“Yo tenía seis años y él me sentó sobre sus piernas. El agua del río nos cubría la mitad del cuerpo y el cosquilleo de sus dedos entre mis muslos me produjo un calor extraño. ‘No digás nada’, me ordenó con un susurro al oído.”
Mildred Hernández, Erótica en la ciudad, p. 11.
INTRODUCCIÓN
Los fragmentos dispersos de la memoria recuperados en la novela de la escritora guatemalteca Mildred Hernández entran de manera directa y sin ambigüedades estilísticas ni estrategias metafóricas en la experiencia íntima de la violencia masculinista. El recuerdo es explorado por medio de segmentos diferenciados los cuales van introduciendo poco a poco elementos que, como se logra comprender más adelante, forman parte de la conformación de la subjetividad de la protagonista, particularmente en lo que concierne la identificación de su cuerpo, la construcción del deseo y la experiencia del otro. Dentro de esta construcción subjetiva acumulada por medio de experiencias desde la infancia hasta la edad adulta, lectoras y lectores se ven igualmente confrontados a una rápida constatación gracias a la sucesión de imágenes alrededor del mismo tema: el deseo, la experiencia erótica y el reconocimiento de su propio cuerpo se encuentran atravesados por una importante cantidad de violencias individuales y colectivas, las cuales forman parte de todo un funcionamiento del sistema patriarcal que caracteriza las sociedades latinoamericanas y en este caso la guatemalteca en particular. El personaje principal se construye entonces desde la violencia y en muchos de los casos una violencia que no es necesariamente reconocida como tal dentro del contexto histórico y social en el que se sitúa el texto.
En el presente artículo me interesa de forma particular explorar la manera en la que la novela permite no solamente poner en evidencia una serie de acciones, gestos y discursos violentos que determinan la subjetividad de la protagonista desde la infancia, sino también la forma en que estos son identificados dentro de toda una estructura sistémica que fundamenta el funcionamiento patriarcal en la Guatemala de la segunda mitad del siglo XX. De esta manera, se hará un recorrido breve sobre elementos históricos relacionados con la violencia de género en Guatemala para adentrarse luego en las particularidades discursivas de la novela de Hernández y sus estrategias de puesta en evidencia de la violencia masculinista.
UN CONTEXTO DE VIOLENCIA
Hablar de violencia de género en Guatemala, ya sea desde sus representaciones literarias o desde los numerosos hechos cotidianos de violencia en contra de las mujeres, implica una reflexión profunda en relación con la estructura de dominación que ha definido las relaciones verticales establecidas entre hombres y mujeres, entre comunidades indígenas y ladinos, entre blancos de cultura y formación europea presentes en las élites nacionales y el pueblo mayoritariamente indígena y pobre en este país centroamericano. A este respecto, el informe Guatemala, memoria del silencio (1999) sobre los crímenes cometidos durante el conflicto armado interno gestado desde los años 60 y desarrollado durante más de treinta años, identifica de qué manera
[e]n Guatemala es evidente un complejo de relaciones asimétricas que a lo largo de su historia han provocado el surgimiento de conflictos de distinto tipo. La concentración del poder económico y político, el carácter racista y discriminatorio de la sociedad frente a la mayoría de la población que es indígena, y la exclusión económica y social de grandes sectores empobrecidos – mayas y ladinos – se han expresado en el analfabetismo y la consolidación de comunidades locales aisladas y excluidas de la nación (Comisión para el Esclarecimiento Histórico, 1999a, p. 79)
La violencia de género se hizo presente de forma constante durante el conflicto, no solamente en la estructura que organiza los vínculos y relaciones cotidianas, sino también como una eficiente y terrorífica arma de guerra, la cual tenía objetivos múltiples que iban desde el castigo y la tortura con la subsecuente obligación de silencio y vergüenza hasta la exterminación. Formas prototípicas de masculinidades guerreras nutridas por el odio al otro y fundamentadas en el poder de las armas causaban terror en pueblos del altiplano por medio de estrategias de control, amenaza y castigo. El funcionamiento de las violaciones individuales y grupales ocasionaron el desplazamiento de mujeres y la dispersión y separación de comunidades enteras, de manera que se lograban romper lazos familiares y sociales llevando a las mujeres a la exclusión y al aislamiento:
El hecho de la violación sexual estuvo acompañado por la vulneración de muchos derechos. Por lo general, los casos de violaciones sexuales individuales o selectivas, se dieron en el contexto de la detención de las víctimas y muchas veces fueron seguidas de su muerte o desaparición. Los casos de violaciones masivas o indiscriminadas y públicas, se registraron en áreas de gran concentración indígena, como una práctica común luego de la instalación de destacamentos militares y PAC, de modo previo a masacres o como parte de operaciones de tierra arrasada (Comisión para el Esclarecimiento Histórico, 1999b, p. 15).
La identificación de un complejo sistema de relaciones asimétricas que alimentó y explicó en parte el conflicto armado interno concierne directamente la violencia de género y toda una serie de comportamientos ligados a formas de masculinidad que perpetúan tanto su permanencia como sus prácticas y estrategias de dominación (formas de apropiación del cuerpo de las mujeres, naturalización de comportamientos violentos, control de las mujeres en las relaciones de pareja, etc.). La firma de los Acuerdos de Paz en 1996 acabó con formas organizadas y militarizadas de violencia masculinista, pero no con su base sólida, la cual se ve respaldada con el crecimiento en las últimas décadas de las iglesias evangélicas y el control social y moral que estas imponen.
Lo anterior puede ser fácilmente constatable si nos acercamos a la actualidad política y social de Guatemala: de acuerdo con los datos del Ministerio Público, el delito de violencia contra la mujer es el más denunciado diariamente a nivel nacional (poco más de 60 mil denuncias en 2021), sin embargo, también durante el 2021 39% de estas denuncias fueron desestimadas en las diferentes sedes fiscales con criterios ambiguos y en muchos casos sin notificación a las interesadas (López, 2022, s.p.). Además de los delitos que según la fiscalía son identificados de forma errónea como “en contra de la mujer”, una de las razones de la desestimación es la ausencia de golpes o heridas visibles en el momento de la denuncia. Para Blanca Sandoval, actual jefa de la Fiscalía de la Mujer
Si una mujer denuncia violencia física pero no hay lesiones, cómo podemos probar un delito de violencia contra la mujer. Aunque yo le llegue diciendo al MP aquí tengo abierto porque me dio un machetazo no puedo probarlo porque el machetazo no existe, no está la lesión y médicamente no se puede probar porque el médico forense no encuentra una lesión que vaya acorde a lo que dice la víctima (López, 2022, s.p.).
El ministerio público, además de considerar que la población no sabe identificar y diferenciar la violencia de género, no logra tampoco comprender su funcionamiento ni identificarlo para proteger a las víctimas.
Un último ejemplo en relación con el contexto de violencia de género en Guatemala, su carácter estructural y su reciente incremento se encuentra en el proyecto de ley 5272 llamado “Ley para la protección de la vida y la familia” presentado a los diputados precisamente el día 8 de marzo de 2022. Mientras los colectivos feministas se encontraban realizando manifestaciones en el centro de la ciudad por los derechos de las mujeres, los diputados aprobaron una ley que tiene como objetivo principal no solo la disminución de estos derechos, sino también la criminalización del aborto, la investigación de mujeres que hayan sufrido un aborto espontáneo y la prohibición de todo tipo de programa educativo relacionado con la diversidad sexual, todo esto bajo el reforzamiento de una idea de familia nuclear heterosexual como base inquebrantable de la sociedad. Esta iniciativa había ya salido a la luz en 2018 pero se mantuvo archivada hasta que nuevamente diputadas y diputados ultraconservadores, en particular la primera mujer presidenta del Congreso, Shirley Rivera, decidieran volver a presentarla, lo que resultó en una aprobación por mayoría (101 de 160 congresistas votaron a favor). Al día siguiente una organización religiosa declaró a Guatemala “Capital pro-vida de Iberoamérica”, acto que fue celebrado enseguida por el presidente Alejandro Giammatei. La polémica ley fue sin embargo archivada pocos días después, vetada por el presidente a causa de las fuertes críticas recibidas (Pérez Marroquín, 2022, s.p.).
Ahora bien, me he permitido realizar esta breve referencia a la actualidad política guatemalteca precisamente porque esta se encuentra íntimamente ligada con las visiones que priman actualmente desde los grupos dirigentes del Estado respecto de la violencia de género y del giro ultraconservador que se produce en varios países centroamericanos. ¿Qué puede hacer la literatura frente al mantenimiento y radicalización de discursos misóginos y homofóbicos en un país en el que los índices de analfabetismo siguen siendo altos (18% en 2019), particularmente en mujeres y zonas indígenas, y los hábitos de lectura cada vez más reducidos? (UNESCO, 2020, s.p.)
ERÓTICA EN LA CIUDAD
Dentro de este contexto complejo de violencia se sitúa el trabajo literario de la escritora Mildred Hernández, nacida en Ciudad de Guatemala en 1966 y cuya obra constituida especialmente de relatos cortos y de poesía explora tanto las relaciones entre hombres y mujeres, así como las diferentes aristas del erotismo en el mundo contemporáneo. Sus primeros cuentos aparecen a mediados de los años noventa en el cuentario Orígenes de 1996, luego publica Diario de cuerpos en 1998 y Paranoica City en 2003, además del poemario Palabras enredadas en los dedos de 2012. Erótica en la ciudad es su primera novela y fue publicada en Costa Rica en 2018. Sus cuentos han sido incluidos en numerosas antologías de relatos como Cicatrices (2004) de Werner Mackenbach, Tiempo de narrar (2007) de Francisco Alejandro Méndez, Pequeñas resistencias 2 (2003) de Enrique Jaramillo Levi o Ni hermosa ni maldita, narrativa guatemalteca actual (2012). De la misma manera, la obra de la autora ha sido comentada en diversos artículos académicos o trabajos universitarios, muy especialmente tomando como punto central el carácter y la dimensión erótica de su trabajo, la expresión del deseo sexual femenino e incluso respecto de la representación de personajes LGBTQ en la literatura. Es el caso por ejemplo del artículo de Karine Vasicek sobre “La construcción de la identidad femenina a través del discurso erótico en la narrativa de Mildred Hernández”, o de la tesis doctoral de Mónica Zúñiga sobre “El erotismo en el relato corto de autoras centroamericanas” en la que toma en consideración uno de los relatos del libro Orígenes de Hernández. Para Vasicek, es posible identificar en la narrativa de Hernández una utilización particular del erotismo relacionado con la capacidad de acción de sus personajes femeninos, los cuales “buscan una salida a esa alienación y la encuentran en la recuperación de su propio cuerpo. Recobrar el control de su sexualidad significa para ellos volverse centro de su propio universo” (Vasicek, 2011, p. 151).
La narrativa de Mildred Hernández se inscribe igualmente dentro de una importante producción literaria centroamericana escrita por mujeres y que se encarga no solamente de tratar abiertamente temas relacionados con el cuerpo y el erotismo, sino también las implicaciones de la violencia de género, la degradación del tejido social en los países centroamericanos y el trabajo necesario de recuperación de la memoria histórica. Es posible mencionar en este caso autoras tales como Gioconda Belli (Nicaragua), Anacristina Rossi (Costa Rica), Jacinta Escudos (El Salvador), Claudia Hernández (El Salvador) o más recientemente Mónica Albizúrez (Guatemala)1. La amplia tradición de denuncia social presente en la narrativa de la región a raíz de los conflictos armados toma nuevas formas de expresión desde posiciones políticas de lo íntimo para reivindicar funcionamientos de dominación que van más allá de los enfrentamientos armados, la recuperación de la memoria y sus consecuencias2. En este sentido es posible ver en la novela de Hernández al mismo tiempo una continuidad con la importante tradición centroamericana de formas de la escritura íntima, la denuncia por medio de la utilización del yo en la reconstrucción del pasado y de la memoria personal, pero también una posición política feminista fuerte, particularmente después de la ola causada por el movimiento MeToo. En efecto, el impacto que causa la narración desde sus primeros fragmentos se encuentra relacionado de forma directa con la exploración de la violencia masculinista experimentada por la protagonista como una forma de testimonio extensivo de momentos que conformaron su identidad de género, su sexualidad y su relación con el erotismo y el deseo de manera general, para las cuales no es posible dejar de lado el peso de la violencia.
La novela Erótica en la ciudad presenta una estructura particular desde un punto de vista narrativo, ya que se organiza a partir de una larga lista de fragmentos, 99 en total, que representan instantes o momentos particulares en la vida de la protagonista. En términos de forma esta estrategia se mantiene sumamente cercana a los relatos publicados por la autora en sus libros precedentes puesto que la estructura del microrrelato practicada en sus primeras publicaciones se encuentra reproducida aquí de manera casi idéntica. La diferencia principal es que en este caso los 99 fragmentos giran en torno a la vida de un solo personaje, la protagonista, y tratan particularmente de instantes relacionados con la conformación de su sexualidad desde la infancia hasta la edad adulta. Así entonces, es posible identificar fácilmente la continuidad del hilo narrativo pese al carácter fragmentario y a las diferencias y saltos temporales. Este personaje central es una mujer guatemalteca, escritora de relatos eróticos y que lleva por nombre Erótica Tánatos, sin embargo, es sumamente escasa la mención de los diferentes aspectos relativos a su vida fuera de momentos vinculados con el aprendizaje, la práctica o la exposición de una u otra manera a la sexualidad. El hilo narrativo que los une es, como se ha indicado antes, la construcción de la subjetividad de la protagonista, puesto que son sus experiencias las que se encuentran cada vez en el centro de cada instante contado, de esta manera no encontramos estrategias para identificar la temporalidad de forma clara: el paso del tiempo se percibe solamente en el crecimiento físico, en la experiencia ganada y en la madurez de Erótica frente a situaciones ligadas a la sexualidad y a las relaciones (no siempre al erotismo).
La voz narrativa presenta las situaciones desde la tercera persona, a veces dando la voz a los personajes para introducir diálogos, pero siempre de manera sintética, sin entrar en largas descripciones ni en análisis de las situaciones mostradas. Solamente encontramos una excepción notable que se presenta con respecto a la estructura de los relatos y es que la novela se divide en dos partes: la primera con 98 fragmentos y la segunda, compuesta solamente del número 99, el cual corresponde a una entrevista televisiva en la que el escritor argentino Ricardo Piglia le realiza una serie de preguntas a Erótica sobre su trabajo literario, sus influencias y las particularidades de su primera obra publicada, la cual comprendemos es la novela que acabamos de leer. Así entonces, la novela construye en su segunda parte todo un discurso en apariencia paratextual sobre la colección de fragmentos, el cual funciona como una orientación importante respecto de las posibilidades de lectura de la obra y particularmente del posicionamiento de la autora-protagonista sobre las relaciones entre hombres y mujeres, la violencia y el erotismo.
Esta mirada, que puede ser considerada como autorreflexiva en la medida en que implica una visión y un posicionamiento frente a los fragmentos que la preceden, determina y orienta ampliamente las posibilidades de comprensión e interpretación de la novela. El hecho de que Erótica sea entrevistada en el contexto de un programa de televisión sobre literatura por un escritor de renombre en las letras latinoamericanas para tratar aspectos clave de su obra permite un juego de mise en abîme sobre la referencialidad del texto para tomar un cierto control sobre sus posibles lecturas. Es el caso claramente de la manera en que se aborda el erotismo en el contexto latinoamericano, ya que para Erótica se trata de una temática con implicaciones diferentes cuando es tratada por hombres o por mujeres, especialmente porque para estas últimas la experiencia de la sexualidad puede estar llena de violencia: “Quienes escriben textos eróticos, sean hombres o mujeres, pero especialmente estas últimas pues a ello se agrega el fuerte machismo que impera en la sociedad patriarcal, se les margina, se les ignora, pero sobre todo se les invisibiliza” (Hernández, 2018, p. 134).
En este sentido, vemos claramente una voluntad de poner de relieve el carácter político de la colección de fragmentos compilados por la protagonista por medio de un discurso metaliterario que se encuentra al mismo tiempo dentro del universo diegético de la novela y no como una introducción o epílogo de la autora, en este caso Hernández, los cuales se saldrían completamente del mundo narrado para ofrecer una palabra de autoridad (autorial, justamente) sobre el sentido del texto. La entrevista final logra entonces centrar la atención sobre la función liberadora y emancipatoria del erotismo para las mujeres gracias a la puesta en evidencia de toda una serie de factores sistémicos que han ligado la entrada en la vida adulta y experiencia de la sexualidad con actos de violencia masculinista. Para Erótica:
[e]scribir literatura erótica en una sociedad tan conservadora, te lo aseguro […] es un acto emancipatorio inserto en el ámbito de la subjetividad más profunda. Las mujeres que escriben literatura erótica realmente son valientes, muestran su resistencia ante el poder de todas las instituciones que quieren oprimirlas” (Hernández, 2018, p. 141).
EROTISMO Y VIOLENCIA
Así como la protagonista reconoce en su entrevista el valor de las escritoras de literatura erótica que la han precedido, la novela comienza con un epígrafe de Marguerite Yourcenar situando de esta manera la transmisión literaria que debe ser comprendida aquí como una forma de reivindicación3. La referencia a la escritora francesa orienta la entrada en la lectura de la novela no solamente por el carácter erótico de la misma, sino también por las correspondencias que se pueden leer entre Fuegos (1957) de Yourcenar, cargado de fragmentos amorosos y eróticos en prosa poética, y los textos que encontramos en Erótica en la ciudad. Los textos numerados inician enseguida con pocas indicaciones sobre el espacio y el tiempo, estas se van recogiendo a lo largo de la novela para completar de forma más clara el contexto guatemalteco. Cada fragmento es narrado en un presente que acerca a la persona lectora a un instante determinado en la vida de Erótica, los cuales están caracterizados por marcar un aspecto de su propia subjetivad.
Las características narrativas del texto anteriormente descritas reafirman la impresión, a medida que se avanza en la lectura, de encontrarse frente a la exposición de hechos claros en los que no se juzga de manera directa a la protagonista ni a sus interlocutores, sino que estos resultan de la exposición a un contexto histórico y social determinado, el de Guatemala de los últimos cincuenta años. Los 99 capítulos son así un conjunto de textos que, más que fragmentos de un discurso erótico, a la manera de Barthes, con una reflexión profunda sobre sus referencias y sus prácticas, resultan más bien fragmentos de la experiencia sexual. Es decir, representan momentos en los que el sujeto se ve enfrentado a situaciones que construyen su experiencia personal con el sexo, sus discursos, sus implicaciones, pero también sus diferentes formas de violencia y la expresión de la dominación masculina.
En una entrevista corta realizada a la autora sobre el carácter erótico de la novela y su clasificación, esta afirma que:
[d]esde el punto de vista de lo que se considera una obra erótica como tal, el libro no lo es, pues no existe una “pulsión” en la trama que conduzca las escenas desde el no erotismo, por decirlo de alguna manera, hacia su culminación. […] En Erótica en la ciudad, sin embargo, no se ve esa intención desde el inicio y quizás tampoco al final, si bien hay un buen número de escenas que pueden enmarcarse como textos eróticos, sobre todo cuando está terminando la primera parte (Cuevas Molina, 2018, s.p.).
La inscripción del erotismo comprendido desde puntos de vista diferentes, ya sea ligado a la transgresión desde el sentido que le da Bataille (y que la protagonista comenta en su entrevista final como una referencia importante en su escritura) o desde la expresión del placer mismo como objetivo del acto, puede ser ampliamente identificada en la novela de Hernández. La colección de momentos importantes que llevan a la protagonista al placer, a querer acercarse a él o a provocarlo son numerosos a lo largo del texto, lo cual aparece ya de forma particular en el nombre de la protagonista, Erótica, como un determinante evidente de su identidad. Por medio de los instantes relatados se hace patente la voluntad de mostrar la manera en la que la protagonista logra expresar su deseo sin grandes dificultades morales o personales y cómo hace frente a las implicaciones sociales y culturales que pueden ser ligadas en el contexto guatemalteco a dicha expresión.
Pese a que el tema mismo del erotismo desde diversas perspectivas teóricas y filosóficas puede ser sumamente enriquecedor para abordar la obra de Mildred Hernández, me interesa esta vez en específico la manera en que los fragmentos reunidos de la formación sexual y erótica de la protagonista nos enfrentan a una importante carga de violencia producto de una estructura patriarcal fundada en la dominación masculina y en la objetivación y apropiación del cuerpo de las mujeres. Lo anterior se hace particularmente evidente en la estructura narrativa de los fragmentos, puesto que al extraer una selección de experiencias de su contexto y ponerlas una junto a la otra, se refuerza la manera en que Erótica entra en la sexualidad por medio de situaciones de abuso que se repiten constantemente. Es precisamente en el efecto logrado por esta galería de imágenes, desde el acoso hasta la violación de menores, que la reunión de fragmentos conforma una denuncia clara sobre la entrada de las niñas en la sexualidad por medio de la dominación.
El fragmento número 1 presenta lo anterior de manera clara:
Son las 10:35 a.m. del Sábado de Gloria. La familia entera va al río para almorzar, bañarse en las pozas, divertirse y quitarse un poco el calor pegajoso de la temporada. René se ofrece para enseñar a nadar a Erótica. Él 17 y ella 6. La madre de la niña accede, siempre y cuando estén a la vista de ella. Chapotean un rato, él sostiene las manos de la niña mientras ella patalea en el agua. Descansan. “Siéntate en mis piernas”, dice René. Ella se sienta y puede ver en el agua transparente cómo sus pequeños pies tocan la arena suave, sin piedras, del río. “No digas nada”, le dice René al oído y posa sus dedos debajo de la calzoneta de la niña, ahí donde se unen las dos piernas. Recorre esa parte, la acaricia y Erótica siente raro, como un calor, como un ardor que no acaba pronto. “La comida está lista”, se oye una voz a lo lejos. Erótica se levanta y corre entre el agua hasta la orilla. Come. No vuelve al río (Hernández, 2018, p. 11).
Desde el primer fragmento presentado en la cita anterior encontramos la estructura que será reproducida durante toda la primera parte de la novela: una voz narrativa que expone los hechos siempre en presente, manteniendo una distancia clara respecto de la situación contada y un relato conciso que va directo al grano. Estas características hacen que el texto se distancie de ciertas formas conocidas tales como el diario íntimo, la autobiografía o el testimonio en la medida en que cada momento nos acerca a la inmediatez del hecho y no al recuerdo o la evocación. La utilización de la tercera persona es además el elemento central de esta distanciación que evita completamente la puesta en escena de un “yo” por medio del cual la construcción del recuerdo y la exposición de los sentimientos prefiguraría un espacio íntimo para lograr un efecto emotivo en el discurso. No estamos tampoco ante la explicación de sí misma o de formas cercanas a la confesión que dan en general el contorno de la subjetividad del personaje por medio de la confrontación a su propia imagen, el cuestionamiento de sus actos, de su entorno y de sus propias percepciones. En este caso, la imagen instantánea a la manera de una fotografía polaroid, en particular para los fragmentos más cercanos al anteriormente citado, centra la atención sobre el hecho importante: la confrontación con la violencia.
La novela se abre entonces por medio de una confrontación directa con el abuso sexual de una niña de 6 años como primera imagen relacionada con la experiencia que tiene la protagonista de la sexualidad y de su propio cuerpo. Es interesante notar que este fragmento inicial reelabora uno de los microrrelatos que la autora publicó en Diario de cuerpos veinte años atrás. Se trata del cuento VI de dicha compilación en la que Hernández recupera una gran cantidad de voces femeninas que expresan su relación con el deseo y la sexualidad, por lo que en este caso no encontramos una voluntad de construir una narración unificada alrededor una sola protagonista. Cito a continuación la totalidad del relato:
Yo tenía seis años y él me sentó sobre sus piernas. El agua del río nos cubría la mitad del cuerpo y el cosquilleo de sus dedos entre mis muslos me produjo un calor extraño. “No digás nada”, me ordenó con un susurro al oído. No me moví todo el tiempo que duró su caricia. Desde entonces cada vez que me enjabono ahí, y siento el agua recorrerme, vuelvo a experimentar el mismo calor extraño.
Y me siento rara (Hernández, 1998, p. 21).
Como podemos observar, los elementos comunes entre ambos son numerosos, sin embargo, una importante diferencia respecto de la estructuración narrativa aparece en la reelaboración de la novela, ya que el microrrelato se presenta a manera de recuerdo, en primera persona, lo cual le confiere la dimensión distinta anteriormente señalada con respecto de la formación subjetiva. Este texto fue analizado ampliamente por Mónica Zúñiga en su tesis doctoral en la que propone una lectura del texto como “[…] un récit pédophile qui, sous l’apparence de la tendresse, cache la violence d’un évènement tragique”. Y continúa : “Il y a également, comme nous l’avons dit, un éveil érotique sombre qui, malgré son caractère maudit, devient un fait fondateur de la sexualité de la femme qui raconte l’histoire” (Zúñiga, p. 187).
El estudio de Zúñiga propone una interpretación en la que la realidad del abuso sexual se muestra dentro de una continuidad de la tradición literaria que realiza una forma de elogio de la violación (Zúñiga Rivera, 2017, p. 180) o que al menos presenta los hechos violentos de forma distanciada y sin posición crítica respecto de la indefensión de la niña frente a la violencia masculinista por el hecho de hablar de “caricias” y no de abuso o violación. Esta lectura puede parecer sorprendente al conocer la obra de la autora y la manera en la que la puesta en evidencia de un hecho como lo es la violencia masculina forma parte de toda una estrategia de denuncia. Además, el sujeto de la enunciación en el cuento, es decir una víctima de abuso sexual, no necesariamente va a expresar en su recuerdo la denuncia directa de la violación, argumento del cual se vale Zúñiga para situar el texto de Hernández, de forma errónea a mi parecer, en una tradición del discurso pedófilo4.
Si volvemos a la novela Erótica en la ciudad, vemos que esta se inscribe en un procedimiento literario que podemos considerar como performativo, en el que la repetición constante de estrategias de dominación y de objetivación del cuerpo femenino se presentan como la única entrada posible de la protagonista en la sexualidad y el erotismo. Es decir que el discurso literario presenta la repetición como una secuencia de hechos que realiza o materializa tanto la conformación del sujeto femenino de la protagonista, como la evidencia en la lectura, es decir en su recepción, de la carga violenta de las experiencias vividas.
En esta secuencia de hechos que marcan a Erótica a través de su vida se pueden apreciar numerosos fragmentos que indican claramente las edades de la protagonista y de quienes se relacionan con ella, en el caso particular del primer fragmento se menciona a René, de 17 y Erótica de 6, lo cual permite evitar ambigüedades respecto de la experiencia de los personajes o los alcances de las situaciones de abuso. Esta característica resalta en los textos precisamente debido a las pocas informaciones con las que se cuenta en general sobre el paso del tiempo a lo largo de la lectura, por lo tanto, la mención directa de las edades encuentra sentido no simplemente como una marca temporal, sino como una manera de contextualizar la violencia en el proceso de formación de la protagonista. A continuación, presentaré igualmente a manera de secuencia algunas de las situaciones evocadas por medio de los fragmentos en los cuales se indica claramente la edad de los personajes o al menos la de Erótica como una indicación clara de las situaciones de dominación:
4. Erótica de 10 años […] La llevan a una clínica del centro de salud […] Quédate con ella le dicen a un scout de unos quince años que está por ahí para ayudar en lo que sea necesario. Lo dejan solo con la niña y Erótica, en medio de su inconciencia, aun no acierta a moverse para impedir que el muchacho le baje el zíper y un poco el pantalón. Él se queda viendo lo que ella tiene entre las piernas […] (p. 14).
5. Van de un pueblo a otro y en medio va Roberto, de 20. A su derecha Amalia, de 14, y a su izquierda, Erótica, de 10 […] De pronto Roberto se vuelve hacia ella y la toca. Sin decirle una palabra, la mueve para que se ponga de cara a él y la besa en el rostro. Le toca los pechos que apenas han empezado a salir y desliza la mano bajo el pantalón de ella hacia la región donde el vello es una leve sombra en el centro (p. 15).
12. A mí me puedes llamar por mi nombre, le dice Sergio, de unos 50, a Erótica, de 12 […] Te regalo lo que quieras, le dice, porque están en uno de los negocios que él tiene cerca de la casa de Erótica. Ella se asusta porque don Sergio es el papá de un compañero de su hermano menor y recientemente quedó viudo (p. 22).
20 [Erótica, 13 años] El hombre pasa corriendo a la par de ellas y mete la mano debajo de la falda de Erótica, y la toca allí donde las dos piernas se unen. Por un instante ella siente la afrenta, y nota cómo un cúmulo de vergüenza e indignación la inundan […] (p. 31).
25 [Erótica, 15 años, su abuelo cancela un viaje previsto con Erótica que él considera peligroso] – ¿Peligroso? ¿Por qué? – Pregunta Erótica intrigada. – Porque tengo miedo de que si estamos los dos solos pase algo más entre nosotros – dice él como hablando en voz alta consigo mismo más que con Erótica.
34 [Erótica, 16 años, va a confesarse] […] Ella le cuenta sus angustias, sus preocupaciones, llora. Él le dice que lo que sucede es que el demonio la está poseyendo. Le pide que se baje el pantalón y el calzón, y le mete la mano entre las piernas, penetrándola con los dedos en la vagina, ahora ya estás liberada, le dice, reza dos padrenuestros y un avemaría, agrega y hace la señal de la cruz (p. 47).
Es posible ver a través del encadenamiento de fragmentos cómo durante la infancia, la adolescencia y la edad adulta la protagonista se ve expuesta a una importante cantidad de acoso, abusos e incluso violaciones de parte de hombres, siempre mucho mayores que ella, quienes se valen cada vez de su posición social y económica, de su fuerza y la edad de la niña para acceder directamente a su cuerpo. La novela recoge una importante diversidad de experiencias que pueden ser leídas como una forma de posicionamiento ante la violencia en el que se pueda crear un efecto de reconocimiento en la lectura. Recordemos aquí que, como se indicó en la parte de la entrevista final, la posición de la protagonista es clara con respecto a una actitud política de su texto sobre la palabra de la mujer, la expresión del deseo y la denuncia de la violencia. De esta manera, se retratan situaciones que han podido ser consideradas en las últimas décadas como producto de una cultura tradicional o de típicas actuaciones masculinas a las que no se les debe prestar gran atención (manoseo por desconocidos, acoso callejero, por ejemplo); así como entran también dentro de este continuum de violencia masculinista la erotización y seducción de las niñas y el abuso sexual en situaciones de autoridad (el sacerdote, padre de familia, el abuelo).
La secuencia de abusos presentada pone en evidencia también el papel esencial que para estos efectos cumple el estilo neutro de la narración y el distanciamiento establecido por la voz narrativa. Ambos procedimientos refuerzan una impresión de objetividad de una mirada exterior que no permite profundizar en los sentimientos, miedos o dolores de la víctima, pero tampoco en las posibles contradicciones, frustraciones o justificaciones, sean estas válidas o no, del victimario. Las características del relato, más allá de su fragmentación, evitan que la narración entre en formas de romantización o idealización de las relaciones de género en las que se invisibilizan las relaciones de poder que han sido naturalizadas dentro del discurso romántico de la seducción, de la tradición de caballeros y de la idealización del cuerpo femenino sumido a las voluntades del amante5. Lo mismo se podría decir de formas de banalización de las violencias cotidianas o callejeras justificadas por medio de las frustraciones del deseo masculino.
Sin embargo, la secuencia citada no recoge todos los hechos experimentados por la protagonista, puesto que los ejemplos se multiplican más adelante por medio de la identificación del abuso de parte de un médico durante la consulta, la violación que sufre la protagonista a los 16 años por un hombre casado de 40 años en un motel, o incluso la violación por parte de su marido, pese a las negaciones claras de Erótica. Junto con estos elementos, el personaje va construyendo su deseo también de manera paralela, muy a pesar de las marcas importantes de la violencia sufrida durante toda esta etapa. Es así como la novela va describiendo poco a poco otro tipo de relaciones en las cuales Erótica logra establecer vínculos distintos, explorar su sexualidad y experimentar con formas del erotismo que no están directamente relacionadas con situaciones de dominación o violencia. Esta dualidad en la construcción del relato permite desarrollar a partir de la subjetividad de la protagonista una importante capacidad de acción y una reapropiación de su propio cuerpo y de su sexualidad, incluso hasta la construcción de todo un discurso liberador por medio del erotismo. Este se encuentra desarrollado en numerosos fragmentos por medio de los cuales la protagonista logra identificar su deseo y actuar en función de sus necesidades. No obstante, como se ha podido ver en la construcción de la estructura narrativa de la novela y en los ejemplos numerosos de la exposición a formas de violencia sistémica, desde mi perspectiva, no es posible leer los fragmentos de vida de Erótica solamente como un relato de la expresión del deseo dentro de la tradición de la literatura erótica, sino principalmente como una forma de evidenciación de estructuras patriarcales naturalizadas.
La sucesión de experiencias ligadas a la sexualidad que implican abusos es presentada en el relato como producto de un contexto social en el que estas parecen encontrarse naturalizadas, ampliamente aceptadas y por ende invisibilizadas. Esta constatación coincide con las dos estrategias mayores identificadas por Patrizia Romito en su ensayo sobre la violencia masculina que son la legitimación y la negación, las cuales, en el caso de la novela, funcionan activamente desde la estructura narrativa. Según Romito,
[e]n se rendant légitime, la violence masculine agit bien entendu à découvert, mais dans ce cas on ne la définit pas comme de la violence […] Quant au déni, il devient indispensable lorsque la société ayant fini par évoluer à force de combats des opprimé·e·s, a rendu inacceptable la légitimation des forces extrêmes de la violence ; des nouvelles voies sont alors cherchées pour occulter cette violence ou pour ne pas avoir à se lever contre elle (Romito, 2006, p. 155).
De acuerdo con la autora, ambas estrategias funcionan de manera complementaria en la legitimación de la violencia masculina sobre las mujeres, haciendo de esta legitimación una etapa normal o incluso necesaria en la formación identitaria, sexual y social de estas, pero no como un efecto directo de formas de dominación y de apropiación. En el caso de la novela, se puede observar precisamente una deslegitimación de la violencia que la saca de un continuum en la formación de la sexualidad para demostrar las diferentes formas de dominación que entran en juego.
A este respecto, conviene resaltar lo que Colette Guillaumin señala como uno de los principales medios de apropiación del cuerpo femenino y al que identifica como la obligación sexual (contrainte sexuelle), por medio de la cual el cuerpo femenino se encuentra constantemente rodeado de hombres que pretenden acceder a él o que lo van a hacer de forma espontánea. Esta obligación es la que, según la autora, conduce también de manera directa a la objetivación e incluso a la violación. El razonamiento de Guillaumin respecto de los modos y medios de apropiación se dirige hacia la explicación “socialmente de un discurso de la Naturaleza” (Guillaumin, 2016, p. 43) relacionado con el cuerpo femenino y que contribuye principalmente a la ocultación de formas de violencia. La novela presenta por medio del personaje de Erótica cómo este se encuentra constantemente, a través de sus experiencias, dentro de un funcionamiento en el que es vista por los hombres que la rodean como un cuerpo al que se puede tener acceso sin mayor problema ni consecuencias.
CONCLUSIONES
Al hacer una lectura de la novela de Mildred Hernández a partir de las consideraciones anteriores, es posible identificar diferentes estrategias narrativas puestas en marcha desde el punto de vista de la estructura formal del relato y de las situaciones de la historia contada que tienen como objetivo desnaturalizar un funcionamiento violento y por ende deslegitimarlo. Estas se pueden sintetizar de la siguiente manera:
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La utilización de textos concisos y numerados que van directo a la exposición de una situación relativa a la sexualidad de la protagonista por medio de una voz narrativa exterior.
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La puesta en evidencia de la repetición constante de un comportamiento violento a lo largo de la formación del personaje protagonista (abusos de familiares, amigos, superiores).
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La atención puesta en las diferencias de edad entre Erótica y los hombres con quienes se relaciona o especialmente quienes abusan de ella, lo cual explicita el establecimiento de relaciones de poder que facilitan las situaciones de violencia, particularmente durante la infancia y adolescencia.
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El reconocimiento de estructuras de poder dentro de las relaciones entre hombres y mujeres, particularmente en las situaciones de abuso, relacionadas con posiciones sociales, económicas o familiares (sacerdote, médico, etc.).
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El efecto de acumulación logrado en las características anteriores revela las estrategias de dominación y las deslegitima.
Una importante cantidad de fragmentos, situados especialmente en la primera parte de la novela, resaltan un complejo sistema de relaciones asimétricas y de dominación, las cuales conducen en este caso a la violencia de género en un país como Guatemala en el que las cifras actuales revelan una verdadera situación de urgencia. El personaje de Erótica pone de manifiesto por medio de sus experiencias el peso que tiene en la vida de una mujer que creció a partir de los años setenta la necesidad de reconstruir la visión de su propio cuerpo, de su relación a la sexualidad, al erotismo y al deseo. Hacia el final de esta primera parte es posible ver cómo el personaje va poco a poco tomando parte activa en dicha construcción para dirigirse hacia lo que se identifica como la libertad: escoger a sus amantes sin vergüenza, informarse, dejarse llevar por el placer, etc. Vemos entonces hacia el final consideraciones como la siguiente:
92. Seguro hay otras prácticas, otros placeres, otras maneras de asumir el cuerpo, más sofisticadas, más creativas, más al límite que como las que se muestran en este programa, se dice. Para su cotidianidad a cuestas, sin embargo, son suficientes su piel, sus manos, su boca, su cuerpo entero y esa sensación de infinita libertad que siente por dentro (Hernández, 2018, p. 121).
La novela de Hernández, pese a identificar claramente los mecanismos de la dominación y deslegitimarlos sacándolos de una cotidianidad ocultada o silenciada, construye un personaje que se dirige en cierta medida hacia una liberación por medio del deseo. Erótica trata de construirse como sujeto al desobjetivizar su cuerpo en un contexto de fuerte violencia masculinista y es la exposición de esta en sus funcionamientos y mecanismos la que constituye, desde mi punto de vista, el eje central de la denuncia de la novela.