Sobrevivir en El Llano en llamas de Juan Rulfo

  • Survivre dans El llano en llamas de Juan Rulfo
  • Surviving in El llano en llamas by Juan Rulfo

En este acercamiento analítico tomaremos como muestra cinco de los cuentos de El llano en llamas: “Nos han dado la tierra”, “Diles que no me maten”, “Talpa”, “No oyes ladrar los perros” y “Luvina”, con el objetivo de encontrar cuáles son los elementos que pueden constituir dicho proceso de supervivencia y de qué manera se interrelacionan en el tejido textual.

Dans cette approche analytique, nous prendrons comme échantillon cinq des nouvelles de El llano en llamas : « Nos han dado la tierra », « Diles que no me maten », « Talpa », « No oyes ladrar los perros » et « Luvina », dans le but de trouver quels sont les éléments qui peuvent constituer ce processus de survie et comment ils s’interconnectent dans le tissu textuel.

In this analytical approach, we will take five of the short stories from El llano en llamas as a sample: "Nos han dado la tierra," "Diles que no me maten," "Talpa," "No oyes ladrar los perros," and "Luvina," with the aim of identifying the elements that may constitute this survival process and how they interrelate within the textual texture.

Plan

Texte

El desarrollo de la diégesis no viene regido por la sagacidad del actante, sino por el narrador y por la manera en que éste organiza sus recuerdos y concibe su arte de contar.

Edmond Cros

A más de setenta años de su aparición, El Llano en llamas se consolida como un clásico de la gran literatura mexicana. La escritura de esta colección de cuentos del narrador jalisciense Juan Rulfo, publicada en 1953, se mantiene impecable, elegante, culta, no sólo por su desempeño estético, sino por su visión del mundo y su complejísima profundidad. Con el relato intitulado “Nos han dado la tierra”, así comienza el libro:

Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros. Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después: que no se podría encontrar nada al final de esta llanura rajada de grietas y de arroyos secos. Pero sí, hay algo. Hay un pueblo. Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza. (Rulfo, 2022, p. 79)

El llano en llamas atrae nuevas miradas y genera diversas lecturas. Debido a las dramáticas y en ocasiones trágicas vivencias de sus personajes, la narrativa de Juan Rulfo ha sido considerada por lectores y críticos como sinónimo de pesimismo y tristeza. En los cuentos se manifiestan una serie de constantes textuales como la desposesión, la violencia, la pobreza y la muerte. Sin embargo, la enunciación literaria permite el desarrollo de una continuidad sígnica opuesta, que será la clave para lograr la supervivencia.

En este acercamiento analítico tomaremos como muestra cinco de los cuentos de El llano en llamas: “Nos han dado la tierra”, “Diles que no me maten”, “Talpa”, “No oyes ladrar los perros” y “Luvina”, con el objetivo de encontrar cuáles son los elementos que pueden constituir dicho proceso de supervivencia y de qué manera se interrelacionan en el tejido textual.

Cierto es que los cuentos de Rulfo suelen poseer características dramáticas superlativas; estas provienen de actos de violencia o desesperación que llevan a otros hechos de la misma índole, pero a la par que lo anterior se desarrolla, también se manifiestan líneas de significación que producen lecturas en dirección contraria. Así pues, comentaremos cada uno de los cuentos mencionados y propondremos una lectura final a modo de conclusiones.1

“Nos han dado la tierra”

Por medio de la historia narrada y una serie de desplazamientos en el espacio referido, el cuento “Nos han dado la tierra” muestra los retos y las hostilidades que padecen los protagonistas. Todas las contrariedades que tienen que superar pueden llevar a un final trágico, pero aun cuando la muerte y la desgracia se hallan presentes, el logro es alcanzado: se llega a la “tierra prometida”, y los signos del propio relato2 dan cuenta de que existen procesos y desempeños que van gestando la manifestación textual de la supervivencia. Esta permanencia se manifiesta en frases como: “Uno ha creído a veces (…) que no se podría encontrar nada al otro lado, al final de esta llanura rajada de grietas y de arroyos secos. Pero sí, hay algo. Hay un pueblo.” (p. 79), y “Somos cuatro. Yo los cuento: dos adelante, otros dos atrás. Miro más atrás y no veo a nadie. Entonces me digo: “Somos cuatro”. Hace rato, como a eso de las once, éramos veintitantos; pero puñito a puñito se han ido desperdigando hasta quedar nada más este nudo que somos nosotros.” (p. 79).

El Tiempo y el Espacio resultan elementos textuales relevantes, ya que el transcurrir del primero y el antagonismo físico del segundo se combinan para atentar contra la supervivencia y la permanencia de los personajes. “Vuelvo hacia todos lados y miro el llano. Tanta y tanta tierra para nada. Se le resbalan a uno los ojos al no encontrar cosa que los detenga.” (p. 80). “Pero nos gusta llenarnos de polvo. Nos gusta. Después de venir durante once horas pisando la dureza del llano, nos sentimos muy a gusto envueltos en aquella cosa que brinca sobre nosotros y sabe a tierra.” (p. 83). El llano es a un tiempo la amenaza y, como paradoja, el factor que mantiene a los protagonistas avanzando. La acción primordial de este cuento de Rulfo reside en el movimiento y en el acto de sobrevivir; los protagonistas no se enfrentan en el relato a las agresivas tierras dadas por el gobierno; solo al terreno que tienen que atravesar para llegar y reclamar las otras: “La tierra que nos han dado está allá arriba.” (p. 83). El desplazamiento implica la travesía de los campesinos, pero también otras acciones como la del viento, que aumenta la esperanza de los caminantes: “Pero el pueblo está todavía muy allá. Es el viento el que lo acerca.” (p. 79).

Las acciones en el relato se desempeñan como obstáculos o como apoyo para dar lugar a la continuidad de la diégesis. Presencias y ausencias, como la del agua, que funciona ya como signo, ya como símbolo, remarcan la poca hospitalidad de la tierra, o la posibilidad de la esperanza y la vida de la tierra; no la que los hombres recibirán, sino por la que van cruzando, que parece un adelanto de todo aquello con lo que van a encontrarse.

En “Nos han dado la tierra”, la naturaleza actúa como una especie de personaje, de entidad autónoma considerada por el mismo cuento como un actor dentro de la historia: “Y a la gota caída por equivocación se la come la tierra y la desaparece en su sed.” (p. 80). Dicha personificación de lo natural podría establecer un nexo intertextual de la complejísima escritura de Rulfo, con una serie de materiales pre-existentes como el panteísmo o el krausismo, que concebía el mundo como “un ser finito que se desarrolla en el seno del dios infinito, siendo Dios el fundamento personal del mundo”, (Varios, 1966, p. 825). Por otra parte, este hecho textual nos puede remitir a una consideración, en este cuento, sobre la relación de lo biológico con los sentidos de los protagonistas; la diégesis hace mención continua de cómo los personajes oyen, huelen, sienten, tocan, gozan o sufren por medio de sus cuerpos, es decir, físicamente.

Los caminantes que permanecen en el recorrido por las tierras, de entre veintidós rancheros, resultan ser cuatro: Melitón, Faustino, el yo narrador y Esteban, con su gallina. Estos personajes sobreviven al desencanto de la “tierra prometida” y entregada por el gobierno. El funcionamiento narrativo de este cuento, cuyo núcleo de articulación es el movimiento, se puede organizar en un esquema Presencia – Ausencia – Presencia. Además, la figura textual del acto de sobrevivir se une al final abierto de la historia, lo cual produce una carga semántica más consistente de la supervivencia: esto es, no habrá fin.

“Diles que no me maten”

Ante la inminencia de la muerte, el protagonista de “Diles que no me maten”, Juvencio Nava, afirma: “Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios” (p. 139). A lo que su hijo responde: “-No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a deveras” (p. 139). En las citas anteriores sobresale, evidentemente, la manifestación del temor y de la fe puesta en acción; pero esta fe no es una fe mágica, una fe perteneciente a un relato mítico o fantástico. Es una fe racional, material, polvosa, que reside en la enunciación del personaje, y que no obtiene respuesta de ningún ser mitológico. Se trata de la puesta en escena de la materialidad de lo religioso. Juvencio, poco antes de ser ejecutado, grita: “No merezco morir así, coronel. Déjame que, al menos, el Señor me perdone. ¡No me mates! ¡Diles que no me maten!” (p. 144). En términos muy realistas, solo un extremo de la conjunción religiosa se expresa; esto es, el creyente desesperado, impotente y solo. Dice el narrador de Juvencio: “Le habían entrado unas ganas de vivir como solo las puede tener un resucitado.” (p. 140).

Tanto la situación realista de este cuento de El llano en llamas, como la de los antecedentes que dieron lugar al relato y a sus consecuencias, son referidas dentro de la misma forma narrativa básica: el peligro de la muerte y la desgracia son causados por desaveniencias personales y económicas entre el protagonista Juvencio Nava y su compadre Lupe Terreros; el primero da muerte al segundo por haberle matado, a su vez, un becerro que se metió a su rancho a pastar. En cuanto a causa y efecto, la muerte como presencia se mantiene a lo largo de la narración; sin embargo, también se sostiene la existencia de lo opuesto, de elementos que sobrellevan la aniquilación. Al mismo tiempo que se perfila la muerte de Juvencio Nava, se va generando la permanencia de otros factores, como el ganado, los hijos, las esposas, el recuerdo de lo pasado y la idea de lo venidero. El deseo de venganza tiene como efecto, sí, la muerte, pero también la supervivencia y el acto de negar el olvido a aquellos que permanecen.

Nos volvemos a encontrar en este segundo relato seleccionado para este acercamiento, con la presencia de la naturaleza, de la tierra, del aspecto más físico de lo real:

Sus ojos, que se habían apeñuscado con los años, venían viendo la tierra, aquí, debajo de sus pies, a pesar de la oscuridad. Allí en la tierra estaba toda su vida. Sesenta años de vivir sobre de ella, de encerrarla entre sus manos, de haberla probado como se prueba el sabor de la carne. Se vino largo rato desmenuzándola con los ojos, saboreando cada pedazo como si fuera el último, sabiendo casi que sería el último. (p. 142).

De nuevo lo natural-biológico es personificado por la diégesis (narración / narrador) y se constituye como un ser, como un alimento y como una suerte de dador-generador de vida.

Frente al tiempo, la muerte y la venganza, el texto del cuento opone una negación del olvido, “Esto, con el tiempo, parece olvidarse. Uno trata de olvidarlo. Lo que no se olvida es llegar a saber que el que hizo aquello está aún vivo, alimentando su alma podrida con la ilusión de la vida eterna.” (p. 143). La supervivencia de Juvencio, con todo y la muerte, reside en el recuerdo de su nuera y sus nietos: “-Tu nuera y tus nietos te extrañarán -iba diciéndole- Te mirarán a la cara y creerán que no eres tú.” (p. 144). En el cuento, que sigue siendo un relato realista, más importante que los personajes, es la acción de la historia. Y esta es la historia de un fracaso. Se narra cómo una súplica a lo divino y a lo humano fracasa y aun así encontramos en la sobrevivencia, un cierto gesto de permanencia en la familia y en los recuerdos.

“Talpa”

El relato de las historias de Juan Rulfo -como se aprecia en varios de sus cuentos- suele comenzar in media res. En “Talpa” empezamos a leer cuando ya ha pasado la primera parte de la historia y el relato nos devuelve a un pasado anterior que conlleva muchos días. Lo anterior se encuentra relacionado con los factores de causa y efecto. El relato del cuento, esto es, cómo la diégesis misma, estructura la historia lineal. En la primera secuencia atestiguamos el llanto de Natalia por haber forzado a morir a su esposo en la peregrinación hacia Talpa, con la complicidad del narrador, hermano de Tanilo: “Porque la cosa es que a Tanilo Santos entre Natalia y yo lo matamos. Lo llevamos a Talpa para que se muriera. Y se murió. Sabíamos que no aguantaría tanto camino; pero así y todo, lo llevamos empujándolo entre los dos, pensando acabar con él para siempre. Eso hicimos.” (p. 111). El cuento se despliega en un sistema Presente – Pasado – Presente, en donde el momento presente equivale al efecto de la causa: el “asesinato”, es decir, el principio de la permanencia del recuerdo de Tanilo.

Destaca la cuestión religiosa con la representación de elementos populares, en este caso el de la Virgen de Talpa, considerada como una figura sumamente positiva, ya que es vista como dadora de vida y salud; lo curioso es que no se trata de representaciones mítico-mágicas, no en el sentido de un relato fantástico, sino que se trata de la puesta en escena de una fe discursiva, consistente nada más en su enunciación:

Para eso quería ir a ver a la virgen de Talpa; para que ella con su mirada le curara sus llagas. Aunque sabía que Talpa estaba lejos y que tendríamos que caminar mucho debajo del sol de los días y del frío de las noches de marzo, así y todo, quería ir. La Virgencita le daría el remedio para aliviarse de aquellas cosas que nunca se secaban. Ella sabía hacer eso: lavar las cosas, ponerlo todo nuevo de nueva cuenta como un campo recién llovido. Ya allí frente a Ella, se acabarían sus males; nada le dolería ni le volvería a doler más. Eso pensaba él. (p. 112).

La diégesis no profundiza en la fe del personaje, solo la articula. Lo religioso es muy fuerte, pero solamente como una materia discursiva, verbal. No hay duda del poder de las creencias, la fe se explica y se advierte verbalmente. Lo religioso se manifiesta en las palabras, existe en cuanto el creyente expresa su fe, mas su formulación no es comprobable por hechos o actos derivados de ella. La fuerza religiosa se presenta y al mismo tiempo se encuentra ausente.

“Talpa” es un relato amargo, que podría parecer una típica historia del despliegue del procedimiento de la falta y el castigo. Sin embargo, va más allá: el intento de lograr la felicidad mediante un crimen, que lleva a cabo la pareja constituida por el “Yo” narrador y por la protagonista Natalia, es conducido al fracaso por la misma conciencia o afectos de los personajes, y por el hecho de que el recuerdo de Tanilo -aunque ya esté muerto- siga sobreviviendo, permanezca en las mentes y en los espacios. Tanilo ya no está y sin embargo sigue estando; su ser vivo natural, biológico, ya no existe, pero el cuento juega con esta paradoja de la Ausencia-Presencia: gracias a los recuerdos Tanilo sigue presente:“Y yo comienzo a sentir como si no hubiéramos llegado a ninguna parte, que estamos aquí de paso, para descansar, y que luego seguiremos caminando. No sé para dónde; pero tendremos que seguir, porque aquí estamos muy cerca del remordimiento y del recuerdo de Tanilo.” (p. 117). Lo que sobrevive es la presencia-recuerdo de Tanilo.

“No oyes ladrar los perros”

El sistema productor de sentido que organiza la representación diegética de este cuento de Juan Rulfo opera para dar lugar, entre otras manifestaciones, al funcionamiento de la sobrevivencia. Uno de los primeros comportamientos textuales relacionados es el acto discursivo de decir y dialogar. En su definición de la interdiscursividad, Edmond Cros llama “discurso” al “sociolecto de un sujeto transindividual.” (Cros, 2003, p. 262). En contraparte, surge de manera diametralmente opuesta la acción de no decir o hasta de maldecir: “-Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo…” (p. 167), “Nos dijeron que detrás del cerro estaba Tonaya.” (p. 168), “¿Por qué no quieres decirme qué ves tú…?” (p. 167), “He maldecido la sangre que usted tiene de mí. La parte que a mí me tocaba la he maldecido.” (p. 169). El decir y sus aspectos contrarios o negativos (no decir, maldecir) funcionan como elementos constituyentes del complejo aspecto de la sobrevivencia, puesto que dan lugar a la línea semántica de la muerte y la aniquilación, ya que se rompe o se impide la comunicación, la transmisión de información y la continuidad enunciativa.

La narración heterodiegética identifica al padre de Ignacio (yo) como una de las voces dialogantes de los protagonistas del relato; la otra voz es la del hijo de ese personaje, el propio Ignacio (tú, usted), y tal despliegue narrativo opera como un mecanismo contrastante, el cual presenta una oposición casi vital entre los dos protagonistas. Dicha oposición diseña un paralelismo constructor de un enfrentamiento: “Todo esto que hago, no lo hago por Usted. Lo hago por su difunta madre. Porque usted fue su hijo. Por eso lo hago.”, “Es ella la que me da ánimos, no usted.” (p. 168). Tal enfrentamiento es una marca de la futura aniquilación del usted del hijo, puesto que señala a la vez, la distancia y la motivación del padre, personaje antagónico. De acuerdo con Edmond Cros, “la instancia narrativa llama, pues, la atención sobre los objetos que se propone contemplar”. (1988, p. 52).

La disposición de elementos relacionados con la naturaleza y lo biológico (el ladrido de los perros, los sentidos y percepciones -ver, oír, vivir, morir, la geografía de los lugares-, etc.) forma una modalidad integrante de la representación organizadora de la desaparición y la permanencia, el acto de sobrevivir o perecer: “-Dame agua. -Aquí no hay agua. No hay más que piedras.” (p. 169), “El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas alturas.” (p. 169), “…al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros” (p. 171). La naturaleza y lo biológico funcionan, a la vez, como factor destructor y protector. La dualidad del desempeño textual dirige la producción de sentido hacia la reiteración del morir y el sobrevivir, de desaparecer o permanecer.

Como se mencionó anteriormente, la percepción de los sentidos se suma a la cuestión de lo biológico en términos más precisos, pues implica que el accionar de las capacidades sensoriales de los protagonistas resulta imprescindible para el progreso de la diégesis. El ver y el oír, confirman o refutan los procedimientos de la sobrevivencia o la aniquilación. Lo sensorial (el ruido, las formas, la luz y la oscuridad) se presenta mediante una serie de actantes, los cuales hacen desplazarse a la acción del relato, tanto hacia uno de los componentes como a su contrario, de la sistemática de permanecer o desaparecer: “¿Y tú no los oías Ignacio?” (p. 170), “-Ya debemos estar cerca. -Sí, pero no se oye nada. -Mira bien. -No se ve nada.” (p. 167). El hecho de captar la información a través de los sentidos, como la percepción de la realidad, así como de la certeza de la vida misma, genera una serie de prioridades temáticas. De acuerdo con Edmond Cros,“una mirada que solo capta los fenómenos superficiales, de un universo en que no está -ni se siente implicada- no puede reconstituir nada que sea verdadera y auténticamente coherente”. (Cros, 1988, p. 54)

La mención específica del acto simultáneo del Morir / Sobrevivir cierra la presencia de esta importante sistemática en el texto rulfiano. Una de las últimas menciones a este relevante proceso es la disposición secuencial de varias acciones a través del relato: muere el hermano de Ignacio, hijo también del padre narrador de nombre ausente; muere la madre; mueren las víctimas de Ignacio; mueren sus amigos; muere el mismo Ignacio. Sobrevive el padre (el yo). La causa de la muerte y de la sobrevivencia de los protagonistas implica una relación con registros de índole física y moral; aquello que da lugar a la violencia y posteriormente a la muerte, resulta ser la capacidad de producir maldad o bondad: “Nos pagó siempre mal. Parece que, en lugar de cariño, le hubiéramos retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve? Ahora lo han herido. ¿Qué pasó con sus amigos? Los mataron a todos.” (p. 170). La madre de Ignacio muere más por el accionar del hijo, que por su aparente presencia en la vida: “Y tú la hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas alturas”. (p. 169).

La sobrevivencia se halla conectada con el actuar del potencial de factores como ver y oír. Sobre todo, el oír. El desempeño de los sentidos da lugar y confirma la sobrevivencia:

Al llegar al primer tejabán, se recostó sobre el pretil de la acera y soltói el cuerpo, flojo, como si lo hubieran descoyuntado.Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros. -¿Y tú no los oías, Ignacio? -dijo-. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza. (p. 170).

En esta última acción narrativa enunciada por el padre, Ignacio, el hijo, muere, pero el ladrar de los perros sanciona la supervivencia del propio padre. El padre (yo) intenta salvar al hijo (tú - usted) para librarse, literal y físicamente de él: “No tenías llenadero. Y eras muy rabioso. Nunca pensé que con el tiempo se te fuera a subir aquella rabia a la cabeza…Pero así fue.” (p. 169).

“Luvina”

La notable interrelación entre los factores de la supervivencia y la aniquilación también desempeña un relevante papel en el último relato considerado en este acercamiento: el cuento “Luvina”. De nuevo, los elementos textuales, tanto diegéticos como simbólicos, de acción, actanciales y literales, se organizan para manifestarse en un conjunto coherente y productor de sentido que, a su vez, da lugar a la prevalencia significativa de la sobrevivencia.

Uno de los factores caracterizadores de la supervivencia se relaciona con el concepto del ser y la identidad. En un registro textual de lo superlativo, Luvina es “lo más”: “De los cerros altos del sur, el de Luvina es el más alto y el más pedregoso.” (p. 145). Además, Luvina es un “allá”, un lugar, una distancia: “Luvina es un lugar muy triste. Usted que va para allá se dará cuenta.” (p. 147). Luvina es un lugar caracterizado por el desconsuelo y la soledad, Luvina es un cielo equivalente al purgatorio, donde los muertos, “ellos viven aquí”. (p. 151).

En una posición ontológica, el relato utiliza el procedimiento de la comparación para generar una identidad. En este fragmento, el acto discursivo de la representación asemeja a unas mujeres con murciélagos:

Era como un aletear de murciélagos en la oscuridad, muy cerca de nosotros. De murciélagos de grandes alas que rozaban el suelo. Me levanté y se oyó el aletear más fuerte, como si la parvada de murciélagos se hubiera espantado y volara hacia los agujeros de las puertas. Entonces caminé de puntutas hacia allá, sintiendo delante de mí aquel murmullo sordo. Me detuve en la puerta y las vi. Vi a todas las mujeres de Luvina con su cántaro al hombro, con el rebozo colgado de su cabeza y sus figuras negras sobre el negro fondo de la noche. (p.149).

Por otra parte, se confronta y se iguala, al ruido con el silencio: “-¿Qué es?- me dijo. -¿Qué es qué?-le pregunté.-Eso, el ruido ese. -Es el silencio.” (p. 149). El proceso de la comparación es una constante textual: “Luego, como si fueran sombras…” (p. 150), “como si se alejara de algún lugar endemoniado” (p. 148), “como si estuvieran muertos”. (p. 146). “Es la costumbre. Allí le dicen la ley, pero es lo mismo”. (p. 150).

Dicha comparación involucra señales semánticas relacionadas con la supervivencia y la aniquilación. El proceso de parangonar, con su variante desarrollada para igualar, asemeja elementos, y de este modo relaciona y comunica constituyentes textuales bajo esta sistemática continua, que resemantiza signos variados.

Como en varios de los anteriores cuentos de El llano en llamas seleccionados, la acción de decir se confirma como un hecho muy importante en “Luvina”. El cuento mismo incluye, a su vez, un diálogo aparente, que se convierte en el monólogo de uno de los principales personajes. Él es quien rinde la información pertinente sobre el protagonista más importante del relato, que es el pueblo de Luvina; un lugar, un espacio caracterizado como personaje en sí mismo. La aparición y desempeño del decir (“Esto es para decir…”) y el diálogo-monólogo se relacionan a su vez con las acciones del recordar, el saber y el ignorar, la posibilidad de aparentar y suponer: “-Me parece que usted me preguntó cuántos años estuve en Luvina, ¿verdad…? La verdad es que no lo sé… pero debió haber sido una eternidad…” (p. 150).

Al final del relato, un narrador extradiegético (“Pero ni dijo nada. Se quedó mirando un punto fijo sobre la mesa donde los comejenes ya sin sus alas rondaban como gusanitos desnudos […] El hombre que miraba a los comejenes se recostó sobre la mesa y se quedó dormido.”) (p. 152) toma el control de la diégesis y termina la actividad del decir de uno de los protagonistas. Esta clausura narrativa -sin la presencia de la muerte- afirma la sobrevivencia del protagonista narrador dentro del mismo relato. Como testigo y sobreviviente del ámbito de Luvina, es quien permanece. Su acción de decir y narrar opera como una historia preventiva para el escucha de su relación, quien será el siguiente actante en entrar en contacto con Luvina. Se dice y se cuenta como acto equivalente del sobrevivir y advertir: “Me salí de Luvina y no he vuelto ni pienso regresar”. (p. 150).

Lectura propuesta a modo de conclusiones

Encontramos en esta descripción analítica de los cuentos de El llano en llamas de Juan Rulfo antes citados, varios factores relacionados entre sí, que funcionan como constantes y sistemáticas textuales, las cuales se despliegan dentro del ámbito de la temática sugerida de la supervivencia. Estos elementos son los siguientes:

El movimiento se halla en conjunto con el tiempo y el espacio. Las acciones se encuentran situadas en el factor del cronotopo (Bajtín, 1989, p. 237); los tiempos presentes en los relatos pueden ir de décadas a horas, las acciones tienen repercusión muy profunda y avanzada en el tiempo, vienen de muy atrás y tendrán consecuencias prolongadas. Los espacios en los cuentos son muy hostiles y agresivos para los protagonistas. Yermos e inhumanos, implican violencia para los personajes, violencia que se replica en las acciones de estos mismos.

La ausencia y la permanencia integran un eje dual muy relevante en este acercamiento textual. Las narraciones de cada relato presentan este juego semiótico entre el mantenerse y el desaparecer, entre el obtener y el perder. Los personajes se mueven en una esfera discursiva entre la nada y un algo.

Las diégesis de los cuentos -ya sean en primera persona o con un narrador heterodiegético, impersonal- procuran la personificación de la naturaleza, ya sea el signo muy prioritario de la tierra, u otro signo relevante, como el agua, el cual funciona doblemente, ya que puede relacionarse con la carencia, así como con la abundancia. Las dualidades son otro sistema muy frecuente en los textos, desde la oposición básica del tema hasta el bosquejo de los personajes, y los conflictos morales, éticos y emocionales.

Lo sensible (los sentidos) resalta como factor semántico porque da lugar a la experimentación de lo real, de lo material, de lo biológico; el contacto y toda la información que protagonistas y narradores viven. También es muy importante la aplicación del Yo Narrador en los cuentos porque la acción se vuelve muy subjetiva y se percibe directamente, solo como ese yo justamente la puede observar y percibir. Es significativo el yo, porque es la voz que enuncia y articula los hechos que narra. Además, porque es testigo y participante de las historias. La enunciación del relato y de la historia, opta por distribuir los hechos bajo la estructura de Presente – Pasado – Presente, y de este modo operar también el enlace Presencia – Ausencia – Presencia. Es precisamente este enlace el que permite que se desempeñe en el texto la manifestación de la supervivencia. Un signo existe, deja de existir, y existe de nuevo.

Es considerable la ausencia de factores mágicos o mitológicos en estos relatos. El discurso religioso popular sí se encuentra en los textos, pero como ya hemos mencionado, se trata de solamente su enunciación. El universo ficticio de los cuentos no corresponde a un universo fantástico. Se halla presente, de manera superlativa, una articulación realista, materialista, que explica los sucesos y las acciones en términos de causa y consecuencia, en términos puramente lógicos.

Los cinco cuentos seleccionados de El llano en llamas de Juan Rulfo, versan sobre el fracaso. El fracaso en la lucha por impedir la muerte en “Diles que no me maten” y en “No oyes ladrar los perros”; por conseguir el afecto en “Talpa”, y por habitar la tierra en “Luvina” y “Nos han dado la tierra”: Ante la muerte, la desaparición y la venganza, los elementos arriba mencionados operan para, a través del recuerdo, la negación del olvido y una corporeidad (lo natural) muy física, dar lugar a la manifestación de la supervivencia.

El decir, la articulación del discurso de protagonistas y narradores funciona por medio de un realismo materialista, el cual reside en la mención de las causas y los efectos. Ante la muerte y el olvido, la permanencia se revela mediante el recuerdo, la memoria y la posibilidad de lo venidero, como esperanza. A través de la enunciación, la naturaleza, lo biológico, es representada baja una caracterización doble: se le personifica como peligro pero también como un ser, como alimento, como generador de vida.

El factor del tiempo, de nuevo, se desempeña en una doble instancia; representa, ya, el pasado, la muerte y la venganza, pero también el recuerdo, el sobrevivir y el futuro. En la faceta negativa activa la evidencia de las causas, mientras que las consecuencias de los actos de los personajes residen en el presente o en el futuro. Lo pretérito genera una posible idea del fracaso, divino y humano, en lo actual. El pasado es considerado como causa de las acciones y el presente lo es como efecto. El aspecto positivo de la temporalidad reside en la permanencia de la memoria, incluso como manifestación de la vida y la supervivencia. En un aspecto complementario, la espacialidad despliega una insistencia sobre el aspecto físico, sobre las distancias, sobre el aquí y el allá. Por lo tanto, al mismo tiempo, sobre la presencia y la ausencia, tanto en la vida como en el tiempo y en el espacio.

El acto discursivo resulta sumamente importante para la aparición de la supervivencia; varios de los cuentos seleccionados operan mediante diálogos, o incluso monólogos. Más que narrar propiamente, varios protagonistas, lo que realizan es decir, como los propios relatos lo especifican. Los personajes “dicen”, se abstienen de decir, o hasta llegan a “maldecir”. La presencia de lo religioso, como manifestación de la fe, es representada simplemente como una enunciación, más que como una aparición mítica o mágica. El acto de decir, en su caracterización positiva es indispensable para conectarse con lo vital y la posible supervivencia, y, por lo tanto, establecer una conexión con lo biológico y la naturaleza, lo cual también presenta una identificación dual: positiva y negativa.

Edmond Cros define el sistema semiótico como un “conjunto de los textos semióticos sacados a la luz por el análisis […] articulados los unos con los otros por relaciones de convergencia reductibles a una serie de opósitos”. (Cros, 2003, p. 266) La serie generada durante la representación de la sobrevivencia en los cuentos de El Llano en Llamas estudiados, se desarrolla como sigue:

Muerte / Vida

Ausencia / Presencia

Perecer / Sobrevivir

Venganza / Perdón

Quietud / Movimiento

Allá / Aquí

Pasado / Presente

Mito / Realidad

Causa / Efecto

Olvido / Memoria

Decir / Maldecir – Callar

Usted / Yo

Fracaso / Realización

Perecer / Sobrevivir

Pasado / Presente

Causa / Efecto

Olvido / Memoria

Fracasar / Realizar

La depuración de los textos incluidos en la propia formación semiótica, obtenidos mediante el acercamiento analítico anterior, aporta una dirección significativa específica, que dirige el análisis hacia el ámbito del genotexto, es decir, el “espacio virtual en el que están almacenadas las estructuras originales que van a actuar en el proceso de producción semiótica y que se articulan las unas a otras formando un sistema”. (Cros, 2009, p. 263). La presencia constante de la sobrevivencia en los cuentos rulfianos se halla estructurada conforme al núcleo genotextual conformado por el sistema semiótico que se produce por la interrelación de tres textos semióticos: Perecer / Sobrevivir, Pasado / Presente y Olvido / Memoria. El acto, ya sea de perecer o sobrevivir, sobre todo de este último elemento, recae en la confrontación entre el pasado y el presente, por una parte, y entre el olvido y la memoria, por otra. La sobrevivencia reside, en términos genotextuales, discursivos y referenciales, en la zona construida por el presente y la memoria.

Bibliographie

Bajtín, Mijail M., Teoría y estética de la novela, Madrid Taurus, 1989

Cros, Edmond, Estudio preliminar, en Quevedo, Francisco de, Historia de la vida del Buscón, Madrid, Taurus, 1988

Cros, Edmond, La Sociocrítica, Madrid, Arco/Libros, S.L., 2003

Paredes, Alberto, Manual de técnicas narrativas, México D.F., Editorial Grijalbo, 1993

Rulfo, Juan, El Llano en Llamas, Barcelona, Salvat/Cátedra, 2016

VV. AA., Enciclopedia de la Cultura Española, Madrid, Editorial Nacional, 1966

Notes

1 Todas las citas textuales de los cuentos mencionados provienen de la edición: Rulfo, Juan, El llano en llamas, Barcelona, Cátedra, 2022 y se identificarán únicamente con el número de página. Retour au texte

2 “Relato es toda obra de ficción que se constituye como narrativa. Es decir, relato es una organización verbal -un discurso- que erige un universo propio en el que el lector asiste a una serie de acontecimientos que suceden ahí, dentro de las palabras.” (Paredes, 1993, p. 17) Retour au texte

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Référence électronique

María Guadalupe Sánchez Robles, « Sobrevivir en El Llano en llamas de Juan Rulfo », Sociocriticism [En ligne], XXXIX-1 | 2025, mis en ligne le 27 juillet 2025, consulté le 07 novembre 2025. URL : http://interfas.univ-tlse2.fr/sociocriticism/4105

Auteur

María Guadalupe Sánchez Robles

Universidad de Guadalajara

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