Carolina de soto y corro, entre la literatura y el catequismo : Mauca, novela publicada en 1917

Texte

Carolina de Soto y Corro (1860-1922) fue una escritora y periodista reconocida en su tiempo1, con un amplísimo corpus literario en el que la autora compagina la poesía, el teatro y la novela con la presencia de artículos, ensayos y narrativa breve en las páginas de innumerables periódicos que se publicaban tanto en su Andalucía natal como en la capital del reino u otras ciudades importantes de la península. No conviene olvidar que Carolina de Soto y Corro cosechó un extraordinario éxito con sus composiciones poéticas y obras teatrales dedicadas a ser leídas o representadas en las escuelas2. Recordemos, solo como botón de muestra, algunos de sus títulos más conocidos y aplaudidos: El santo de la aldea (1885), El faro de la virtud. Libro de lectura para las escuelas (1887), El diablo en el púlpito (1889), Americanistas ilustres (1889)3, Colón y América. Poema histórico (1892), Vicios y virtudes. Colección de cuentos y novelas cortas (1894), Glorias de los Alfonsos Reyes de España (1902), Odas, poemas, leyendas (1907), Monedas y billetes (1919) Asimismo tampoco conviene olvidar su participación en la prensa, pues a pesar de ese carácter conservador y católico que se aprecia en sus obras literarias y artículos de opinión, pronto parece darse cuenta de que a través de las colaboraciones periodísticas la mujer encuentra el camino idóneo para participar en el ámbito cultural4. Carolina de Soto y Corro comenzó su carrera periodística en El Guadalete, un periódico jerezano que recogió sus primeros poemas a partir de la década de los años setenta del siglo XIX. Estimulada sin duda por la presencia desde principios de siglo de publicaciones dedicadas e, incluso en ocasiones, dirigidas por mujeres, decide en enero de 1880 fundar, editar y dirigir una revista titulada Asta Regia. Semanario de Ciencias, Letras, Artes e Intereses locales que es sin duda un reflejo impagable de la ideología, pensamiento e intereses de la autora, pues, durante tres años y medio -la revista finalizó su publicación el 18 de junio de 1883- Carolina de Soto no sólo dirige la publicación, sino que incluye numerosas colaboraciones tanto de índole poética, como ensayística. Es decir, por un lado, como responsable última de la publicación, tiene la potestad de vigilar el contenido de los artículos escritos por los colaboradores, mientras que por otro, al participar en la redacción de la misma, nos desvela a través de la creación literaria, el estudio histórico o el ensayo su propia forma de ver el mundo, sus preocupaciones e intereses primordiales. La situación y educación de la mujer se convertirán en uno de los temas que más preocupa a la escritora, sin que ello sea impedimento para que se introduzcan otros asuntos o temas5. A este respecto y dado que vamos a analizar en este trabajo específicamente su novela Mauca, conviene fijarnos en un artículo, « La joven cristiana », que publicó en dos números consecutivos de Asta Regia, los correspondientes al 25 de octubre y al 1 de noviembre de 1880. En este artículo se aprecia su postura conservadora, defensora a ultranza de la bondad de la religión católica como camino para alcanzar la perfección humana. En el primer número traza el comportamiento de la mujer que pertenece a la clase acomodada y trata de imbuir la exigencia de alcanzar un modelo femenino donde las virtudes religiosas sean su signo de identidad: humildad, castidad, caridad, cumplimiento de los preceptos religiosos. No obstante, Carolina de Soto y Corro reclama para estas mujeres una esmerada instrucción, una amplia educación en ciencias, artes e idiomas, pues potenciado su capacidad intelectual, aumentan sus recursos para enfrentarse a la maldad del mundo. La escritora defiende la educación femenina, pero su objetivo no es lograr una cierta emancipación de la mujer o el reconocimiento de un derecho consustancial al ser humano, sino que su postura contribuye a perpetuar el modelo femenino arraigado en la época, pues trata de convencer a sus lectoras de que la misión de esa mujer nacida en los círculos acomodados es alcanzar su madurez convertida en « digna esposa, tierna y obediente; que consuele y ayude al marido a sobrellevar las grandes dificultades de la vida, y sea una madre buena y cariñosa, que enseñe con su piadoso ejemplo a sus amados hijos, la senda de la virtud » (DE SOTO, 25-10-1880, 2). Postura que se aleja de la defendida unos años más tarde por autoras, como Emilia Pardo Bazán, más combativas en el terreno de la conquista de la igualdad social entre hombres y mujeres y que proclaman sin prejuicio alguno el derecho de la mujer a recibir una educación idéntica a la del varón y ejercer una profesión6. Las firmes convicciones religiosas de la escritora se reflejan fundamentalmente al tratar sobre la educación de la mujer humilde, comenzando la segunda parte del artículo ensalzando a esa joven de escasos recursos y comodidades que se conserva pura y virtuosa a pesar de vivir inmersa en todo tipo de necesidades y dificultades. Carolina de Soto y Corro exhorta a la misma a vivir « conforme en un todo con su suerte y espere en Dios que premia con largueza las virtudes y la resignación de los que sufren con paciencia las grandes adversidades de la vida » (DE SOTO, 1-11-1880, 2). No obstante, si bien es verdad que no reclama para ellas una educación en ciencias, artes o letras, postula la necesidad de formarlas en la doctrina cristiana, fundamentalmente a través de su propia madre, pero también haciéndolas acudir a esos « centros de beneficencia sostenidos y dirigidos por celosas corporaciones y asociaciones piadosas, y que se llaman academias gratuitas » (DE SOTO, 1-11-1880, 2). De esta forma estas jóvenes de origen humilde siempre encontrarán amparo y protección ante las adversidades de la vida.

Conviene recordar a este respecto que durante la época de la Restauración se potenciaron por parte de la Iglesia el ejercicio de la beneficencia, ofreciendo un servicio educativo y de protección del que carecían los sectores sociales humildes. Las escuelas católicas de enseñanza elemental, tanto diurnas como nocturnas, se incrementaron extraordinariamente para paliar la ignorancia de niños y adultos. También se potenciaron « las escuelas dominicales para las niñas, las escuelas de artes y oficios, las primeras escuelas profesionales y la fundación de importantes patronatos dedicados a la formación de la juventud obrera. A principios del siglo XX la Iglesia regentaba la cuarta parte de las escuelas primarias en España y el 80 por 100 de los establecimientos de segunda enseñanza » (Revuelta González: 2002: 1005)7. La creación de centros asistenciales para personas necesitadas fue una gran aportación del clero y los seglares más comprometidos con su fe. El sostenimiento de hospitales, asilos, hospicios y centros de acogida y educación contribuyó a mejorar en no pocas ocasiones la suerte o el destino de muchos españoles de este tiempo. Es evidente que Carolina de Corro y Soto estaba convencida de la aportación eficaz y abnegada que proporcionaban todos estos centros asistenciales que generalmente estaba a cargo de congregaciones religiosas femeninas o asociaciones de mujeres seglares, tal como se pondrá de manifiesto en su novela Mauca8.

Como en toda literatura devota, a la manera del padre Luis Coloma, Navarro Villoslada, Antonio Trueba, Fernán Caballero, etc., Carolina de Soto y Corro también utiliza su pluma para, en un primer momento, denunciar una situación determinada y, en segundo lugar, ofrecer un camino, una senda ejemplar que ilumine la mente y el corazón de sus lectoras. En Mauca existe una clara denuncia a la situación en que se encuentra gran parte de la infancia. Carolina de Soto y Corro siguiendo la estela de lo llevado a cabo por Galdós en obras tan memorables como Marianela o La desheredada, Emilia Pardo Bazán en su descripción referida a Perucho en Los Pazos de Ulloa o Pereda mediante la etopeya de Cafetera en El raquero, convierte en protagonista de su relato a una joven de trece años que vive en las calles de un pueblo agrícola próximo a Madrid, El Portillo. Una niña que, como el resto de niños, deambula por este entorno sin vigilancia o cuidado alguno de sus familiares. Los adultos se entregan a las rudas faenas agrícolas buscando su sustento, sin preocuparse de cuidar y educar a sus hijos. Así, vivieron ellos su infancia y así viven sus hijos la suya:

Ellos se habían criado así también, en medio del arroyo, casi en cueros, en unión de los cerdos y demás animales que pernoctaban bajo el mismo techo de sus amos, en el reducido hogar, albergue, a veces de numerosa familia, en insano y repugnante conjunto […] Los padres habían crecido como los hijos: en completa libertad, a la intemperie, sin miedo al calor ni al frío, sin dirección e higiene, ni obligación de saber de letras ni de nada hasta la edad en que pudieron manejar el azadón, el escardillo, la hoz y los demás útiles de labranza, y les parecía lo más lógico y natural que los muchachos siguieran la misma marcha (DE SOTO, 1917, 10 y 13).

Las circunstancias de la protagonista agravan su situación, pues la madre de Mauca es un ser despreciable9, alcohólica, ladrona, que se desentiende por completo de la niña y no duda en enviarla a Madrid para que se gane la vida siguiendo el mal ejemplo de su hermana mayor, que ha terminado amancebada con un ricachón. La moral y la ética son palabras vacías de significado para ella, lo único que le interesa es que sus hijas le envíen dinero para sufragar sus vicios y vivir lo mejor posible, sin preocuparle lo más mínimo la procedencia del mismo. Frente a este modelo negativo de conducta Carolina de Soto y Corro contrapone el ejemplo positivo, el anciano párroco del pueblo, el padre Antonio, que afligido por la situación de desamparo de Mauca, siempre tiene un plato de comida para la niña y trata de inculcar en ella unos principios morales que la guíen en su vida. Pláticas religiosas y consejos que ella escucha embelesada en su presencia, aunque en cuanto vuelve a la calle parezca olvidarlos. Esta vida cotidiana se interrumpe cuando la madre decide enviar a Mauca a Madrid al lado de su hija mayor para que aprenda a vivir por su cuenta.

Es, precisamente, en estos primeros capítulos de la novela donde vamos a encontrar su decidido carácter didáctico, pedagógico y adoctrinador del relato de Carolina de Soto, pues la niña abrumada por tener que abandonar el único entorno conocido, acude al párroco en busca de consuelo. En la conversación que ambos sostienen, en las palabras del padre Antonio, es donde la escritora, además de ponderar los principios morales y religiosos de la fe católica, reitera sus ideas sobre la situación social de la mujer pobre, abocada a una fácil prostitución. Principios expuestos ya en el artículo publicado en 1880, desmenuzados, explícitos, en estas páginas y que se ejemplifican en el desarrollo posterior de la novela para reforzar la veracidad de los mismos.

Cuando Mauca da cuenta de su preocupación al padre Antonio, este trata de consolarla poniéndole como ejemplo a Jesucristo « que dio el más alto ejemplo de sumisión al dejarse sacrificar y escarnecer por sus enemigos, sufriendo muerte afrentosa por la salvación de los pecadores » (DE SOTO, 1917, 29). Con este ejemplo el anciano párroco quiere que Mauca se conforme con su suerte, ya que, como se solía afirmar desde los púlpitos de las iglesias, el hombre ha venido al mundo a padecer más que a gozar y por lo tanto debía aceptar las circunstancias más adversas de la vida con total resignación si quería hacerse merecedor de la salvación eterna10. Mauca, conmovida, escucha al padre Antonio el discurso que le dirige sobre los deberes de la mujer, las perfidias de los hombres y los males que acechan a las jóvenes que, como ella, tienen que peregrinar solas por la tierra. Insistirá en la idea de que el honor u honra de una mujer, junto la salvación de su alma son los dos valores que debe preservar siempre, huyendo de hombres sin escrúpulos que a cambio de ciertos favores podrán proporcionarle algún bienestar económico. Por el contrario, una joven como Mauca debe buscar un trabajo honrado al lado de personas que, a cambio de sus servicios, le den un sueldo y cubran sus necesidades, pues los pobres no tienen más recurso que el trabajo, la servidumbre y el sacrificio propio en aras del bienestar ajeno; mas sometiéndose de buena voluntad, con agrado y con paciencia; teniendo en cuenta que es preciso sufrir con calma y con humildad las molestias del servicio, que no son pocas; las impertinencias que tengan los señores y las genialidades de todas las personas, pequeñas o grandes, con quienes haya de tratar, en unión de las cuales o bajo cuya dependencia se viva (DE SOTO, 1917, 29).

La plática entre el bondadoso párroco y Mauca concluye con una nueva recomendación y advertencia, pues le señala a Mauca que en cuanto salga del pequeño pueblo que la vio nacer dejará de ser una niña y tendrá que conducirse con el aplomo y seriedad de una mujer adulta, cumplir con las obligaciones que contraiga con sus amos, socorrer a su madre económicamente en la medida de lo posible y aprovechar su estancia en Madrid para instruirse, « aprendiendo a leer, escribir, cuentas, religión y los quehacer propios de su sexo, principalmente los de tu cargo, todo esto muy necesariamente para que puedas manejarte en el mundo y sepas defenderte de las contrariedades y luchas de la existencia » (DE SOTO, 1917, 33-34), de ahí que le recomiende recurrir a las escuelas dominicales, o a cualquier centro de enseñanza sostenido por Asociaciones benéficas en las que reciben educación las criadas y obreras. Carolina de Soto cita de modo inconcreto estas instituciones situadas, según indica, en las calles de Fuencarral y en la de Rodríguez San Pedro. El único nombre concreto que nos ofrece es el de una institución religiosa denominada Servicio Doméstico, que la autora no describe. Según los datos recabados dicha institución surgió en 1889 y su finalidad era acoger a las mujeres que desde distintos puntos rurales acudían Madrid dispuestas a desempeñar un empleo honesto a cambio de un sueldo a fin de contribuir al sustento de sus familias. Su origen se debe a Vicenta María López Vicuña, fundadora de la obra religiosa María Inmaculada, que, consciente de que las jóvenes que venían a servir a la capital podían ser presa fácil del abuso, de la delincuencia o de la prostitución, abrió este centro para proporcionarles una formación religiosa, cultural y profesional11. No obstante, se debe hacer constar que en el desarrollo posterior de la novela esta institución no juega ningún papel relevante, pues la protagonista, en un momento de especial dramatismo, recordará la existencia de un papel donde el padre Antonio anotó una dirección a la que acudir en caso de apuro: el Asilo de la Santísima Trinidad, Marqués de Urquijo, 16. Se refiere al Asilo de Beneficencia de las Hermanas de la Santísima Trinidad, fundado en 1885, para acoger a las jóvenes de vida disipada que se encontraban en las cárceles o en los hospitales. En 1892 se trasladan, tal como apunta Carolina de Soto, a la calle Fuencarral, ampliando el número de colegialas que podían atender. En esta institución las jóvenes recibían gratis enseñanza religiosa y social, se les proporcionaba alimentos y vestidos y se les instruía para ganarse la vida honestamente. Sabemos, tal como se señala en La Correspondencia de España, 8 de mayo de 1892, que las jóvenes eran adiestradas para trabajar en fábricas de chocolate y de jabón, géneros de punto, bordados de seda y oro, pasamanería y confección de ornamentos sagrados12. Actividades que, a juzgar por lo apuntado en esta novela de 1917, parecen haberse ampliado, pues Mauca termina convirtiéndose en una experta cajista en la sección de imprenta existente en el Asilo13.

La novela, a partir de este momento, se desliza por derroteros, aunque muy suavizados, del relato folletinesco, a través de una esmerada y convincente prosa que nos guía en los avatares que sufre Mauca en la corte y que sirven, como señalábamos en páginas anteriores, de ejemplificación de las ideas expresadas por el bondadoso párroco. Mauca se encontrará con su hermana, que vive cómodamente gracias a su rico protector; se verá acosada en diversos momentos por hombres sin escrúpulos que pretenden aprovecharse de su desesperada situación, siendo víctima también de los celos de otras mujeres… Solo, al final de la novela, encontrará la verdadera paz en el Asilo de las Hermanas de la Santísima Trinidad y la felicidad al lado de Miguel.

Conviene subrayar que la protagonista no es un personaje plano, pues aunque su historia ejemplifique las ideas religiosas de la fe católica que caracterizan a su autora, Mauca duda, comete errores, aunque siempre hay algo innato en su interior que le lleva a repudiar el comportamiento inmoral de los que la rodean. Cuando Mauca se instala en casa de su hermana, acepta de buen agrado la presencia del protector de la misma, pues recibe todo tipo de obsequios materiales. Mauca se repone físicamente, viste con elegancia, perfecciona sus escasos conocimientos sobre escritura, lectura y matemáticas, pule sus modales, recibe alabanzas y regalos de distintos amigos que acuden a la casa… Sin embargo, ese pudor innato y el recuerdo de las palabras del párroco, le hacen declinar los diversos ofrecimientos que recibe y cuando percibe que el protector de su hermana pretende convertirla a ella también en su amante, huye sin despedirse ni siquiera de su querida hermana Juliana. Es entonces, perdida, sola, en medio de la gran urbe, cuando pide ayuda a un joven para que la aleje del tremendo peligro en que se encuentra y la conduzca a una institución, la del Servicio Doméstico, para refugiarse allí. Miguel, prefiere, no obstante a las palabras de Mauca, llevarla a su casa, a fin de que su madre determine qué hacer con la joven. La suerte parece sonreír a Mauca, pues es acogida y apreciada por su actitud recatada, su excelente comportamiento y su indiscutible laboriosidad. Sin embargo, de nuevo Mauca comete un error, pues es incapaz de ser sincera con esta familia que la acoge y le brinda un empleo en su zapatería. La joven no se atreve a contarles la situación en la que se encuentra su hermana Juliana y el porqué de su huida, rodeando su vida anterior de un misterio indescifrable. De ahí que cuando Mauca aproveche los días de descanso para visitar a su hermana, desamparada de su protector y gravemente enferma, despierte múltiples sospechas, especialmente de una de las jóvenes que también trabaja en la zapatería y está enamorada de Miguel. Esta la seguirá una de esas tarde y al verla entrar en una casa de mal vivir, no duda en denunciarla ante la familia, acusándola de llevar una vida de perversión. Mauca, incapaz de contarles la verdad, se verá, una vez más, abocada a la calle, pues la madre de Miguel la arroja de su casa. Será una institución benéfica la que le proporcione a Mauca la tranquilidad material y emocional deseada, pues en el Asilo de Beneficencia de las Hermanas de la Santísima Trinidad encuentra el apoyo y el cariño necesarios para restañar su malherido corazón. El relato, conforme avanza la acción, se complica, ya que Miguel, enamorado de Mauca, siempre tiene fe en la honestidad y bondad de la joven. De ahí que no deje de indagar hasta descubrir a quién visitaba Mauca y descubrir que era a su hermana, ahora, gravemente enferma, en un asilo. A través de ella conocerá la verdadera historia de su enamorada, apresurándose a acudir a su encuentro, acompañado de su madre, para pedirle que vuelva con ellos a casa y acceda a convertirse en su mujer.

Carolina de Soto y Corro introduce en su novela un nuevo asunto relacionado con la vieja cuestión sobre la supremacía del amor divino frente al amor humano. La escritora en su novela parece convencida de que el seglar puede alcanzar el mismo grado de perfección que aquel consagrado a Dios, pues, aunque en un determinado momento parece Mauca decidida a dedicar su vida a la orden de las Trinitarias, en realidad no existe en ella vocación auténtica. Lo que encuentra en este retiro conventual es la ansiada paz no alcanzada fuera de esta santa casa. Las pláticas con las hermanas y la llegada del padre Antonio disiparán sus miedos y será capaz de reconocer el amor que siente por Miguel. Al llegar al último capítulo de la novela, denominado Epílogo, han trascurrido cinco años desde que se celebró su matrimonio, tiene tres hijos y encontramos a la familia pasando el verano en el pueblo natal de Mauca, El Portillo. Allí la protagonista ha podido llevar a cabo un abrigado anhelo: reunir en su casa a las mozas del pueblo, dedicándose a la educación de las mismas, instruyéndolas en religión, lectura y escritura, e imponiendo a las más pobres, en particular a las que, sin otro recurso, tenían precisión de buscar sustento fuera de la localidad, en los conocimientos indispensables para el manejo y desenvolvimiento de una casa de familia, preparando a cada una, según sus aptitudes, para el género de trabajo que podría desempeñar, y hasta para algunos oficios propios de la mujer (DE SOTO, 1917, 29).

El Epílogo concluye con una encendida alabanza a la labor de esos centros de beneficencia existentes en estos momentos, exigiendo la creación de nuevos « asilos docentes, escuelas-hospederías, para muchas pobres y forasteras […] que sirvan de faro y refugio a las que acreditasen no tener ningún otro auxilio » (DE SOTO, 1917, 145). Es evidente que Carolina de Soto y Corro, aun reconociendo la labor social llevada a cabo por órdenes y congregaciones religiosas, aboga por la implicación de los seglares en el desarrollo de actividades benéficas. La escritora, tal como se pone en evidencia al final de la novela, no ve necesario que Mauca profese como religiosa para erigirse en un ejemplo digno de admiración, tal como señala Manuel Machado en la Carta-Prólogo que antecede a la narración:

La nobleza de sus sentimientos, la energía de su voluntad para escapar de las solicitaciones del lujo y de la holganza vergonzosa; su resignación cristiana ante la desgracia y la calumnia, que amenazan destrozar su porvenir, la convierten verdaderamente en modelo y prototipo de heroínas admirables […] En fin, querida amiga, usted ha escrito la más amable de las novelas, doblemente buena por su calidad y por su bondad (DE SOTO, 1917, 6-7).

Carolina de Soto y Corro emplea su pluma para narrar a sus lectoras la historia ejemplar de una joven que se verá favorecida por los representantes de la iglesia y amparada por las instituciones benéficas. Una joven que devolverá a la sociedad los beneficios recibidos ayudando a las jóvenes sin recursos con su experiencia y dedicación. Carolina de Soto ensalza de este modo la decidida apuesta de la propia Iglesia y de todas aquellas damas de la aristocracia y la alta burguesía que en el último tercio del siglo XIX y primeras décadas del XX contribuyeron de manera decisiva a la creación y sostenimiento de asilos, hospitales, academias y demás instituciones benéficas en los que las jóvenes más desprotegidas de la sociedad pudieron encontrar un refugio seguro a la vez que ofrecer a sus lectoras un relato ameno y de utilidad moral, donde la fe católica traspasa el umbral de las puertas de las iglesias e inunda y favorece a las humildes criaturas de la sociedad de aquellos tiempos.

Note de fin

1 Tal como señala Mª. del Carmen Simón Palmer (1991, 675), Carolina de Soto y Corro recibió en vida numerosos premios y reconocimientos a su labor como escritora, como, por ejemplo, en 1878 el de la Asociación de Escritores y Artistas de Cádiz por su leyenda La Conquista de Cádiz; 1879, el de la Asociación Económica de Amigos del País de Cádiz; 1880, de la Academia Gaditana de Ciencias y Artes; 1887, en el IV Centenario de la Reconquista; 1901, en los Juegos Florales de Orense. Igualmente fue socia de honor de la Asociación de Escritores y Artistas de Cádiz, del Centro Mercantil de Sevilla, de la Ilustración Obrera de Tarragona, de la Real Academia Sevillana de Buenas Leras, del Centro Instructivo y Protector de Ciegos de Madrid y socia correspondiente de la Academia de Buenas Letras de Cádiz y de la Junta Poética Malacitana.

2 Mª. del Carmen Simón Palmer (1991, 675-683), nos ofrece un detallado apunte sobre sus principales obras. Respecto a su labor como dramaturga vid. también el trabajo de Juan Antonio Hormigón (1996).

3 Sobre esta obra vid. el trabajo de David Díaz Toledo (1994, 443-458).

4 Carolina de Soto y Corro colaboró, entre otras, en los siguientes publicaciones periódicas: El Guadalete (Jerez), Boletín Gaditano (Cádiz), Asta Regia (Jerez), Flores y Perlas (Madrid), La Semana Literaria (Madrid), La Ilustración (Barcelona), El Imparcial (Madrid), Álbum Ibero-Americano (Madrid), El Liberal (Palma de Mallorca), El Diario de Ávila, El Heraldo Andaluz (Madrid), La Monarquía (Sevilla), Revista Malacitana (Málaga), Diario de Cádiz, El Renacimiento (Sevilla), El Diario de Córdoba, La Voz de la Patria (Madrid), El Liberal (Alicante)… Vid. Ángeles Carmona González (1999) y Carmen Ramírez Gómez (2000, 123-124).

5 Vid. a este respecto el trabajo de Mª. Victoria Sotomayor Sáez (2013, 318-338).

6 Vid. Mª. de los Ángeles Ayala (2001).

7 Vid. también J. M. Palomares Ibáñez (1979: 117-149) y Solange Hibbs (1995).

8 Recuérdese que según la estadística elaborada por la Nunciatura en 1892 el número de religiosas era de 35.234, cómputo que se repartía entre las casas dedicadas a clausura, 926, y casas de vida activa, 1259. En 1904 el número de religiosas ha aumentado, 40.030. Es importante hacer notar que mientras las dedicadas a la vida contemplativa disminuyen (717), aumenta significativamente el número de casas dedicadas a la beneficencia, 1.027, y a la enseñanza, 910, lo que prueba la seriedad con que la iglesia católica asumió esta labor asistencial. Vid. Manuel Revuelta (2002, 74-75).

9 La descripción que de este personaje nos ofrece la escritora no deja indiferente al lector: « Mauca era hija de la tía Lendrera, la bruja más dañina y sin vergüenza que existía en el mundo. Borracha sempiterna, sin más ocupación que morder reputaciones, merodear por las huertas para coger lo que podía al menor descuido, mendigar por la carretera y pueblos limítrofes y gastarse en la taberna los cuartos que le facilitaba la caridad. ¡Bastante le importaba a ella que comiera o no la chiquilla! » (1917, 13-14).

10 Recordemos que los sectores católicos más conservadores tenían auténtica aversión a la difusión de las ideas socialistas que abogaban por la igualdad entre los individuos y exigían mayores salarios para los obreros. Tema que se refleja, como es bien sabido, en algunas de las más célebres novelas de finales del siglo XIX, como sucede, por señalar una de factura excelente, en Juanita La Larga (1895) de Juan Valera. En ella, en el sermón que pronuncia el padre Anselmo, este personifica en Juanita la encarnación de las igualitarias ideas socialistas, pues se acaba de presentar en la iglesia vestida impropiamente de acuerdo con su humilde procedencia social. El capítulo XVI es especialmente significativo, pues el padre Anselmo intenta refutar las ideas socialistas y demostrar que sus utopías son puro delirio insano. Igualmente este personaje ejemplifica la generalizada creencia de la época de que las jóvenes sin recursos están abocadas a la prostitución y que el gusto por el lujo es el camino más rápido hacia la condenación: « Al cuerpecito de una niña presumida y muy ataviada le llamó colmena de Lucifer […] Además de escandalizar con aquel lujo y de provocar a los hombres hasta en los lugares sagrados, turbando el sosiego de los espíritus e impidiendo la elevación, se gasta para sustentar dicho lujo más de lo que honradamente se gana; se aceptan regalos de los pretendientes y les sonsaca el dinero. Dejándose ir, pues, por pendiente tan resbaladiza, las muchachas pobres, que se ponen muy majas, dan con facilidad en busconas », (VALERA, 1986, 140).

11 Vid. Mª Pilar Melgar Raya (2008).

12 Vid. Mª del Carmen Simón Palmer (1994).

13 Lo que no parece haber variado es el origen de las colegialas, pues Carolina de Soto dedica un amplio párrafo a explicar que, aunque Mauca no reunía los requisitos de ser acogida allí, pues no ha sido enviada por orden gubernativa y carecía de culpas que la indujesen al arrepentimiento y propósito de enmienda, la joven es admitida gracias a la recomendación del cura de El Portillo y por librarla del grave peligro al que se podría ver expuesta si la dejaban desamparada en medio de la calle a altas horas de la noche.

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Référence électronique

María de los Ángeles Ayala et Enrique Rubio Cremades, « Carolina de soto y corro, entre la literatura y el catequismo : Mauca, novela publicada en 1917 », La main de Thôt [En ligne], 7 | 2019, mis en ligne le 16 décembre 2019, consulté le 20 avril 2024. URL : http://interfas.univ-tlse2.fr/lamaindethot/793

Auteurs

María de los Ángeles Ayala

Universidad de Alicante

Enrique Rubio Cremades

Universidad de Alicante