Antes de empezar quiero señalar que el presente es un ejercicio desde elsenti-pensar que no pretende disputar ni tampoco adherirse del todo a la rigurosa tarea de hilar un argumento. Dicho esto, procedo. Rastrear las resistencias ontológicas caribeñas a la colonialidad del ser y del saber es una tarea que se anticipa, solo alanunciarla, difícil. Para cualquier editor, publicar un número bajo el título de “Nuevas cartografías decoloniales: el sujeto cultural en el Caribe” parecería, en ese sentido, contestar ciertas preguntas solo para dejar abiertas otras inquietudes. Lo que se reflejaría con esto sería, sin duda, el deseo de atravesar la opacidad-fractalidad caribeña, así como el de dialogar con las múltiples miradas sobre su carácter complejo. Si cruzamos por ese puente, el cual se arquea entre lo semiótico y lo ideológico, podemos leer nuestras obras culturales como objetos nuevos: no solo como estructuras textuales, sino como formaciones discursivas que responden a una situación de poder. De ese modo se corre el velo de nuestro inconsciente colonial, y somos libres de volcarla mirada hacia adentro para reimaginar cómo entendemos nuestro propio universo.
Sé que no soy el primero en señalar que, al plantearlo así, la conversación se va encaminado hacia el tema de lo cultural como realidad textual, y de lo textual como realidadcultural. En primer lugar, no se puede negar la presencia de las tendencias “culturológicas” en la discusión de las principales características del discurso literario regional. Dicho término es usado por Luis Álvarez Álvarez y Margarita Mateo Palmer enElCaribe en su discurso literario(2006, p. 32) y se refiere a una perspectiva que piensa que la obra guarda una relación directa, en sus dimensiones filosóficas e ideológicas, con el medio en donde fue estructurada. En ese sentido, la literatura caribeña es, fundamentalmente, la reconstrucción del mundo que la circunscribe, es decir, de unas sensibilidades, creencias y prácticas propias de un sistema cultural1. Para Ortega González-Rubio (2005):
Los estudios que se agrupan bajo el nombre de Sociología de la Literatura […] parten del presupuesto de que la vida del hombre es fundamental parala comprensión y explicación de la obra literaria. En general, los métodos sociológicos inscriben a todas las artes, incluyendo a la literatura, en el ámbito de la cultura. En el capítulo final de su libro Una introducción a la teoría literaria, Terry Eagleton concluye que todas las esferas del pensary actuar humanos, incluyendo la literatura, la teoría y la crítica literarias, están determinadas por “la forma en que organizamos nuestra vida social en común” y por “las relaciones de poder que ello presupone”. (Parra. 1)
Dicho en otras palabras, lo culturológico promueve la idea de que la literatura del Caribe es al mismo tiempo unarealidad textual y un fenómeno social, y que existe una relación directa entre el universo de representaciones de las obras yel tipo de sociedades que las forjan: “la novela, como forma de expresión, constituye una prueba definitiva de que nuestras literaturas no pueden vivir al margen de la comprensión culturológica esencial” (Álvarez Álvarez y Mateo Palmer, 2006, p. 39). Además de ellos, algunos a quienes podemos asociar a esta tendencia son Emilio Rodríguez (1989) y Salvador Bueno (1986), entre otros.
Un ejemplo del modo en que Álvarez Álvarez y Mateo Palmer conciben este tipo de interpretación está en el análisis que hacen de la novelaGobernadores del rocío(1944) de Jacques Roumain. En su opinión, la literatura haitiana, para el momento en que esta novela aparece, se había caracterizado por su imitación de la literatura francesa. Sin embargo, Roumain, que escribe en el marco de la ocupación norteamericana, configura una ruptura con las tradiciones literarias hegemónicas surgidas en condiciones de dependencia económica, política, cultural y lingüística. La punta de lanza de esta ruptura es una poética basada en la representación de la vivencia interior del campesino negro, la cual opera a partir de la reivindicación del creole haitiano como forma de expresión estéticamente válida, y de la recreación de la vida del trabajador de la tierra, pobre y oprimido, como un elemento importante de la identidad nacional (Álvarez Álvarez y Mateo Palmer, 2006, p. 48-50). Como podemos ver, en este análisis se plasman algunos aspectos centrales que configuran una visión culturológica: se postula un vínculo estrecho entre los aspectos ideológicos, socio-culturales e históricos y los de orden estético en la medida en que el posicionamiento social del autor se ve como factor determinante de la labor creativa.
Sin duda, comprender el cómo, dónde y por qué de lo que se escribe vale para conocer loscompromisos del escritor y del crítico con lo ideológico y lo político. En ese sentido, ver los choques de nuestra literatura con el canon nos dibuja un mapa de las violencias y exclusiones que lo colonial produce en quienes hemos crecido a su sombra. Sinembargo, es necesario recordar la verdad simple de que quien escribe lo hace a través de una serie de mediaciones (es decir, quiere escribir una buena novela o poemario de acuerdo con lo que se entiende como buena literatura) y señalar que, si bien estoslibros son testimonio y protesta, también son atisbos a la sensibilidad y a la conciencia creadora de este hombre o mujer artista. Estos dos elementos, la forma personal en que un autor o autora entiende el mundo que le rodea y su singular emotividad, confluyen en una técnica y una temática siempre sometida al impulso colonial que existe dentro y fuera de su interioridad como sujeto. Para hacer una traducción de lo que he planteado, quizá lo que intento decir es que hay un modo de entender el oficio de escritor, y ese modo es, todavía, el modo que surgió en Europa hace algunos siglos. Todo aquel que quiere escribir tiene que dialogar con esta tradición.
Este impulso por encajar dentro de un orden literario canónico (que no es otra cosa que las ganas quetienen los escritores de confeccionar buenos libros, captar lectores que los aprecien, ganarse la vida con su escritura y lograr un lugar en la tradición y en los estantes) no viene siempre desde afuera para subvertir nuestros “políticamente correctos” propósitos literarios. Todo lo contrario, el deseo de serescritor existe dentro de los límites que el mundo a la occidental en que aun vivimos impone a la subjetividad de la gente con vocación de novelista o poeta, categorizaciones y roles que están ahí paraser creídos, repetidos, obedecidos y encarnados. En el medio de esta suerte de ambivalencia, que no es tal sino la naturaleza dialéctica de todo acto escritural, la literatura caribeña va buscando la forma de trasgredir las imposiciones del racismo científico, cultural y literario dentro del mismo espacio que este ha creado para albergar los debates, la oposición y el disenso. Esa contestación, que reúne un millar de diferentes voces, que sabemos va de lo sutil a lo abiertamente revolucionario, se da a través de la intertextualidad irónica o paródica con el canon blanqueado que nos educó, al cual creadores y estudiosos amamos y queremos destronar con la misma intensidad de deseo.
Pero por ahora concedamos que, dado el carácter contestatario de dicha literatura, y la relación de cualquier discurso o contradiscurso con la realidad de la cual surge, entender este asunto nos obliga a revisar algunas situaciones propias del contexto histórico. Para empezar, según sostiene Brathwaite (1979), la sociedad antillana(y todas las sociedades de tierra caliente que la bordean en Centroamérica y el norte de Suramérica) surgió para el beneficio de la extracción agrícola y el comercio que la misma hizo posible (no digo plantación para no excluir de tajo a loshinterlandsdonde hubo otros sistemas de extractivismo). Quizá por la geografía misma, quizá por el sistema de producción, dicha sociedad funcionó mediante una modalidad especialmente intensa de ocupación imperial: la esclavitud posibilitó la acumulación rápida de ganancia, luego utilizada para que las Coronas pudieran hacerse la guerra entre ellas. Así, amén de los traspasos, ocupaciones, divisiones y tratados, persiguiéndose las unas a las otras de una isla a la siguiente, de una costa a otra, no quedó sino amalgamarlos cuerpos, los lenguajes, las costumbres, las religiones y toda manifestación propia de la vida social de los pueblos.
El vértigo de estas dislocaciones es lo que más nutre nuestra cultura y nuestra percepción de estar en el mundo, así que no es de extrañar que irrigue nuestra variedad aclimatada de práctica literaria. Los elementos históricos que encuadran la aparición de nuestros textos están manifiestos en su configuración discursiva. Dentro de todo aquello, y muy en el centro, debe colocarse el elemento étnico, pues las condiciones de nuestra existencia son el efecto de la coexistencia de grupos sociales blancos y no blancos en el marco de una tradición posesclavista. Para explicarlo mejor, recurriré a lo dicho por una reconocida autoridad en la materia. Brathwaite (1979) describe la sociedad caribeña como el producto de dos procesos simultáneos, que surgen de las desiguales relaciones de poder existentes entre dichos grupos, y a los cuales él denomina respectivamente comoaculturacióneinterculturación. El primer proceso consiste en la relativa “absorción” de las culturas particulares de cada grupo no blanco por una cultura oficial colonial en una situación de dominio, el segundo consiste en el carácter híbrido que, gracias a la absorción sucedida enel trascurso del primero, adquieren las nuevas culturas de la gente de color. Es mediante ambas que la esfera de lo popular se reconfigura para producir otras prácticas, las cuales inevitablemente incorporan elementos provenientes de la esfera dominante.
Tres de estos elementos son centrales en esta reconfiguración: la lengua, la escritura y la economía discursiva que los acompaña (la novela, la poesía y el drama como géneros hacen parte de esa economía, por supuesto). Para las subjetividades caribeñas delpasado y del presente, el acto de incorporación de esta tripleta ha implicado la construcción de una cosmovisión propia a partir de un idioma y un sistema de representaciones que, para bien y mal, han sido provistos por un legadotraumático. No obstante,por ser también un medio eficaz de expresión, ambas cosas, lenguaje y representación, llevan en sí el germen de la humanización de estas mismas subjetividades. Escritor o no, enfrentarse a esta doble lógica es un hecho inevitable para cualquiera que viva en esta parte del mundo.
Para Curdella Forbes (2005), lo antes dicho hace de la obra caribeña una manifestación política, erigida en una práctica de representación ideológica de la sociedad. Dillon Brown (2013), remitiéndose al llamado “boom” angloantillano, se ocupa un poco más de las intersecciones entre el estilo y la agencia político-cultural. Lo que dice, desde una orilla más estética, es que una manera de reafirmación cultural ante el prejuicio consiste en apropiarse de las herramientas del escritor occidental para probarle al mundo que el arte insular es tan bueno como cualquier otro. La buena escritura y la defensa del honor del subordinado nunca son, al parecer, divergentes. Como sea, se debe aceptar con rigor que los cruces entre discurso y representación en la literatura caribeña interrogan la gran historia social, la pequeña historia del escritor, y la historia de la tradición en la que este cuerpo de obras se enmarca. Quisiera mostrar, a continuación, cómo el paisaje que se dibuja al trazar estastres historias conlleva cierta lucha intelectual por la autonomía cultural y estética, marcada, dialécticamente, por patrones narrativos, formas de elaboración psicológica y usos alegóricos asociados a la gran tradición literaria occidental.
Edward W. Said(1990) denomina discurso a este compendio de reglas y juicios de valor contenidos en el lenguaje. Cada acto de lenguaje responde a visiones de mundo propias del lugar y espacio en el que surge. Por ejemplo, el manejo teleológico de la estructura narrativa, el establecimiento de un contrato de veridicción y el uso de los tropos retóricos, por mencionar algunas de las formas establecidas de la narrativa occidental contemporánea, hacen de la literatura una normativa a la que el autor o autora debe adaptarse.Al adecuarse a los requerimientos de este formato predeterminado, la obra se convierte en una construcción cuyo lenguaje y estructura responden a lo que puede reconocerse y expresarse como artísticamente válido. Esto, sin embargo, no implica un determinismo. Como dije antes, la ideología y el texto que la materializa se intercalan de manera dialéctica. Aunque las reglas literarias provienen de una imposición cultural, se puede negociar con o resistir a la hegemonía a partir de un uso hábil del recurso literario.
Es de esta forma que el autor constituye su locus de enunciación personal, que no se debe entender como un ángulo de la mirada sino como una actitud y modo de pensar el mundo que es siempre diferente, porque depende de circunstancias diversas. Esto quiere decir, de manera simple, que cada hablante se expresa desde una historia personal que comprende, entre otras cosas, su sexo, su género, su grupo étnico, su clase social y su opinión política. Por otra parte, estas circunstancias biográficas son a lavez históricas, lo que quiere decir que el locus enunciativo responde en realidad a una dinámica social más amplia, pues cuando cualquier sujeto se expresa de acuerdo con su experiencia, está siempre oponiéndose o legitimando sistemas de valores y creencias establecidos de modo colectivo.
En el caso caribeño, esta interacción entre valores literarios y valores sociales toma muchas formas. La primera de ellas es la alegorización y su uso como estrategia de representación. Hablar de la situación social del autor como ideólogo y del texto como vector ideológico no es distinto de hablar de lo que los personajes dejan entrever como representaciones de sujetos sociales. Pensemos un poco encómo la alegorización textual puede verse a modo de diagnóstico social. Jameson (1986) plantea que la experiencia de lectura ha sido pensada como una experiencia íntima y debido a eso, solemos pensar que texto y realidad social solo pueden conectarse a nivel de los subtextos; sin embargo, al ser un texto un espacio lleno de dinámicas simbólicas de poder, donde lo normativo y lo subversivo se encuentran, podemos rastrear en este una serie de dinámicas históricas, eso sí, si apoyamos la lectura en un conocimiento de las condiciones históricas de construcción literaria. La alegoría es, en esos términos, el conjunto de símbolos sociales que el texto permite leer a través de sus connotaciones:
Voy a argumentar que, si bien podemos conservar para mayor comodidad y para el análisis categorías como lo subjetivo y lo público o político, lasrelaciones entre ellos son totalmente diferentes en la cultura del tercer mundo. Los textos del tercer mundo, incluso los que son aparentemente privados y están investidos de una dinámica propiamente libidinal, necesariamente proyectan una dimensión política en forma de una alegoría nacional: la historia del destino del individuo siempre es una alegoría de la situación de asedio de la cultura y la sociedad del tercer mundo. (Jameson, 1986, p. 69)2
De esa manera,lo alegórico permite que los textos arrojen sentidos más allá de lo denotativo. A través de un ejercicio de deconstrucción, los signos literales previamente establecidos (las palabras, frases, párrafos, capítulos enteros) en la narración pueden ser interpretados como ideologemas, los cuales se relacionan con la temática específica del impacto colonial y la construcción de estados nacionales.
Pero en este proceso de codificación literaria de nuestras realidades colectivas, el géneroocupa un lugar destacado como práctica de representación y como manifestación sociopolítica. Esta es forma adicional de manifestación de los cruces entre valores literarios y extraliterarios, la cual se puede entender como una relación estructural:
Todo el complejo de relaciones sociales mediadas por esta construcción. Tal se define, en primer lugar, como el posicionamiento, investidura, presunción y performance de roles e identidades sociales basadas en el sexo biológico. Asimismo, como el uso del sexo biológico para argumentar a favor de tipos de procesos y sistemas políticos y sociales. (Forbes, 2005, p. 4)3
En un contexto de análisis ideológico-discursivo, la idea del género como proceso sociopolítico y práctica de representación permite analizar la literatura, dentro de un contexto de fervor nacionalista,como instrumento y símbolo de un ideal masculino de nación expresado en ella4. Ahora bien, la intención aquí no es deconstruir posibles miradas y proyecciones sobre lo femenino o establecer una posible genealogía de la misoginia. La lectura de Forbes me interesa porque pasa, en gran medida, por una revisión de los paradigmas de la masculinidad en su marco racial, lingüístico y de clase. Esto nos permite ver de qué manera los textos escritos por hombres buscan representar la nación en los términos de género asociados a la dominación y el privilegio masculino, y cómo al hacerlo, estos autores a menudo fallan en representar adecuadamente la opresión de las mujeres y algunas veces inclusive recrean las estructuras de tal opresión en su narrativa (Forbes, 2005, p. 4).
Otro modo en que lo social, lo cultural y lo político se entrecruzan con el discurso literario caribeño se conecta directamente con la que quizá es la asunción más fuertemente arraigada en nuestro sentido común crítico. Tal es la noción de que esta parte del mundo se construye a partir de una heterogeneidad simbólica y material.Lo que me interesa, en concreto, es ver la manera en que puede trabajarse el concepto de hibridación, desarrollado por un autor como Homi Bhabha, y ponerlo en relación con lo dicho por Antonio Gaztambide (2003) sobre las prácticas culturales en el Caribe.
Ante todo, la propuesta de Gaztambide parte del reconocimiento de la gran capacidad “fagocítica” de la cultura caribeña y, en definitiva, de su condición particularmente híbrida, es decir, de asimilación y recomposición. A todas luces, la especial sensibilidad del mundo caribeño (y del pensamiento surgido en esta zona) a la diferencia cultural y la hibridez es muy reconocida. De hecho, el Caribe ha sido el área “más extensa y desafiante para la teoría literaria poscolonial” (Dash, 1998, p. 6). Sin embargo, antes de proseguir, debo aclarar que cuando uso la palabra poscolonial me refiero no solo a un conjunto de corrientes teóricas y analíticas que,mutatis mutandis, abordan los aspectos culturales ypolíticos de las relaciones contemporáneas entre Occidente y las periferias a nivel simbólico y material; sino a una perspectiva interesada, entre diversos aspectos, en la construcción y exclusión de las subjetividades desde el discurso y en las formas enque estas subjetividades periféricas “dialogan con” y “resisten a” la hegemonía a través de un proceso de integración del “otro” dominador y de todo lo que de él proviene (Bhabha, 2002).
Bueno sería, para eso, hablar de la hibridez caribeña como un“tercer espacio”textual. En términos generales, Bhabha define la hibridez como el espacio en donde una cultura dominante (en este caso sería la cultura oficial europea) se interrelaciona con una cultura subordinada (allí estaríamos hablando de las culturas criollas, afromestizas, afroasiáticas y afroindígenas). En esa medida, la hibridez surge de unas jerarquías de poder y siempre responde a ellas; sin embargo, cuando se habla de la interrelación de estas culturas, se trata de un vínculo complejo y problemático, pues la hibridez no es la imposición unívoca del modelo dominante sino el resultado de las formas en que el colonizado usa este modelo para construir formas de resistencia. En el caso de la literatura que surge en las periferias coloniales como el Caribe, estas características se expresan, entre otras cosas, en la ambigüedad con que los escritores abordan una tradición “universal” (occidental-masculina-etnocéntrica-logocéntrica) que provee la lengua y los modelos canónicos y, al mismo tiempo, excluyeo subvalora la especificidad cultural de estos mismos escritores caribeños. Esta ambigüedad se plasma, ya situados en el plano físico de la escritura, en una dualidad palpable en el fondo y en la forma de los textos escritos por el llamado “subordinado”,los cuales se caracterizan por el constante rejuego entre la mimesis y la reescritura, constituyendo un espacio en donde “las culturas vienen a ser representadas en virtud de los procesos de iteración y traducción” (Bhabha, 2002, p. 58). Así, a pesar de las relaciones desiguales en las cuales se enmarca su producción, la literatura de este supuesto “subordinado” acepta que el encuentro con la diferencia, con la matriz cultural de lo hegemónico, es inevitable. En ese sentido, es mediante la repetición y la traducción que los autores se encuentran con una diferencia que problematiza su propio lugar y momento.
Lo anterior conlleva cierta conflictividad: dado su peculiar posicionamiento periférico, todo aquel que escribe desde los márgenes guarda hacia la cultura oficial y el mundo letrado una devoción no exenta de rebeldía. En ese sentido, todo autor caribeño, sin distinción de clase, orientación sexual o raza, edifica su escritura con las tensiones a las que está sometido como sujeto social. Pero en verdad quees la necesidad imperiosa de escribir dentro de esta tensión lo que da forma a las novelas, poemarios, ensayos y dramas, los cuales innegablemente se caracterizan por una rebeldía irónica hacia los modelos, más intensa cuanto más esfuerzo se invierte en subvertirlos. Alterando la convención literaria dentro de las reglas que ella misma impone, las letras regionales emprenden su subversión constante contra el establecimiento como quien carga con la piedra de Sísifo. Es precisamente aquí donde veo el corazónde la hibridez caribeña, como una posibilidad de autoexpresión dentro de un campo eurocéntrico que subvalora, si no excluye, su validez artística. Esta oscilación explica la doble conciencia del escritor caribeño de estar marginado y a la vez integrado a un orden cultural jerarquizado etnocéntricamente.
No obstante, una visión personal de mundo es creada, la cual, pese a estar “modelada” por un patrón impuesto, resulta diferente del mismo en la reutilización-reescritura de sus rasgos constituyentes:
En el “momento híbrido” lo que el nativo reescribe no es una copia del original colonialista, sino una cosa cualitativamente diferente en sí misma, en donde lecturas erróneas e incongruencias exponen las incertidumbres y ambivalencias del texto colonialista y loniegan como presencia legitimadora. Así, una insurrección textual contra el discurso de la autoridad cultural se encuentra en el interrogatorio que el nativo hace del libro inglés dentro de los términos de su propio sistema de significados culturales. (Parry, 1995, p. 48)5
Justamente por ser un punto de contacto, copia, adaptación y transformación, este “momento híbrido” rompe con las formas dicotómicas de entender la identidad propia de los determinismos culturales. Situada por fuera estos determinismos, la identidad se crea y se expresa desde un lugar intermedio, de clara integración conflictiva, que constituye un “tercer espacio” donde confluyen extremos en apariencia irreconciliables:
Es solo cuando entendemos que todos los sistemas culturales (enuna relación colonial) son construidos en este espacio de enunciación contradictorio y ambivalente que empezamos a entender por qué los reclamos jerárquicos por la originalidad inherente o la pureza de las culturas son insostenibles. (Bhabha, 2002, p. 46)6
Por supuesto que dentro de esta integración conflictiva se manejan dos niveles de manifestación. Ciertamente, Bhabha deja claro que este “tercer espacio”, en el caso literario, tiene un carácter simbólico y material, pues existe de manera virtual en el flujo y reflujo de las ideologías y visiones de mundo que reproducen las obras en su discurso, y al mismo tiempo, su presenciaen la materialidad de la escritura es innegable porque en él se construyen las condiciones de producción textual (los estilos y modos válidos de enunciación narrativa) que impiden que el significado lingüístico y cultural de las obras sea compacto y unívoco. En nuestro caso concreto, esto significa que su obra desfija la forma y significado de los signos lingüísticos mediante la “rehistorización”, la apropiación, la traducción, la relectura y la final reescritura de la tradición. Es en esa medida que, partiendo de los rasgos de estilo, de manejo temático, de teleología narrativa y de las formas de conocimiento y sentimiento que dicha tradición acumula, lo caribeño se transforma en un código abierto y en negociación que rompe, siempre en maneras contingentes,el espejo que representa etnocéntricamente su propia subjetividad y el sistema cultural del cual proviene.
Hasta aquí todo parecería marchar como se supone; sin embargo, la cuestión se complejiza porque hay más elementos dignos de tener en cuenta. Al igual que los autores anteriores, Shalini Puri sostiene que el Caribe, en general, es el espacio por excelencia para que el “subordinado”, el “débil y oprimido” que tanto ama la teoría, hibride. No obstante, en su opinión, existe un lado flaco en esta concepción: hay una inadecuación en esta idea abstracta del subordinado (cierta idea poscolonial de lo subordinado) cuando piensa a los “de abajo” como una subjetividad compacta, sempiternamente explotada y devaluada, que responde siempre de la misma forma a situaciones de desventaja que siempre serán similares. Creo, con Puri, que la caricatura del subordinado (la expresión es mía, no de ella) puede ser superada si se recuerdan tres aspectos puntuales, ya por todos sabidos, que me dispongo a enumerar enseguida.
El primer aspecto a recordar es el carácter diverso del “otro” de carne y hueso, pues la experiencia nos dice que no existe una única hibridez (verlo así homogeniza lo que es diverso) sino varias hibrideces:
El ejemplo caribeño sugiere que deberíamos preocuparnos de cualquier generalización acerca de la hibridez cultural. Es en parte debido al deseo de estudiar la inmensa diversidad de las hibrideces existentes actualmente en vez de pensar en tipos ideales de hibridez que he escogido el Caribe como el sitiode mis estudios de caso. (Puri, 2004, p. 3)7
El segundo aspecto a recordar se resume en lo siguiente: que el subordinado nunca sea un arquetipo desemboca en la consabida verdad de que las multiplicidades, pensadas en plural, posicionan pluralmente la labor crítica. El fenómeno textual dicta los matices de nuestra lectura, y no al contrario, es lo que la oración anterior quiere decir en español castizo. Dicho en los propios términos de Puri: “una lectura coyuntural pide que leamos el momento histórico en cuestión, en vez de asaltarlo en busca de material que se ajuste a necesidades y modelos actuales” (Puri, 2004, p. 3)8. Lejos de toda intención misionera, y para afrontar una lectura más ajustada a la realidad de la obra, se debe empezar por reconocer que la cultura caribeña es un espacio de interrelación variable entre las formas hegemónicas y las formas subalternas, entre jefe y subordinado, entre europeo y no-europeo. Es justamente dentro de esta interrelación que deben entenderse los aspectos contextuales propios de la obra, pues allí se palpa el poder que la gran tradición ejerce sobre cada libro específico.
En cada momento y lugar dicho poder se manifiesta de forma diferente, de allí que sea necesario entender el conjunto de las particularidades históricas de cada contexto. Para dar un ejemplo, tomemos el Barbados de la posguerra. En el caso de un texto comoEn el castillo de mi piel(In the Castle of my Skin, 1953) de George Lamming, se deben abordar los encuentros y desencuentrosentre lo estético y lo ideológico, tanto al interior de la pequeña aldea insular del autor como en el marco más amplio de su ámbito angloantillano y metropolitano. Esto, a su vez, requiere dos acciones. Por un lado, demanda reflexionar sobre el hecho de que la novela se escribe y se publica en un periodo de crisis del modelo imperial británico, que se da conexo a una intensa agitación nacionalista en el Caribe de habla inglesa, y por otro lado, exhorta a describir la evolución del debate sobre la posibilidad de una “literatura local” acaecido durante la década del cincuenta (la década de aparición de la novela), y cómo esta evolución se plasma en el trabajo de Lamming y de la llamada generación del “Windrush” en la que dicho escritor se encuadra.
Dicho esto, y acabado el ejemplo, pasemos, finalmente, al tercer aspecto, que consiste en el papel de las variables “Nuevas cartografías decoloniales: el sujeto cultural en el Caribe”. Esto, en todos los casos, significa entrar a “considerar la variedad de formas en que los diferentes discursos de hibridez cultural han funcionado como estrategias para la construcción, deconstrucción y reconfiguración de imaginarios trans/nacionales” (Puri, 2004, p. 1)9. Pero sumemos a lo anteriormente dicho una ventaja adicional: la noción de hibridez tiene el gigantesco atractivo de ir más allá de los imaginarios críticos sobre el Caribe literario y de los mitos y lugares comunes del determinismo culturalista. Pensar lo literario en términos abiertos y flexibles permite ver cómo la escritura de esta parte específica del mundo es un espacio que combate, reescribiéndola, la hegemonía colonial de las lenguas y las tradiciones europeas.
Y si bien es cierto, al menos parciamente, que la obra literaria caribeña, al resistir el impulso mimético de los modelos metropolitanos, plantea nuevas formas de plasmar el pensamiento, el sentimiento y la acción propiamente locales; tambiénes verdad que esta obra, al mismo tiempo que se resiste y se autoafirma, se mueve en sentido contrario, inclinándose por el uso de formas, técnicas y lenguajes claramente provenientes de los estamentos literarios “universales” (Dillon Brown, 2013). En esecaso, la existencia de un tercer espacio discursivo demuestra que pensar la literatura del Caribe como una contra-cultura sólida y coherente es un acto tan categórico como el de afirmar su supuesto carácter epígonal. Para Puri (2004) esta certidumbre es ventajosa porque nos conduce a preguntas muy interesantes: ¿cómo se manifiesta el problema de la lengua y los modelos desde los que se construye la identidad literaria de la región? ¿Dónde queda el peso de los imaginarios surgidos en una relación colonial? De modo general, pienso que estas hibrideces ofrecen algunas respuestas válidas a estas preguntas y, en esa medida, una crítica a la visión eurocéntrica tradicional.