresa paraguaya, en la Compañía de Jesús: se consideraba una garantía para un arraigo mayor en los extremos imperiales.

Al cabo de los años, se volvió bien poblado y exitoso el establecimiento en Boroma. Desde los ochenta todo el esfuerzo de los misioneros se depositaba en la estación, situada a 25 kilómetros de Teté. Boroma era considerada como un modelo por Antonio Barroso, quien la visitaba regularmente. Luego de haber sido misionero en el Congo, fue el primer obispo en Mozambique desde 1891 hasta 1897, pasando luego a Meliapor en la India desde 1897 a 1889 y, finalmente fue obispo de Oporto. En 1900 se cuentan ya 115 familias, 140 chicos y 150 chicas, en total unos 700 cristianos. En Boroma se enseñaba, además del catecismo y de nociones bíblicas, a leer, a escribir y a contar, la «gramática» portuguesa y cafreal», algunos principios de geografía y física. El sistema de educación técnica o artesanal obligaba a los misioneros a experimentar una formación innovadora, utilizando sus conocimientos anteriores pero también adaptándose a nuevas tareas, como el francés Jean-Baptiste Loubière, que trabajaba en la misión de Chupanga: «je suis charpentier, maçon, cordonnier, tailleur, que sais-je? […] j'ai en ce moment 120 enfants qui, en plus des travaux scolaires, apprennent les différents métiers cités plus haut. Et il faut nourrir et catéchiser tout ce monde» 29. Después de Menyhárth la dirigió muchos años el padre Johannes Nepomucenus Hiller, originario de Silesia. Partidario claro de la implantación de los portugueses -quienes trataban de sofocar la rebeldía de poblaciones autóctonas-, fue armado por ellos y beneficiado en retribución de 500 hectáreas para el establecimiento de Boroma 30.

Tamontaca, en las cercanías de Cotabato, se convirtió entre 1872 y el fin del dominio español en el archipiélago, en el centro de la autoridad en Mindanao, en un «sociological experiment» -como lo calificaba el jesuita Francis Madigan 31en un artículo de 1958. Con muchos rasgos similares a los de experiencias utópicas del siglo XIX -y a los de las «reducciones» americanas en épocas anteriores a la expulsión de 1767-, se desarrollaban dispositivos educativos que ponían en valor tanto las tierras como los sujetos que las trabajaban y se apropiaban saberes en los que podían especializarse, por su formación personal, los jesuitas: geografía, meteorología, y conocimientos de herboristería y técnicas de agricultura.

Circulación de saberes

La notable capacidad de los jesuitas para relatar sus experiencias y proyectos a través de los informes a sus superiores y de las «cartas edificantes» que publica y difunde la propia Compañía, hacen de estas fuentes, provenientes de ambos territorios extremos, una espléndida base documental hasta hoy poco explorada. Son abundantes y muy ricas en informaciones sobre la vida cotidiana de los misioneros y sobre el modo de descubrir la alteridad en las sociedades tan distintas en las que se implantan. Las cartas enviadas por los jesuitas desde estas regiones por colonizar muestran cómo se entablan los mecanismos de encuentro y de negociación con los dirigentes autóctonos. En Zambezia, los misioneros se desplazan para visitar a los jefes, quienes afianzan su fuerza al obtener armas y al garantizar, frente a posibles rivales, el monopolio de un poder legitimado por el reconocimiento de los portugueses.

Muy en la tradición de la Compañía de Jesús, los misioneros que en sus faenas cotidianas demuestran un sinnúmero de habilidades, «occidentalizan» lo que encuentran, al describirlo de manera textual —a veces con imágenes— en sus cartas, al relatarlo en las lejanas sociedades europeas a lectores interesados por el exotismo y al analizar, con sus superiores, los problemas que van enfrentando. Sus cartas son testimonio de una mirada curiosa y sorprendida que recogen, desde un punto de vista etnográfico, detalles sobre tradiciones y prácticas culturales de un mundo que se va perdiendo en el dominio colonial. Aunque generalmente no tenían pretensiones científicas, algunos misioneros eran conocidos en Europa, ya que enviaban colecciones y descripciones, como el húngaro Ladislau Menyhárth que contribuyó significativamente al estudio de la flora del Zambeze.

Cartas originalmente del ámbito privado que dan cuenta a sus superiores, de sus preocupaciones, de sus tribulaciones y de sus experiencias, fueron publicadas con sorprendente rapidez por los propios jesuitas para servir de aprendizaje a los novicios y escolapios, pero también para hacer conocer la gesta espiritual y humana que era para ellos el trabajo misional:

les haré una breve historia de mi vida desde mi última que les aliente a venir o a lo menos desear estas Misiones, pues aunque esta vida es tan distinta y se echan de menos tantas cosas, yo soy el hombre de la suerte, el niño mimado de Dios, pues siento y experimento con evidencia que, de todo el mundo, este país y estos ministerios son el lugar y condición más seguros para mi santificación y salvación32.

Esta declaración que hace desde Filipinas el padre Vicente Balaguer a sus hermanos en la orden, todavía en la península podría evocar «el deseo de Indias» propio a la Compañía desde sus primeras décadas -expresado a menudo en las litterae indipetae, las cartas que envían los jesuitas a su superior general para pedir y justificar su destino en las misiones 33.

Los relatos y testimonios de los misioneros en Zambezia también pudieron circular ampliamente en Europa, a veces repitiéndose la publicación de tal o cual escrito en revistas que contribuían a la obra misionera con su divulgación -tales como los Annales de la Propagation de la Foi o las Lettres de Meld. En las últimas décadas del XIX encontramos a menudo las mismas informaciones en varios paises europeos, traducidas en una especie de «Internacional» jesuítica. Incluso revistas devocionales como el Novo Mensageiro do Coraçâo de Jesus, órgano muy popular publicado en muchos países por los jesuitas, es en Portugal un vehículo eficaz de trasmisión de noticias del avance de los misioneros y contribuye ampliamente en territorios metropolitanos a la forja de un imaginario imperial 34.

Afianzado el regreso al archipiélago entre 1876 y 1894 se publican diez volúmenes de Cartas de los PP. de la Compañía de Jesús de la Misión de Filipinas, a los que siguen tras su regreso las Cartas edificantes de los misioneros de la Compañía de Jesús en Filipinas (1898-1902) 35. Esta obra considerable incluye mapas en los que se señalan reducciones y aldeas -sobre todo en Mindanao- así como imágenes que representan y construyen el paisaje. Particularmente detallado es el que aparece al final del tercer volumen aparecido en 1879. Aunque a menudo expurgadas por la propia orden, las Cartas son publicadas y circulan en el ámbito público con fines de alentar las vocaciones pero también de promover ayudas y subvenciones por parte de católicos sensibles a la expansión en territorios lejanos. El género epistolar, alentado y difundido por la propia Compañía, «fortificaba su espiritu corporativo a la vez que fascinaba al lector europeo», comenta María Aguilera 36. quien comparte con muchos historiadores la convicción de su «indiscutible valor histórico, religioso y también etnográfico, geográfico e incluso botánico y zoológico» 37-, como lo dice al principio de su tesis doctoral.

Algunos entre ellos no han dejado de distanciarse de su fiabilidad ya que, por los mismos objetivos de la propia Compañía de Jesús dan una imagen excesivamente virtuosa y hagiográfica de la empresa misionera. En su tesis reciente, Aguilera hace contrastar con minuciosidad y agudeza las cartas publicadas en los últimos años del XIX con los manuscritos originales (escritos entre 1894 y 1900) conservados en el AHSIC (Archivo Histórico de la Compañía de Jesús de Cataluña) en Barcelona, casi 2400 cartas. En ese período, como es sabido fundamental en la historia de Filipinas por la insurrección en contra de España, la historiadora no encuentra injerencia por parte de la institución editorial de la propia Compañía. Si se trata de proseguir nuestra comparación con los testimonios de los jesuitas que pasaron por Zambezia, no es posible contar con una base documental semejante, aunque existe en Lisboa un archivo histórico de la Provincia de difícil acceso (pero en el que pudo trabajar hace un cuarto de siglo el padre Francisco Correia 38).

Al ser impresos y difundidos a través de revistas especializadas en el género «misionero» o gracias a publicaciones originalmente orientadas a la devoción, estos testimonios se convierten en verdaderos medios de descubrimiento para un amplio público de lectores -católicos, obviamente. Y que luego pueden contribuir a dicha empresa... Las publicaciones jesuíticas de la época —con sus detalles sobre las dificultades cotidianas de los misioneros y sirviéndose del interés por lo exótico de los lectores europeos— podían alentar las subvenciones privadas a sus gastos. Por ejemplo, escribe el padre Juanmartí desde Tamontaca, que con «limosnas de las señoras de Madrid» 39se colectó un pago de 4500 pesos para el rescate de 60 varoncitos y 30 niñas.

Para Aguilera, conocedora de las nuevas tendencias de la historiografía, esa extraordinaria mina que son las Cartas constituyen una «comunidad emocional» 40que integra las percepciones de individuos europeos confinados en su soledad en minúsculos establecimientos en territorios ignotos, dentro de una empresa llevada por la Compañía -que de ese modo responde bien a su nombre- en una gran heterogeneidad de situaciones. Dicha «comunidad emocional» repercute en distintos países europeos en función del lugar originario de los propios misioneros a menudo se nutre de las percepciones, de prejuicios que condensan todos los estereotipos de la época. Las impresiones sobre los naturales, sobre su carácter y sus costumbres a menudo nos aparecen hoy como despectivas y muy negativas, mostrando en el mejor de los casos una imagen infantilizada de usos y costumbres que no entienden. Pero ya sean o no expurgadas por la Compañía para ser ampliamente difundidas, son interesantes porque precisamente transmiten el empeño de divulgación que convenía hacerse de la labor de los jesuitas. Es ejemplar en tal sentido la obra del padre Pablo Pastells quien, tras muchos años de misionero en Mindanao, prosiguió su labor haciendo un acopio de muchísimos y variados documentos para elaborar la historia de la orden. Misión de la Compañía de Jesús en Filipinas en el siglo XIX, en tres volúmenes, es un ejemplo de esas obras monumentales con fines propagandísticos e institucionales que han circulado, no solo en la historiografía jesuítica sino para nutrir trabajos que, incluso con un afán nacionalista, han aparecido a lo largo del siglo XX en la República de Filipinas o en los Estados africanos descolonizados.

Es frecuente en las fuentes el empleo al mismo tiempo, por una parte de un discurso antiesclavista y por otra, en la práctica, del uso de la fuerza de trabajo. En efecto, la presencia misionera de los jesuitas en estos territorios extremos de de los imperios ibéricos como son Zambezia y Mindanao los va a poner en contacto y en permanente conflicto con grupos étnicos que habían sido islamizados, los «perversos mahometanos». La «reducción de los infieles» se hizo a menudo a través de un complejo plan de colonización a través del «rescate» —vocablo en Filipinas idéntico al resgate que se usa en Zambezia— de poblaciones que se incorporarían a los grandes establecimientos. En estas últimas décadas del siglo XIX en que la trata se habia reducido considerablemente desde la década de los 1870 - el Acta del Congreso de Berlín de 1885 incluía una condena limitada de la esclavitud en África- , en las prácticas cotidianas de los misioneros éstos se enfrentaban a una persistente práctica 41.

En 1893, el padre Czimermann, que preparaba la fundación de la misión de Zumbo, rescata un centenar de niños y luego, en 1894, va a Manica, un mercado activo y rico donde se comercia con marfil y mano de obra, para comprar niños. Al cambio de siglo, según los Annales de la Propagation de la Foi, de los 180 «negritos» residentes en Boroma la mayor parte había sido comprada y venía de todos lados, incluso desde el centro de África 42. Se trataba, según los misioneros, de salvar de la esclavitud, «peor que la misma muerte [...] a estas criaturas inocentes y restituirles su libertad y su dignidad humanas a través de las escuelas y de los centros de reducción» 43. Explica además el padre Menyhárth: «Es costumbre de estos negros y además de algunos blancos comprar los niños desde pequeñitos, acostumbrarlos a los servicios domésticos y retenerlos así por toda la vida» 44.

Eran misioneros cuya vocación explícita y vital fue la de evangelizar y difundir sus creencias, las propias y las de las sociedades de las que provenían, para lo que se servían al mismo tiempo de la empresa colonizadora de las grandes o medianas potencias. Es un intercambio en doble sentido, en que los unos usan de los otros, en función de sus propios intereses. Para la Compañía era sin duda como una oportunidad para llegar a espacios recónditos a los que de otro modo hubiera sido difícil acceder. Y en sus extremos, los imperios ibéricos se desplegaban hasta zonas desde todo punto de vista incontrolables, marcadas por el secular enemigo de españoles y portugueses: tanto en el sur del archipiélago filipino, como en particular en el norte de la cuenca del Zambeze por donde circulaban tantos comerciantes islamizados, provenientes de Bombay, que controlaban casi todo el menudeo en el territorio. No hay que olvidar cómo Mozambique se inscribe, desde el siglo XVIII, activas redes de tráfico de esclavos que se extendía desde los puertos de la costa swahili y de islas vecinas en el océano Indico hasta los principales mercados de las Américas española y portuguesa.

De un buen uso de la biografía

Como conclusión de este (corto) acercamiento a las circulaciones de personas y de saberes en un espacio ya no atlántico sino global en las postrimerías del siglo XIX, retomemos la vida y la obra de dos misioneros que, uno en el archipiélago filipino, otro en la cuenca del Zambeze, hemos evocado a lo largo de este recorrido, valorizando así un buen uso de la biografía 45.

El primero, Pablo Pastells (1846-1932), originario de la ciudad catalana de Girona, entra a la Compañía de Jesús en una época en que el régimen de la Primera República española obliga a sus novicios a tener su formación en la Francia de los últimos años del imperio. Esa experiencia y el descubrimiento del catolicismo social lo llevan a fundar círculos obreros en Alcoy, antes de su partida a las Filipinas, adonde llega en 1875. En el Ateneo Municipal de Manila aprende la lengua visaya, necesaria para las misiones en Mindanao, adonde pronto es destinado: Surigao, hasta 1877, Bislig hasta 1883 y Caraga fueron los destinos del misionero hasta 1886. «El método Pastells» es parecido al que se llevó en otras regiones, reagrupándose poblaciones seminómadas que se establecían en comunidades cristianizadas, primero en zonas costeras de la escarpada isla y que luego se extendían hacia el interior. Se considera más intensa esta empresa que en otras zonas, puesto que según las cifras oficiales de la propia Compañía se instituyeron así 42 colonias que reunían a casi veinte mil sujetos. Con su experiencia de esta década misionera Pastells elabora un primer mapa etnográfico. Tras un periodo de descanso en Manila, es ascendido a superior en Tugulán y, más tarde, en toda la misión de Filipinas. Conociendo bien el terreno, propone la exploración de las islas más alejadas, las de mayor presencia musulmana: Zamboanga y la región de Cotabato.

Regresó Pastells, debido a su mala salud, a la península, donde permaneció adscrito a la provincia de Aragón, en 1893. A partir de entonces dedica el resto de su larga vida al trabajo histórico (de los misioneros en Filipinas es uno de los que más vivieron en la Compañía). Primero, en la catalogación y el reconocimiento de las fuentes del Archivo de Indias relativas a Filipinas que «hoy es el punto de arranque para cualquier historia» del archipiélago46. En tres volúmenes reúne las informaciones sobre la Misión de la Compañía de Jesús en Filipinas en el siglo XIX y fue también el coordinador principal en la composición de los dos grandes volúmenes sobre el archipiélago publicados por el gobierno estadunidense en 1900, durante la época de ocupación. Con el conocimiento que tenía de los fondos sevillanos del Archivo de Indias participó también en investigar la historia de las misiones jesuitas en el Paraguay. Esta abundante información de primera mano que integra el conocimiento del terreno, la recolección de testimonios y vivencias personales, con fuentes antiguas -que remontan a la «antigua Compañía», anterior a la supresión del siglo XVIII- son característicos de la enciclopédica producción científica de principios del siglo XX que, sobre la evolución de la historia de los jesuitas se da en las diversas provincias de la orden.

Por su parte, Laszlo Menyhárth llega a Zambezia en 1890. De origen húngaro -su nombre de pila fue eslavizado como Ladislau- nació en 1849, entrando a la Compañía muy joven, destacándose por su formación profesional en ciencias naturales, así como en filosofía y teología en la actual Bratislava, en Innsbruck y luego en Gales. En los ochenta fue rector del importante colegio de Kalocsa, donde se había formado. Pero Menyhárth, como lo cuenta su diario en el que describe su descubrimiento del Zambeze 47, soñaba con ser destinado a Africa, donde tocó tierra en 1890.

La capacidad de organización y de iniciativa explican su movilidad a lo largo de las misiones del gran río, siempre como superior -particularmente en Boroma. Fundó allí una estación meteorológica -semejante a la que los propios jesuitas tenían en Manila-, cuyas observaciones sobre el clima y la hidrología del territorio eran enviadas al exterior. Igualmente la recolección y el registro de plantas exóticas -cuya identificación se aprecia en su diario y en otros documentos- le permitieron un fecundo intercambio con investigadores europeos, en particular el profesor Hans Schinz de la universidad de Zurich. Al museo de la corte en Viena envió 1300 plantas y semillas, veinte especies llevando su nombre como plantae Menyhárthianae 48. Si se difundieron frutos de su saber en la lejana Mitteleuropa, si su labor organizativa pudo crear una red de estaciones a lo largo del Zambeze que permitieron la instalación de los portugueses en la región, fue corta la vida de Menyhárth, fulminado -como tantos otros - por las fiebres, en 1897.

El misionero jesuita, además de sacerdote tenía que ser catequista, cura de almas, confesor, médico y en cierto modo juez y árbitro, arquitecto, ingeniero y etnólogo, administrador, economista, diplomático y estratega ... porque en tiempos de Misión, fuerza es repetirlo, es una verdadera colonización y de ella reclama su constitución en pueblos, sus auxilios, sus recursos para subsistir, su definición y amparo para hacer progresar aquellas razas convertidas 49.

Así resume Pablo Pastells la vida de misioneros como él - y como Ladislau Meynharth- que, en el siglo XIX, llevan su labor evangelizadora explorando y haciendo circular conocimientos sobre sociedades desconocidas, en un contexto planetario de expansión del colonialismo y de ocupación de nuevos espacios.

Notes

1 Vidal, Cécile, «Pour une histoire globale du monde atlantique ou des histoires connectées dans et au-delà du onde atlantique?», Annales, Histoire, Sciences Sociales, 2012, 67/2, p.392. Retour au texte

2 Gruzinski, Serge, Les quatre parties du globe. Histoire d'une mondialisation, Paris, La Martinière, 2004. Retour au texte

3 Vidal, art.cit., 391-413. Retour au texte

4 Un trabajo más amplio fue publicado en la obra colectiva que concluyó el programa ANR GLOBIBER (Le renouveau impérial des Etats ibériques: une globalisation originale? 1808-1930): Huetz de Lemps, Xavier, Alvarez Chillida, Gonzalo y Elizalde María Dolores, Gobernar colonias, administrar almas. Poder colonial y órdenes religiosas en los imperios ibéricos, Madrid, Casa de Velázquez, 2018, pp. 57-90. Retour au texte

5 Fue en la década de 1830 cuando en la «nueva Compañía» de Jesús, restaurada por el Papado por Pio VII en 1814, empieza a plantearse de nuevo el trabajo misional. No obstante, los gobiernos liberales en España la suprimieron cuatro veces -en 1820, 1835, 1868, 1931- siendo restaurada respectivamente en 1823, 1852, 1875 y 1936. En Portugal, la Compañía funciona de 1829 a 1834, luego de 1858 a 1910 (Teófanes Egido (coord.) Los jesuitas en España y el mundo hispánico, Madrid, Marcial Pons 2004, p.283. Retour au texte

6 Arcilla, José, «The Return of the Jesuits to Mindanao», Philippine Studies, 1978, t.26 (1-2), p.16-34. Retour au texte

7 Arcilla, José, An Introduction to Philippine Studies, Quezon City, Ateneo de Manila University Press, 2003, p.67. Retour au texte

8 Mkenda, Festo, SJ, «Jesuits and Africa», in Zupalov, Ines, Oxford Handbook of the Jesuits, Online DOI 10.1093/oxfordhb/9780190639631.013.17 Retour au texte

9 Singaravélou, Pierre (dir.), Les empires coloniaux XIXe-XXe siècles, Paris, Seuil (coll. Points), 2015, pp.53-54. Retour au texte

10 Véase Bandeira Jerónimo, Miguel, Livros Brancos, Almas Negras; A «Missao Civilizadora« do Colonialismo Portugués (c.1870-1930), Lisboa, Imprensa de Ciencias Sociais, 2010. Retour au texte

11 Carta publicada en Naçao, Lisboa, 19 enero 1893, y en Novo Mensageiro do Coraçao de Jesus, 1894, t. XIV, pp.196-197. Retour au texte

12 Aguilera Fernández, María, La Reimplantación de la Compañía de Jesús en Filipinas : de la Restauración a la Revolución Filipina (1815-1898), tesis de Doctorado en Historia Moderna i Contemporanea, Universidad Autónoma de Barcelona, 2019, p.275. Retour au texte

13 Archivo Histórico de la Sociedad de Jesús en Catalunya (AHSIC), Carta de Uríos, CF 5/13/21, 8 noviembre 1896, citado por Aguilera, op. cit., p.435, n.235. Retour au texte

14 Ibid., p.439 y 600. Retour au texte

15 Carta de Pont, 16 marzo 1897, AHSIC, CF 1/10/33, Ibid., p.450. Retour au texte

16 Garcia, António, História de Moçambique Cristiao, Braga, Livr. Cruz, 1972, p.401. Retour au texte

17 Aguilera, op. cit., p.597-598. Retour au texte

18 Ibid. Retour au texte

19 La lista de nombres, con su origen y sus fechas de permanencia en Zambezia, en Garcia, op. cit., pp.412-415. Retour au texte

20 Ver supra, nota 5. Retour au texte

21 Aguilera, op. cit., p.312. Retour au texte

22 «Une excursión aux plaines de Chicova», Les missions catholiques, 1891, XXIII p.312. Retour au texte

23 Correia, Francisco Augusto da Cruz, O Método Missionario dos Jesuitas em Moçambique 1881-1910, Braga, Livraria Apostolado da Imprensa, 1991, p. 411. Retour au texte

24 Sartre, Jean-Paul, Les Mots, Paris, Gallimard, 1964, p. 43. Retour au texte

25 Correia, op. cit, p. 409-413. Retour au texte

26 Aguilera, op. cit., p. 304 y carta de Guitart, 13 diciembre 1897, p. 310. Retour au texte

27 Aguilera, op. cit 305, 312. Cabe señalar que el nombre de Mindanao es una contracción dada por los españoles a Maguindanao, «pueblo de la llanura inundada». Ver Virginia Gorlinski, «Maguindanao», Encyclopedia Britannica (Geography of travel, Human Geography, Peoples of Asia), on line: https://britannica.com/topic/maguindanaopeople Retour au texte

28 Carta de Juanmartí, 12 mayo 1882, Cartas, 1883, pp. 184-185. Retour au texte

29 Loubière Jean-Baptiste, 2 octubre 1903, Mon oncle d'après ses lettres (une belle âme de missionnaire), Béziers, Imprimerie Jeanne d'Arc, 1935, p. 46. Retour au texte

30 Pélissier, René, Naissance du Mozambique. Résistance et révoltes anticoloniales, 1854-1918, Paris, CNRS, 1987, vol. II, pp. 55, 376. Retour au texte

31 Madigan, Francis y Cushner, Nicholas, «Tamontaka: A Sociological Experiment», The American Catholic Sociological Review, 1958, t.19-4, pp.322-336. Retour au texte

32 AHSIC, carta de Balaguer, 4 marzo 1896, CF 5/12/16, 1896, en Aguilera, op. cit., p.412. Retour au texte

33 Aunque dice Aguilera: «desgraciadamente no hemos hallado indipetae en el siglo XIX con las que hacer la valoración del antes y el después, de lo que creían que era ser misionero y de lo que vivieron después en Mindanao» op. cit., p. 417. Retour au texte

34 Ver el trabajo de José Carvalho, Catolicos nas vésperas da I Republica: os jesuitas e a sociedade portuguesa; O Novo Mensageiro do Coraçâo de Jesus 1881-1910, Porto, Livraria Civilizaçâo Edit, 2008). Retour au texte

35 Los primeros en Manila, en la Imprenta de Amigos del País; tras la guerra del 98 en Barcelona, en la Imprenta de Heinrich y Cía. Retour au texte

36 Aguilera, op. cit., p. 31. Retour au texte

37 Aguilera, op. cit., p.35. Retour au texte

38 Ver supra, notas 18 y 20. Retour au texte

39 AHSIC, CF 8/9/52, 15 noviembre 1897. Retour au texte

40 Siguiendo la propuesta de algunos practicantes del emotive turn, como Barbara Rosenwein, Ver el capítulo VIII de la tesis de Aguilera. Retour au texte

41 Ciertamente en 1886 se decidió en los territorios españoles la abolición definitiva de la esclavitud seguida de la disolución en 1888 de la Sociedad Abolicionista al ser conseguidos sus objetivos. Pero en territorios poco controlados como Mozambique y la costa oriental del continente es conocido el tráfico de esclavos hasta principios del siglo XX. El gobierno portugués en Angola lo abolió el sistema solo tras la revolución republicana, en 1913. Retour au texte

42 Delmas, carta de Boroma, 10 diciembre 1901, en Annales de la Propagation de la Foi, 1903, t.XXV, p.115. Retour au texte

43 Czimermann, carta de Boroma, 17 agosto 1887, en Lettres des scolastiques de Jersey, 1887, t. VI. p.123. Retour au texte

44 Novo Mensageiro do Coraçâo de Jesus, 1894, t. XIV, p.130. Retour au texte

45 Según Arnoldo Momigliano (citado por Giovanni Levi, «Des usages de la biographie», Annales ESC novembre-décembre 1989, t.44 n° 6, p.1325), el uso de la biografía abre todo tipo de problemas al interior de fronteras bien definidas [...] pudiendo «constituir un instrumento de la investigación social o al contrario proponer un medio de huir de ella». Retour au texte

46 Como lo afirma la nota biográfica de José Arcilla en el Diccionario histórico de la Compañía de Jesús, Madrid, Universidad Pontificia de Comillas, 2001, p.6292. Retour au texte

47 Una bitácora, día a día, de sus primeras impresiones durante el recorrido hacia el interior sobre el Zambeze, describe el paisaje y los peligros del trayecto, las técnicas de navegación y los recursos de supervivencia, la percepción del vocabulario de los naturales, etc., fue publicada en Boletim da Sociedade de Estudos da Colónia de Moçambique, Lourenço Marques, 1938, ano VII, n.36, p.88-128. Retour au texte

48 Sobre Menyhárth, la nota biográfica de László Szilas, en el Diccionario histórico de la Compañía de Jesús, Madrid, Universidad Pontificia de Comillas, 2001, p.5506. Retour au texte

49 Citado en Cava Mesa Begoña, «Misión de los padres jesuitas en el siglo XIX filipino» in Elizalde, María Dolores, Fradera Barceló. Josep María, Alvarez Luis Alonso, Imperios y naciones en el Pacìfico, t. I, La formación de una colonia: Filipinas, Madrid, CSIC, 2001, p.626. Retour au texte

Citer cet article

Référence électronique

Miguel Rodriguez, « Andanzas en Zambezia y Mindanao », Reflexos [En ligne], 5 | 2022, mis en ligne le 07 novembre 2022, consulté le 06 décembre 2024. URL : http://interfas.univ-tlse2.fr/reflexos/208

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Miguel Rodriguez

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