Introducción
El Tesoro de la lengua guaraní y el Arte de la lengua guaraní, publicados en Madrid en 1639 y 1640 por el padre jesuita Antonio Ruiz de Montoya constituyen uno de los primeros intentos de gramatización1 y objetivación de la lengua guaraní en pos de proporcionar a los misioneros las herramientas lingüísticas necesarias para la comunicación en las diversas situaciones a las cuales éstos recién se enfrentaban (conversaciones cotidianas, instrucción religiosa, administración de los sacramentos). Esto suponía no solamente armar una metodología que permitiera describir la lengua adaptando las categorías metalingüísticas de las que se disponía para la gramatización de los vernaculares europeos, sino también plasmarla en un conjunto de obras –en este caso, una gramática y un diccionario– con el fin de proveer los instrumentos didácticos necesarios para llevar a cabo la evangelización de los indígenas reducidos en las Misiones. Sabemos que la gramatización de los vernaculares europeos fue contemporánea de la exploración del planeta (África, América, Asia) y de la colonización progresiva, por parte de las potencias europeas, de territorios inmensos. Sin embargo, en contraste con la gramatización de los vernaculares europeos, dos aspectos dificultaban la empresa de los misioneros: el carácter exclusivamente oral de la lengua guaraní y su gran variación dialectal. Al no ser el guaraní su lengua materna, los primeros gramáticos jesuitas no disponían de ningún conocimiento epilingüístico que les permitiera comprender con acierto el funcionamiento de la lengua. Por consiguiente, tenían que acudir a la ayuda de traductores –cuyos idiolectos fueron erigidos en norma: es el caso del idiolecto del indígena Nicolás Yapuguay, por ejemplo, sobre el que volveremos más adelante– para proceder a la fragmentación de las distintas unidades lingüísticas de la cadena hablada. Esta peculiar atención a la dimensión oral de la lengua, combinada con el propósito básicamente comunicacional del aprendizaje del guaraní, hicieron que se prestara una atención muy puntillosa y circunstanciada a distintas estrategias conversacionales. Entre estas, podemos destacar el uso de los marcadores evidenciales y epistémicos ya que, incluso si el conocimiento lingüístico de la época aún no permitía que éstos fueran etiquetados como tales en los paradigmas de la “gramática latina extendida” (Auroux 1994) que usaron los padres Montoya y Restivo, la observación minuciosa del modo en que los han tratado evidencia un inventario de formas –con las situaciones enunciativas correspondientes– tan exhaustivo como innovador desde un punto de vista epistemológico.
Para mostrarlo, nos centraremos en tres obras misioneras, Tesoro de la lengua guaraní (1639), Arte, y Bocabvlario de la lengua gvarani (1640) del padre Montoya, y la versión anotada de esta última misma por el padre Paulo Restivo, Arte de la lengua guarani por el P. Antonio Ruiz de Montoya de la Compañía de Jesús con los escolios, anotaciones y apéndices del P. Paulo Restivo de la misma Compañía (Sacados de los papeles del P. Simon Bandini y de otros) (1724). Tras exponer primero el conjunto de formas epistémicas y evidenciales que pretendemos estudiar y los motivos por los cuales las hemos seleccionado, veremos cómo su tratamiento ha evolucionado entre la obra de Montoya y la de Restivo, publicada casi un siglo más tarde. Formulamos la hipótesis de que la necesaria toma en consideración de la oralidad –a la vez como fuente del corpus utilizado y como propósito de la gramatización de la lengua guaraní– explica que podamos encontrar un interés creciente por parte de estos dos gramáticos por la dimensión interlocutiva, performativa e incluso metalingüística de algunos morfemas, lo cual supera ampliamente lo que podría ser una visión restringida a la tradición epistemológica grecolatina2.
Marcadores epistémicos y evidenciales del guaraní misionero: enfoques cruzados
Las categorías semánticas de la epistemicidad y de la evidencialidad forman parte del dominio más general de la modalidad, un concepto lógico kantiano que, en su sentido amplio, remite a la expresión de la manera en que el hablante presenta un contenido proposicional. En una acepción más restringida, la modalidad puede designar elementos lingüísticos concretos: verbos, modos, adverbios de modalidad (también calificados de “adverbios de frase”) o, en el caso de lenguas aglutinantes como el guaraní, morfemas específicos que informan sobre la actitud o el punto de vista del hablante sobre el contenido frástico. Las lenguas tupí-guaraní presentan un gran número de morfemas modales (ver Kamaiwra, Cabral, Solano y Naves 2009), los cuales abarcan categorías semánticas tan dispares como la necesidad, la posibilidad, la exhortación, el grado de compromiso del hablante con la verdad o la fuente de información. En esta primera parte, trataremos de circunscribir nuestro objeto de estudio mediante dos enfoques cruzados: un primer enfoque, onomasológico, nos permitirá echar luz sobre lo que entendemos por modalidades epistémica y evidencial. El segundo, semasiológico, nos llevará a efectuar algunas observaciones sobre la semiología de estos morfemas, ya que los significantes pueden dar cuenta de relaciones entre los significados que no necesariamente reflejan las categorías semánticas que solemos utilizar.
Epistemicidad y evidencialidad: enfoque onomasiológico
Modalidad epistémica
La modalidad epistémica tiene varias acepciones: la más general remite a la manera en que el hablante califica el conocimiento de la situación que transmite en términos de fiabilidad (verdadero/falso, etc.)3. Esta información adicional sobre el conocimiento del contenido transmitido existe en todas las lenguas. Sin embargo, no siempre se encuentra gramaticalizada en los distintos sistemas lingüísticos, pues un mismo morfema puede contener información relativa al tiempo o al aspecto, lo que complica el análisis de los datos. Así, un idioma puede presentar de forma gramaticalizada –es decir con un morfema específico– el hecho de que una información sobre un evento distante en el tiempo o en el espacio no tiene el mismo grado de fiabilidad que un evento próximo; o bien que una información obtenida por dizque no merece el mismo grado de confianza que una información adquirida por experiencia, etc. (ver Landaburu 2005).
Modalidad evidencial
La categoría semántica de la evidencialidad –propuesta en primer lugar por Jakobson (1957)– mantiene vínculos estrechos con la modalidad epistémica, ya que remite a la existencia y/o a la naturaleza de la prueba, o del tipo de testimonio que acredita una aserción dada. Una vez más, esta categoría semántica puede ser expresada sin que esté gramaticalizada mediante marcadores evidenciales obligatorios y exclusivos de esta función. Así, solamente una cuarta parte de las lenguas del mundo poseerían marcadores evidenciales (Aikhenvald 2004) y éstos no siempre serían independientes de otros marcadores de tiempo, modo y aspecto. Aikhenvald establece una tipología de la evidencialidad en la cual distingue dos grandes tipos: el primer tipo abarca los sistemas de indirectividad en los cuales el hablante indica si la prueba existe, sin especificar su naturaleza; el segundo sistema o tipo, propiamente evidencial, especifica la naturaleza de la prueba (por ejemplo, visual, reportada o inferida).
Modalidad mediativa
La noción de modo mediativo (Guentchéva 1996 y Guentchéva & Landaburu 2007) también mantiene relaciones estrechas con las modalidades epistémica y evidencial, pues surgió para describir la propensión discursiva de los hablantes a citar una fuente de saber para matizar el modo en que se hacen responsables de la información (Laurendeau 1989 habla de asunción –“prise en charge”–, de la información). En términos de Guentchéva, el “mediativo” remite a
la catégorie grammaticale dont l’essence même est d’indiquer que l’énonciateur fait référence à des situations (statiques ou dynamiques) dont il n’assume pas la responsabilité pour en avoir eu connaissance par voie indirecte, d’où la possibilité pour lui de manifester divers degrés de distance par rapport au contenu de son propre message, et, pour le co-énonciateur, la possibilité de remettre en question, voire de réfuter le contenu du message reçu (1996: 11).
El modo mediativo permite así relatar una información sin posicionarse en cuanto a su veracidad. El modo no mediativo, en cambio, indica que el hablante se implica en la aserción4.
Enfoque onomasiológico: balance
Podemos constatar así cuán complejo puede resultar hacer una tipología de estas nociones semánticas: no todas aparecen de forma gramaticalizada en todas las lenguas, y un mismo morfema puede tener consecuencias pragmáticas distintas según el contexto en el cual es empleado: así, por ejemplo, el citar una información obtenida por fuente auditiva puede conducir a interpretarla como menos fiable que si lo fuera por la vista. Sin embargo, el morfema involucrado seguirá siendo evidencial en un sistema lingüístico dado y solo se analizará contextualmente como epistémico, lo que explica que algunos autores prefieran usar el concepto de “enunciación mediatizada” (Guentchéva 1996, Guentchéva y Landaburu 2007). De ahí la necesidad de observar detenidamente el funcionamiento de los morfemas en las lenguas que pretendemos estudiar. A eso nos dedicaremos en lo que sigue: después de un breve repaso de los aportes de los autores que se han dedicado a estas cuestiones en las lenguas de la familia tupí-guaraní, trataremos de presentar el sistema en guaraní misionero, a partir de las formas reportadas por los gramáticos. Esto nos permitirá hacer un balance de los aportes de cada uno de los gramáticos estudiados, Montoya y Restivo, en la segunda parte de nuestro trabajo.
1.2. Marcadores epistémicos y evidenciales en guaraní
1.2.1. Epistemicidad y evidencialidad en lenguas tupí-guaraní
Los estudios que se han dedicado al examen de los epistémicos y evidenciales en lenguas del grupo tupí-guaraní testimonian cuán difícil resulta seleccionar los morfemas relativos a estas dos categorías semánticas. Las diferencias de resultados entre los estudios se explican no solamente por la(s) lengua(s) y época(s) estudiada(s) –no todas las lenguas tienen un sistema gramaticalizado, de ahí la distinción entre “morfemas” obligatorios y “partículas” libres que propone Dietrich (2010) siguiendo a Dooley (1982)– sino también por el modo en que los autores entienden y separan estos conceptos semánticos. Asimismo, algunos se centran en los morfemas exclusivamente epistémicos y/o evidenciales (Cabral 2000 y 2007, Magalhães 2007, Carvalho 2013 por citar algunos ejemplos) mientras que otros estudian más bien todo lo relativo a las estrategias discursivas que remiten a estos conceptos, incluyendo elementos no específicamente evidenciales o epistémicos en el sistema lingüístico (Cerno 2016). Los primeros autores que han recurrido a la noción de evidencialidad para lenguas tupí-guaraní fueron Kracke (1988) y Jensen (1998), seguidos por Aikhenvald, quien propuso un sistema evidencial bipartito entre una marca de “reportado” y “todo lo demás” (2004: 31). Otra perspectiva adoptada ha sido la de la enunciación mediatizada; en esta línea hay que destacar los aportes de Cabral (2000 y 2007). En estos últimos trabajos, la autora se dedica específicamente a este tipo de marcadores en más de veinte lenguas de la familia tupí-guaraní desde un enfoque tipológico. Señala que las lenguas de esta familia presentan partículas que distinguen informaciones (a) basadas en la experiencia personal del locutor, (b) obtenidas a través de una tercera persona, (c) obtenidas a través de dizque, (d) adquiridas en sueño, (e) provenientes de un mito y (f) resultantes de una inferencia (Cabral 2000: 5)5. Esto le permite reconstruir el sistema siguiente en el proto-tupí-guaraní: *rakó ~ kó ‘constatado por el hablante’, *raꞌé ‘no constatado por el hablante (mediativo)’, *je ‘dizque (mediativo)’ y *nipo ~ *ipó ~ *pó ‘inferencial (mediativo)’. A este sistema añade la forma *raꞌú (dubitativo), la cual remite a la expresión de la evidencialidad onírica según Kracke (2009). Cabral coincide con Aikhenvald en la idea de un sistema bipartito, que divide entre “atestiguado” y “mediativo”, pero distingue para este segundo grupo cuatro subcategorías (experiencia asociada a otro/dizque/mito/sueño), a lo cual añade una subcategoría de lo probable o de la duda que califica de “modalidad alética” (2007: 288-289). Este análisis concuerda en parte con la propuesta de Seki (2007), quien propone también subdividir las marcas mediativas según el modo de acceso a la información para la lengua kamayura (tabla 1):
Fuente de la información |
Tercera persona: Locutor : atestiguado > rak |
reportado > je |
Tipo de evidencia |
Directa |
previa > heme visual > ehe auditiva > po |
Indirecta |
inferencia externa > inip inferencia interna > aꞌa |
Tabla 1: Marcas mediativas en kamayura según Seki (2007: 264)
Sin embargo, esta oposición no siempre es retomada por los autores con la misma terminología. Así, encontramos también la idea de una oposición entre lo atestiguado y lo mediativo también en Magalhães (2007), pero esta autora apunta tres “formas evidenciales” para la lengua guajá: araká ‘atestiguado por el locutor/pasado reciente’, arakaꞌi ‘atestiguado por el locutor/pasado lejano’ y jé ‘atestiguado por un tercero’; a estas formas agrega dos partículas “epistémicas”: raꞌa ‘dubitativa’ et ajpó ‘de posibilidad’ (2007: 82-84). Para la lengua Emerillon-Teko, Rose recurre al término “testimonial” para calificar la partícula correspondiente al atestiguado -rako (Rose 2011: 306). En cuanto a Carvalho (2013), este autor califica este conjunto de formas de “epistémicas”, incluso si describe, para la lengua mbya, un sistema muy similar al que hemos referido anteriormente: raꞌe ‘atestiguado por otro, con ocurrencia reciente’, rakaꞌe ‘atestiguado por otro, hace mucho tiempo’, dje ‘conocimiento compartido por la colectividad’, aipo ‘evidencia sonora’, kuri ‘atestiguado por el hablante recientemente’ y karamboae ‘atestiguado por el hablante hace mucho tiempo’ (2013: 107-115).
Otros autores retienen un sistema de significantes algo diferente bajo la supercategoría “evidencialidad”, como es el caso de Dietrich (2010), quien estudia las categorías de tiempo, aspecto y evidencialidad en guaraní paraguayo y en chiriguano. Sin embargo, si bien este autor retoma la idea según la cual la forma raꞌe, en guaraní paraguayo, “permite expresar que el hablante no atestigua lo dicho” (2010: 78), opone la forma ndaje ‘no atestiguado’ al sufijo átono -ma que analiza como “la evidencia de resultado atestiguado” (2010: 78). Dietrich prosigue con el análisis de la forma voi como marca de “evidencialidad asertiva” (2010: 79) y señala un segundo tipo de evidencialidad mediante la marca de realización continua de la acción -ĩ que, según él, no se limita a esta función ya que esta indica que “el hablante insiste en la existencia del hecho garantizada por él mismo” (Dietrich 2010: 79).
Finalmente, Cerno (2011) propone otro sistema para el guaraní correntino, el cual no se funda solamente en la fuente enunciativa sino en los indicios o pruebas de los cuales dispone el hablante en el contexto inmediato (tabla 2):
Evidencia |
Directa |
no disponible hue-he |
||
disponible |
presente |
haꞌe - ꞌe |
||
de resultados |
ma |
|||
Indirecta |
ndaje - ndae |
Tabla 2: Partículas evidenciales en guaraní correntino según Cerno (2011: 206)
Sin ser exhaustiva, esta breve revisión de la bibliografía sobre epistémicos y evidenciales en lenguas tupí-guaraní permite comprobar que las conclusiones extraídas de los análisis no solo dependen de las variantes dialectales estudiadas sino que están también subordinadas a las categorías semánticas elegidas y a la forma en que éstas son entendidas por los estudiosos.
Epistémicos y evidenciales en el guaraní misionero
Fundándonos en estas observaciones, nos hemos propuesto indagar en las gramáticas misioneras con el fin de comprobar cuáles podían ser los morfemas vinculados con estas modalidades y ver de qué manera habían sido tratados por los gramáticos jesuitas6. Para eso, no solamente hemos buscado las formas atestiguadas por los estudiosos como evidenciales y epistémicas en lenguas del tronco tupí-guaraní actual sino que hemos tratado de observar todas las formas que, según las traducciones y glosas proporcionadas por los gramáticos, podían tener algún vínculo con estas categorías semánticas. Este vaivén entre las traducciones, glosas y aportes de la lingüística contemporánea nos ha parecido imprescindible dado que (i) los estudios tipológicos sobre lo que puede haber sido el sistema en proto-tupí-guaraní constituyen solamente una hipótesis (Cabral 2000 y 2007), (ii) es posible que algunas formas del guaraní misionero hayan desaparecido completamente de las variantes actuales y (iii) era nuestra voluntad comprobar si era posible deducir del conjunto de estas formas algún esbozo de sistematicidad, por lo menos desde un punto de vista semiológico.
Método y resultados
Al consultar las obras de los dos misioneros jesuitas, podemos constatar la presencia de nueve formas en guaraní misionero que parecen estar vinculadas –por lo menos desde un punto de vista etimológico– con formas analizadas como “evidenciales” o “epistémicas” en otras variantes del tronco lingüístico tupí-guaraní: -haꞌe, -rako, -raꞌe, raꞌu, -je/ndaje, -ma, -po/-nipo. A estas nueve formas, hemos decidido agregar para nuestro estudio todas aquellas que, según las glosas y/o traducciones de los gramáticos, podían tener alguna relación con los campos de lo epistémico y lo evidencial. Para eso, hemos seleccionado todas las entradas cuyas glosas y/o traducciones contenían elementos del campo léxico de la duda (“acaso”, “quizás”, “probable”, “posible”, “duda”, “dudoso”, “por ventura”), de la aseveración (“ciertamente”, “cierto”, “verdaderamente”, “verdad”), de la falsificación (“falsamente”, “falso”) y también las formas cuyas glosas podrían estar relacionadas con el acceso a la fuente de información (“cuando el indio/los indios ve(n)”, “cuando se ve”, “cuando el indio/los indios oye(n)” “indicios”, “señal(es)”, etc). La aplicación de este método arroja luz sobre una gran cantidad de expresiones relativas a esas nociones en guaraní misionero, pues son más de noventa las formas relacionadas con esos dos campos semánticos en las dos obras estudiadas.
Sin embargo, dentro del conjunto, no todas las formas tienen el mismo estatuto:
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muchas de ellas se explican por la mera aglutinación de varios morfemas entre sí: así, aje ‘verdad?’ permite formar las entradas ajepako, ajeraꞌúje, ajete, ajetevyvi, ajeteraꞌu, etc.;
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otras son, según los gramáticos, simplemente variantes dialectales (por ejemplo, aru’ã ‘probable’, equivalente de vykatu o vyvi);
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no todas tienen carácter obligatorio ni tampoco el mismo funcionamiento sintáctico.
Primeros análisis
A partir de esta compilación, hemos observado si los morfemas presentaban alguna sistematicidad en su semiología con el fin de comprobar si su pertenencia a campos semánticos afines se manifestaba por la presencia de cognemas, es decir de fonemas que, por su posición recurrente y/o alternancia con otros fonemas en signos de un mismo campo semántico, pueden ser considerados como operadores cognitivos que están en el origen de la emergencia de la significación7.
Lo que hemos podido notar es que si existe alguna sistematicidad semiológica en estos morfemas, esta no se manifiesta solamente en los morfemas de epistemicidad o de evidencialidad, sino que muchas formas parecen estructurarse en torno a una acepción más amplia de la modalidad, vista como la forma en la que el hablante se posiciona en cuanto a la apropiación de lo enunciado. Efectivamente, parece que en guaraní misionero, la presencia de los submorfemas (o cognemas) -R-, -N- y -P- explica en gran medida los significados de los morfemas recopilados por los gramáticos en los campos de las modalidades epistémica, evidencial, interrogativa e intersubjetiva. Lo formulamos con las hipótesis siguientes:
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la presencia del cognema -R- en ataque de palabra (posición de mayor semántica) da la instrucción de concebir el signo que informa como una relación, de allí el carácter reflexivo y metalingüístico del hablante sobre lo que dice. La asociación de este cognema con elementos deícticos es la que marca la diferencia entre los signos en el campo evidencial. Así, rako, raꞌe, raꞌu, reꞌa, rera tienen todos en común en su significado el que el hablante relacione lo dicho, (i) con su esfera inmediata (de allí la asociación con el deíctico ko ‘esto’ en la forma rako), (ii) con su esfera mediata (en el caso del mediativo raꞌe, parece que se puede explicar por la asociación de ra- y el deíctico eguĩ ‘ello’, el cual habría sufrido una aféresis de la segunda sílaba), iii) con algo ficticio o simulado (raꞌu = -R- + aꞌu), o iv) a algo que se acaba de decir (rera, reꞌa). Es también lo que podría explicar el significado de rano ‘otra vez, también’ como morfema de relación de dos enunciados consecutivos (asociado con el morfema no ‘también’).
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la presencia del cognema -N- en ataque de palabra indica que el hablante vincula lo dicho a su interioridad, ya sea porque lo atestigua (ne, ni, niko, nãnga, nanga, niã), ya para expresar el que dude de ello (de allí la asociación de ni con po en nipo).
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la presencia del cognema -P- indica que con el signo se delega la apropiación del hablante: ya sea porque hace una pregunta directa (interrogativos pa, pako, piko, pã, pãnga, etc.), ya porque no hay indicios visuales que permitan atestiguar lo dicho (po).
Balance
Si nos atenemos al campo de la modalidad en sentido amplio, podemos plantear la hipótesis de que la lengua guaraní de la época misionera presentaba un sistema modal que semiológicamente giraba en torno a los operadores cognemáticos siguientes:
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R = operador de posicionamiento metadiscursivo de quien reflexiona sobre lo que dice;
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N = operador de posicionamiento del hablante (apropiación);
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P = operador de delegación al alocutario (mandar hacer, preguntar, pedir confirmación > dudar).
Estas son las hipótesis que podemos formular al comparar las categorías semánticas disponibles, y aquello que da a ver la estructuración semiológica del idioma. Ahora bien, lo interesante es que este vaivén entre enfoque onomasiológico y enfoque semasiológico, es decir entre categorías ya pensadas de las que disponemos en el siglo XXI y basadas en la observación del funcionamiento de otros idiomas y el idioma particular que uno pretende estudiar, es análogo a lo que hicieron los misioneros Montoya y Restivo en los siglos XVII y XVIII, respectivamente.
2. Marcadores epistémicos y evidenciales del guaraní: enfoques misioneros
En el Tesoro de la lengua guaraní y el Arte de la lengua guaraní, publicados en 1639 y 1640, respectivamente, el padre jesuita Antonio Ruiz de Montoya trataba de hacer algo muy similar: estas obras constituyen precisamente uno de los primeros intentos de gramatización y objetivación de la lengua guaraní para proporcionar a los misioneros las herramientas lingüísticas necesarias para la comunicación. Como lo expusimos anteriormente, sabemos que este proceso de gramatización fue contemporáneo del de los vernaculares europeos. Pero la gramatización de las lenguas nativas americanas y del guaraní en particular suponían superar dificultades adicionales: la lengua guaraní era exclusivamente oral, presentaba un alto grado de fragmentación dialectal y los misioneros no podían contar con ningún conocimiento epilingüístico en el que pudieran apoyarse (conocimiento intuitivo). Es por esta razón por la que recurrieron a la ayuda de « traductores » –cuyos idiolectos fueron elevados al rango de norma–, quienes los ayudaron a dividir el lenguaje hablado en diferentes unidades lingüísticas; unidades que tendrían que calificar y ordenar en gramáticas y diccionarios.
De este modo, la dimensión oral de la lengua, combinada con el propósito básicamente comunicacional del aprendizaje del guaraní, hicieron que se prestara una atención muy puntillosa y circunstanciada a distintas estrategias conversacionales. Entre estas, podemos destacar el uso de los marcadores evidenciales y epistémicos ya que, incluso si el conocimiento lingüístico de la época aún no permitía que estos fueran etiquetados como tales en los paradigmas de la “gramática latina extendida” (Auroux 1994) en que se fundaron los padres Montoya y Restivo, la necesaria consideración de la oralidad explica por qué podemos observar este creciente interés por parte de estos gramáticos, por la dimensión interlocutiva, performativa e incluso metadiscursiva de estos morfemas modales, que los llevaron mucho más allá de lo que podría ser una visión restringida de la tradición epistemológica grecolatina.
Primeros intentos de objetivación: la obra del Padre Antonio Ruiz de Montoya
2.1.1. Montoya, obra y proyecto
Antonio Ruiz de Montoya, nacido en Lima en 1585, se educó en Tucumán, Argentina, antes de vivir en la provincia de Guairá a partir de 1612 (Melià 2012). Allí aprendió guaraní y recurrió a informantes para recopilar sus notas sobre el uso del idioma, notas que utilizaría después para la elaboración de sus diccionarios y su gramática (Dietrich 1994-1995: 288), que imprimió a mediados del siglo XVII durante un viaje a Madrid. Las influencias recibidas por Montoya son probablemente diversas: sabemos que la gramática de Anchieta (1595) estaba disponible en Paraguay (San Martin la usó desde 1610), pero puede que haya usado las notas gramaticales del padre franciscano Luis de Bolaños. También conoció al padre Diego González Holguín, cuya gramática quechua circulaba. Además, se entrenó con jesuitas de diferentes orígenes (misioneros italianos y peruanos) y ciertamente conoció el modelo del jesuita portugués Manuel Álvares (1526-1583), cuyo método de latín se recomendó en el plan de estudios de los colegios jesuitas.
2.1.2. Los límites de la Gramática Latina Extendida (GLE)
Montoya parece dividido entre el idioma que escucha a través de sus informantes y el deseo de traducirlo en las categorías gramaticales de lo que Auroux llama la “Gramática latina extendida”: compara, invalida o confirma constantemente la adecuación de los morfemas a aquello que conoce de las lenguas románicas, latinas o griegas y siempre acaba proponiendo una traducción en español, necesariamente insatisfactoria.
Este es generalmente el caso de los morfemas modales que hemos identificado para nuestro estudio: estas formas aparecen alternativamente entre las “conjugaciones” (de pretérito para rako y raꞌe, por ejemplo), los “interrogativos”, los demostrativos y/o adverbios que se traducen casi siempre por “cierto” o “ciertamente”. Hay algunas contradicciones entre su gramática y su diccionario: aunque clasifica estos morfemas modales entre las conjugaciones en su gramática, se deduce en el diccionario donde estos términos aparecen como adverbios que indican que “hemos visto el hecho pasado” o, precisamente, que “hemos obtenido la información de otra fuente”.
Montoya no percibe diferencia alguna entre los morfemas metadiscursivos que empiezan con el cognema R y los que indican que los hablantes se comprometen con la información, ya que lo subsume todo bajo la traducción “ciertamente”. Así es como traduce el morfema -ra por “ya, otra vez”, igual que reꞌa, que glosa por “lo mismo que -ra”, mientras que veremos cómo su sucesor percibe la dimensión interlocutiva de este morfema. El diccionario le permite definir a Montoya estos morfemas uno a uno, pero también podemos percibir la incomodidad que surge de la falta de correspondencia entre las formas del lenguaje y las categorías de análisis a su disposición (fragmentos 1 y 2):
Al fin y al cabo, es en su diccionario (Tesoro de la lengua guaraní, 1640) donde presenta sus mejores hallazgos (por ejemplo indica que vy remite a “indicio”, po a un “demostrativo de lo que se oye”, etc.). Pero más interesante aún es ver cómo el tratamiento de estos morfemas evoluciona en esta misma gramática anotada por el padre Restivo, y editada casi un siglo más tarde.
2.2 Un interés creciente por la dimensión oral del guaraní: el aporte del padre Restivo
2.2.1. Paulo de Restivo
Paulo Restivo nació en Mazzarino, Italia, en 1658. Llegó a Buenos Aires en 1691 y se estableció en 1694 en la reducción de Candelaria. Restivo presenta su gramática como una actualización del trabajo de Montoya: se compromete a anotarlo para explicar las transformaciones experimentadas por el idioma guaraní (dado que él no se encuentra en la misma región), en un momento en que las misiones están bien estructuradas.
Los escritos de este misionero se caracterizan, en particular, por la aparición explícita de la presencia de informantes, indios y literatos (“personas inteligentes en la lengua Guaraní”, “lo más selecto”), de cuyo idiolecto Restivo se vale como fuente pero también como norma de referencia, mencionando hasta sus nombres8: “Los autores, que se citan, son: Ruíz, Bandini, Mendoza, Pompeyo, Insaurralde, Martínez y Nicolás Yapuguay, todos son de primera clase”. De esta manera, asistimos a un verdadero giro en las estrategias de gramatización del idioma, pues Restivo elige centrarse en el uso oral de los hablantes nativos, lo cual tiene como consecuencia, según afirma Brignon, que
[l]es ouvrages de la décennie 1720 se présentent alors tout à la fois comme une célébration du labeur des linguistes jésuites du XVIIe siècle (au premier rang desquels figure Montoya) et comme la réactualisation de cet héritage à partir d’un contexte socio-linguistique différent, marqué par un fort brassage inter-ethnique au sein des réductions. […] Restivo aurait fait le choix d’un nouveau processus de normalisation, pensé cette fois à partir d’une appréhension pragmatique et plurielle du langage effectivement parlé dans les missions. (2017: 28, el subrayado es nuestro),
Esto se manifiesta en su revisión de la obra de Montoya, que él retoma a la luz de esta atención a la dimensión oral y fluctuante del lenguaje, lo cual, como vamos a ver, va a tener consecuencias sustanciales en relación con la evolución de los saberes epistemológicos sobre la lengua guaraní.
2.2.2. Revisión de Montoya
La gramática anotada de Restivo se divide en tres partes: el Arte, en la que retoma la presentación de Montoya, el apéndice y el suplemento. Pero bajo el pretexto de anotar y actualizar el trabajo de Montoya, Restivo propone avances considerables en el discurso metalingüístico sobre el idioma guaraní:
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En cuanto a la morfología, relaciona los morfemas modales que hemos descrito con los deícticos y los morfemas interrogativos al tiempo que percibe el carácter metadiscursivo de algunas de estas formas;
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En cuanto a la sintaxis, al proporcionar muchos detalles sobre el posicionamiento de los morfemas y su carácter obligatorio;
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En el nivel pragmático, al dar también muchos detalles sobre el contexto enunciativo y el carácter intersubjetivo de estos morfemas;
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Y por último, desde un punto de vista epistemológico, ya que especifica lo que uno debe entender por las categorías empleadas.
Así, Restivo califica los adverbios de Montoya de “partículas demostrativas”, “porque son compuestas de la partícula na l. ni y de los pronombres demostrativos a, ko, uku l. ukui, uguĩ, l. eguĩ, pues regularmente afirman como demostrando y señalando la cosa o persona de la cual se habla o de la cual ambos han hablado y tienen noticia de ella”. También especifica que el morfema no mediativo -rako no debe atribuirse a la expresión de temporalidad y logra percibir que -ra, que Montoya traducía por “ya, otra vez”, tiene carácter metadiscursivo: “Ra es partícula afirmativa de quien reflecte sobre lo que dice”. Algo muy novedoso e interesante es que Restivo coteja los morfemas de apropiación de la información –incluso si no lo dice así– con los que implican delegar esta apropiación, al proporcionar numerosos ejemplos de alternancias en distintas situaciones interlocutivas: “Con las dichas partículas de pregunta tienen correspondencia las partículas afirmativas, de las cuales se hablará en el párrafo siguiente, ut: haꞌe piko, ‘¿es eso?’ y responde haꞌe niko, ‘eso es’, mudando la /p/ en /n/”.
Por otra parte, enriquece considerablemente la gramática con ejemplos, al tiempo que especifica las categorías utilizadas, aunque no siempre resulten satisfactorias, hecho del que parece ser consciente: “Dícense »afirmativas«, no porque se usan solamente en las oraciones afirmativas, pues se hallan también en las negativas, sino porque aseveran dando fuerza a lo que se afirma o se niega, de suerte que si se dejan, queda la oración insulsa y sin viveza.” Restivo se basa en el trabajo previo de los misioneros pero también en una cuidadosa consideración de la oralidad: estas formas evidenciales y epistémicas eran (y siguen siendo) tanto más difíciles de describir por cuanto no corresponden a nada conocido, por lo menos en la tradición gramatical grecolatina. Pero el tener en cuenta la oralidad, tanto como fuente del cuerpo de trabajo, en contacto cercano con los informantes, como también como un proyecto didáctico, hace que Restivo intente restaurar la importancia de estas formas para que la comunicación no aparezca “insulsa y sin viveza”, según sus propias palabras.
Resulta evidente que el propósito de Restivo no era promover el conocimiento de la lingüística por el arte, sino para hablar bien y evangelizar bien. Sin embargo, incluso hoy en día, esta dimensión intersubjetiva del lenguaje, fundamental para la descripción de los hechos lingüísticos, incluso en los sistemas lingüísticos aún no se ha tenido suficientemente en cuenta. Hay que admitir que, para la época, el progreso ha sido real: al menos en el nivel metalingüístico.
Conclusiones
El cotejo del tratamiento de los morfemas epistémicos y evidenciales –que hemos tratado de circunscribir onomasiológica y semasiológicamente en la primera parte de este trabajo– en tres obras misioneras (1639, 1640 y 1724) muestra cómo, a pesar de que los gramáticos partieran de una tradición epistemológica grecolatina bien establecida, surge paulatinamente la necesidad de cuestionar y revisar las categorías de estudio para enfrentar un corpus oral que servía a la vez como fuente de información y como objetivo de comunicación. Como hemos podido ver, el hecho de que los campos de la evidencialidad y de la epistemicidad no estén gramaticalizados de forma tan sistemática en las lenguas románicas, hace que los conocimientos metalingüísticos progresen de forma sustancial en la obra de Restivo, en particular en los campos de la pragmática y de la epistemología, desembocando en una mirada novedosa sobre las lenguas, y en particular sobre el guaraní. Con esto, asistimos a un cambio en la actitud de los jesuitas hacia la diversidad lingüística de la comunidad, hecho que, para retomar las palabras de Cerno y Obermeier, es también un “hecho que conduce a una nueva valoración del discurso indígena” (2013: 35).